lunes, 24 de octubre de 2016

La banalidad de la ideología sin Idea





El Thyssen acoge la exposición 'Renoir: intimidad'con pocas obras emblemáticas porque su propósito es otro.

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Da la sensación de que el revival de la historia mal digerida está haciendo estragos entre los técnicos y críticos del arte actuales, al menos es a la conclusión que se llega tras leer algo como esa crítica a la exposición de Renoir en Madrid. Es lo mismo que sucede con las furibundas revisiones del pasado empeñadas en juzgar con la medida de hoy los hechos de antaño. Lo horrible de esta situación no es tanto que nos escandalicemos por las barbaridades del pasado sino la incapacidad de nuestras stars de la crítica para comprender cuáles eran las capacidades cognitivas disponibles tanto, culturales, como sociales y psicoemocionales de nuestra especie hace cincuenta, cien o quinientos años.

La primera condición para estudiar y aprender ya la apuntó Sócrates con su  sensato reconocimiento de que solo se sabe de verdad que no se sabe nada, porque si ya vamos convencidas de saberlo todo de todos, tendremos nuestro espacio intelectivo tan ocupado con los datos que no nos cabrá una sola Idea que merezca ese nombre con dignidad; por eso es conveniente liberarse de prejuicios y pre-sabiduría y dejar a un lado la falsa seguridad de la omnisciencia porque ya nos lo han dado y contado en la wikipedia, sin trabajo intelectual ni esfuerzo investigador alguno para valorar y comprobar la autenticidad de las fuentes y poder tener un criterio fiable más allá de lo leído, copiado, rumoreado o fantaseado.

El aprendizaje es un desarrollo de facultades y una creación constante de herramientas íntimas, como el análisis, la síntesis, la asociación de ideas, las relaciones causa-efecto, la percepción, el razonamiento o la intuición. Todo ese caudal de imprescindible desarrollo no se puede adquirir con la comodidad consumidora y amontonadora de datos que convierte al "especialista" en cualquier materia en una cinta transportadora de anécdotas, fechas, lugares, frases hechas, tópicos a tutiplén y recortes varios, hasta apilar el material en un estrambótico almacén de confusas inutilidades que se van sacando a la luz, como la ropa de temporada del armario, según lo requieran la ocasión y la meteorología estacional. Y una vez perdidos en la barahúnda del roperío desnortado, sólo resta una salida digna para poder decir algo y hacerse notar en medio del caos: apuntarse a una ideología que permita descodificar el maremagnum circundante. Ese ideologismo se transforma entonces para el aspirante a sabio coyuntural en el sustituto de las tablas perdidas de la ley de Moisés. Ya no molan las religiones, no tanto porque evolutivamente hayan perdido su razón de ser, sino simplemente porque no están de moda y no marcan tendencia.Así que es la moda del momento lo que se nos convierte en el único y más asequible mandamiento. Credo y dogma.Amén!
Y seguimos como siempre haciendo patria con la misma canción de los 50: "Tengo yo una ovejita lucera de que de campanillas le he puesto un collar, me gusta cuando bala la ovejita, beeeeee y cuando le responde el corderito, baaaa...me sabe a  musiquilla celestial ese dulce balar...", un verdadero trending topic del momento histórico, que mantiene tan vivas las raíces tradicionales, a derecha y a izquierda, delante detrás, un, dos tres, ya ampliando el trending a los tiempos mucho más subversivos de la yenka, donde va a parar!

Bueno, pues esa peña, producto de tal batiburrillo, se atreve a utilizar el término banalidad al referirse al concepto artístico juzgando la grandeza expresiva del arte desde su mediocre y evidente incompetencia. Juzgando y diagnosticando desde su banalidad ideologizante y beata de parroquia, la calidad, la intención, la inspiración y la libertad de la creación artística de una época que evidentemente, les han debido explicar en un colegio concertado  y les han acabado de rematar algunos profesores con cierta resaca de dudosa índole ideo-ilógica. Al parecer la inquisición no acabó nunca de desaparecer en nuestro doliente mapa geopolítico y social. Y lo mismo tenemos un partido socialista que obliga a votar en masa a sus miembros aceptando sin más lo que deciden unos cuantos, sin respeto alguno a la libertad de conciencia, que nos crecen críticos de arte ya precocinados y envasados al vacío, pero pontificando acerca de la condición burguesa de la pintura no proletaria, y afirmando según su ideario, que todo arte solo se puede valorar en función de las reivindicaciones sociales a las que haga propaganda, entendidas a su manera, claro.
  
Por esa razón, Renoir que era hijo de un trabajador y no de un ricachón, y él mismo vivió digna y humildemente de su trabajo como artesano para ganarse la vida, no debería haber sido el padre del impresionismo que, según el artículo es un movimiento de burgueses, llamando burgueses a los ciudadanos que no piden limosna ni machacan piedra en una cantera, sino a los que constituyen las clases medias trabajadoras, que al parecer, si no son proletarias de pico, pala y azadón son traidoras a la dignidad humana. De modo que, como Fray Gerundio, niegan por un lado lo que afirman por otro y viceversa: si se piensa que la única forma de ser dignos de consideración es ser obreros, y esos obreros no pueden estudiar ni pintar escenas cotidianas que no pertenecen a su clase, si no pueden sacar la cabeza del agujero ¿cómo se apañarán para hacer que las cosas cambien si al estudiar y hacer cualquier cosa que no sea proletaria, traicionan la proletariedad y dejan de ser purasangre para convertirse en traidores a la causa? Evidentemente con esa propuesta siempre tendrá que haber una casta de burgueses enterados, cultos, justos y preparados ideológicamente para solucionarles la situación asumiendo el poder, que los seguirá utilizando para mantenerse en la cúpula y a ellos en la base como siempre, aceptando de buena gana que piensen y decidan por ellos, aunque eso sí, muy bien aleccionados con consignas y normas ad hoc. Lo último es romper las líneas rojas. Todo lo que sea ir por libres, como por ejemplo, ser pobre y que te guste la pintura sin mensaje proletario directo, está fatal. Así que ya lo sabes, no te salgas del rail y a picar piedra eternamente y a leer lo justico para que no te malees, no vaya a ser que te desmadres, te salgas de la clase que te corresponde, estudies y dejes de picar piedra que es muy necesario, si ya están los comités de los listos arreglando todo para que tú no te molestes ni pierdas el tiempo en asambleas que no llevan a ningún sitio, con lo urgente que es cambiar el mundo y tú, pico y pala, ¿dónde vas desgraciao?
 La masa ya se sabe que nunca levantará cabeza, por eso necesita un buen aparato pensante que la guíe y le dé forma, según las necesidades de la máquina del poder, como si fuera plastilina. ¿No es acaso el mismo tinglado que el de la iglesia católica? Con razón Leonardo Boff en su libro "Iglesia, carisma y poder" explica el paralelismo más que obvio entre el Vaticano y el viejo Kremlim comunista, que ha dejado como herencia bastante más stalinismo activo que marxismo decente. Así que el 15M lo tiene crudísimo y desde que se puso en pie ha tenido detrás tanto a la derecha como ala izquierda...para cargárselo. Es la primera vez en la historia que un movimiento popular, noviolento, reivindicativo y renovador, ha conseguido cambiar tantas cosas sin agredir, sin ofender, sin destrozar y al mismo tiempo   logrando ser una organización plural, diversa, vinculante y no opresiva ni ideológica, sino sectorial y que puede convivir con todos y todas,  que se ha ido filtrando en el tejido social. Una organización sin fronteras ni exclusiones, consultiva y horizontal, de participación directa y con eficacia demostrada. Una marea, en el más exacto sentido del término, que sobrevivirá, sin duda, a los simulacros que la intentan absorber, justo porque no es ideológica es verdaderamente política, pura inteligencia colectiva que no es encasillable en ningún partido, a los que no rechaza y comparte espacio pero con los que tampoco se identifica al cien por cien, y por eso, seguramente, es el aceite de todas las salsas y movilizaciones sociales. El 15M  es una gracia universal, una luz gratuita y autosuficiente que no le pertenece a nadie porque es de todas y es todos: un producto genuino del bien común.

Ideologizar la vida y la sociedad en sectas divididas por la rivalidad que desconoce la cooperación, es un modo religioso y meapilas de concebir el mundo, un modo tan dogmático como fanático. Es bastante incoherente  andar reivindicando la libertad de expresión y al mismo tiempo considerar un error y una equivocación antimarxista, que  artistas que no hayan pensado en los siglos pasados lo mismo que piensa la izquierda actual más radicalizada, son banales porque no pintaron, por ejemplo, "Los comedores de patatas"de Van Gogh o "El ángelus" de Millet, o ejecuciones en la guillotina y pasando a  cuchillo al personal.
El crítico, tal vez, no cae en la cuenta de que la sociedad también se satura de dolor, de crueldad, de cansancio y de cutrez y el arte la ayuda salir del agujero de la depresión, no para alienarla como alienan las ideologías que nos adocenan y nos impiden ver y crear la Idea, sino para reconfortar el espíritu y encender la inspiración que nos facilita la creatividad y la salud del  ánimo, que luego nos permite ser solidarios, pensar con amor justicia e igualdad en los demás y emplear las mejores cualidades para facilitar el bien común.  Es una falacia creer que solo la rabia y el conflicto son el motor de la vida, la gente que no es feliz ni tiene esperanza y se estanca perennemente en el odio de clases o de lo que sea, no alcanza jamás un nivel adecuado para cambiar nada, sino para estropiciar posibilidades e iniciativas con su visión descorazonadora, miserable y gafe.

El cambio social necesita también recuperar y volver a crear el optimismo de la  belleza tanto como la bondad y  la inteligencia que hagan posible la justicia y la igualdad fraterna. Necesita tolerancia con lo que no es idéntico a lo suyo, necesita Amor de verdad, no del Hollywood, necesita saber perdonarse los errores una vez reconocidos, para poder perdonar los errores de la historia y salir del pozo negro, del suplicio de Tántalo. Las heridas no se curan solas, necesitan una desinfección y un calmante, un vendaje y una rehabilitación, no que las reguemos con vinagre y amoniaco y les pasemos el scotch-brite de la pedida de cuentas que ya no hay con qué pagar, la deuda injusta e impagable que tenemos con el FMI es la metáfora perfecta de ese estado miserable, por eso solo saldremos de la ruina cuando esa deuda se perdone ya que cada vez está  más lejos de poder pagarse y solo crea más miseria y ruina para el conjunto global.

Son esas banalidades ideológicas y reductivas  las que impiden ver la universalidad del alma humana expresada en un arte que no comprenden y que  consideran cosa de ricos y no de la historia y la cultura, y las que una vez destroncadas de la inteligencia son capaces de quemar incunables o manuscritos medievales que tratan de botánica o de medicina, porque los escribieron frailes en la Edad Media, un tiempo en que los proletarios igual que los señores feudales, eran analfabetos, o de rajar en canal un cuadro de Ribera o de Zurbarán porque representaba a un santo o una anunciación o de volar  e incendiar una catedral gótica porque es un edificio religioso de hace siete siglos que se pagó con dinero y trabajo de los burgueses, que simplemente eran y son, habitantes de una ciudad, de un burgo, o sea, ciudadanía en la que se es trabajador, obrero, comerciante, artesano, funcionario, maestro, médico, limpiador, albañil, boticario o mendigo. Hasta ahí puede llegar la banalidad, sí, la del mal, como llama Hannah Arendt a la mediocridad que obedece consignas sin más criterio que una fe ciega en cualquier disparate que mande un sistema, una ideología hegemónica que se ha establecido sobre el poder del rencor, la revancha y la estupidez rebañil, como base para alcanzar objetivos estratégicos en política y en economía, en dominio indecente de lo que ellos llaman masas y evitan llamar ciudadanía porque ser soberanos del propio destino es mucho más peligroso para el imperio de siempre que ser súbditos ideológicos de un grupo político, religioso o financiero, bajo control de cualquier bandera. 

El impresionismo no es más burgués que Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel, Rafael, Rembrand, Velázquez o Goya. ¿Cómo piensan los genios de la crítica  actual que a lo largo de los siglos se podían adquirir espacios para talleres de pintura, caballetes, pigmentos, aceites y huevos para pintar al temple, pidiendo limosna o con estudios y recursos? Que la sensibilidad social ni las facilidades eran como ahora. Ni los nenúfares de Monet son más clasistas que las Cuevas de Altamira. Lo que sí es ahora un gravísimo crimen genocida no comparable con el pasado es tener tecnología a punta pala para estar vegetando con el móvil, el Ipad o lo que sea, saber y conocer las desgracias del mundo y no hacer nada más que especular desde el teclado y luego abstenerse en las urnas o en Feraz para que Terminator siga adelante con la marcha atrás. Ya está bien de medir lo que no se comprende con las entendederas que impiden la misma comprensión. 

La historia del pasado no se puede cambiar echando pestes contra  unos tiempos que ya no existen y por eso escapan a nuestra competencia, pero, despertemos ya, porque entretenidos en la inutilidad castradora de un constante revival rencoroso, masoquista y bloqueante, se nos está escapando de las manos el presente, y, obviamente el futuro.


Seguramente se soporta mucho mejor la dureza de la jornada y el amargor de una política repulsiva si tenemos la ocasión de pasar un buen rato delante de  la frescura burguesa de los cuadros íntimos de Renoir o escuchando a los pájaros en el Retiro o en los Viveros, cantando el Otoño de Vivaldi al natural y sin necesidad de partituras, mucho mejor que delante de la caja tonta escuchando marhuIndeces, rajoyadas y cebrianadas susana-felipistas a tutiplén. O en su defecto Sálvame, AnaRosa, que me persigue Bertín con el sofá, o viceversa,  desde las Mañanas de la Cuatro, La Sexta Noche y muy Al Rojo Vivo...sí, pero sin pasarse ¿vale?, que luego nos riñen. O nos despiden.

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