Retrato del filósofo Santiago López Petit.
Jordi Borràs.
Jordi Borràs.
Joan Carbonell
(Público) 30 de Octubre de 2016
(Público) 30 de Octubre de 2016
Santiago López Petit (Barcelona, 1950) es un filósofo
que toma una posición clara, honesta y profundamente radical ante la
vida y la política. ¿Cómo se puede impugnar la realidad? ¿Qué significa
"querer vivir"? ¿Cómo se traducen estos planteamientos en prácticas
políticas concretas? Profesor de Filosofía de la Universidad de
Barcelona, sus clases eran un refugio para militantes y activistas de la
izquierda de la izquierda, cuando ser anticapitalista no estaba de
moda. Por sus clases han pasado muchos protagonistas de la "nueva
política". Hablamos con él de filosofía, del 15-M y los nuevos partidos,
entre otras cuestiones.
Algunos analistas políticos, como Enric Juliana, dicen que vivimos tiempos interesantes. ¿Qué piensa?
El concepto 'tiempos interesantes' aplicado aquí no me
parece muy adecuado. ¿Para quién son interesantes? ¿Por qué son
interesantes? De hecho, te ponen en la situación de espectador. Es
cierto que parece que se ha terminado la huelga de los acontecimientos y
que pasan muchas cosas. Pero la pregunta entonces sería hasta qué punto
los acontecimientos son portadores de una novedad radical, hasta qué
punto vienen cargados de futuro. Yo tengo una sensación dividida. Hay
momentos en que pienso que sí, que realmente son momentos históricos,
que el bipartidismo en España está hundiéndose, que la gente está
organizada en todas partes y, por ejemplo, hay más ateneos, más interés
por la cultura.
Pero, por otra parte, desde otro punto de vista, tengo
la impresión de que no es así; que estoy viviendo, al igual que otros
miembros de mi generación, la repetición de una historia ya conocida, de
un teatro, de una comedia que realmente no abre espacios posibles, sino
que repite una historia ya sabida, un mero cambio de élites. Estoy con
un pie a cada lado. De hecho, el proverbio chino que dice "¡Que vivas
tiempos interesantes!" es una maldición. Quiere decir que vivas tiempos
problemáticos. En este sentido, desde mi punto de vista, ojalá
viviéramos tiempos problemáticos. Tiempos que nos permitieran ir al
fondo de las cuestiones esenciales.
Dice que estamos ante una comedia que se
repite. Hablemos de su trayectoria. Comenzó a militar políticamente en
los años setenta.
Yo estudiaba Químicas en la Universidad de Barcelona y
un día vino a la facultad el militante autónomo José Antonio Díaz
Valcárcel a dar una conferencia sobre el Primero de Mayo. Su discurso
era completamente diferente del que conocíamos. En ese momento había
grupos trotskistas, pro-chinos o Bandera Roja, que representaban la
izquierda tradicional, más o menos heterodoxa. En realidad defendían el
mismo partido leninista de siempre concebido por Lenin en su libro ¿Qué hacer?.
Aunque bajo versiones diferentes se trataba de una estructura
jerárquica y verticalista hacia dentro. Mientras que hacia fuera la
estructura jerárquica se ejercía sobre la clase trabajadora que
permanecía sometida al partido, el partido al comité central, y,
finalmente, éste al líder. José Antonio Díaz Valcárcel me enseñó que
había en Barcelona otras formas de organización, asamblearias y
autoorganizadas. Mi entrada en la política fue apoyando este tipo de
movimiento que no era la izquierda hegemónica.
En el libro Crítica de la izquierda autoritaria en Cataluña,
ahora reeditado y actualizado, explica que fueron las prácticas y las
formas de organización de las formaciones leninistas las que les
hicieron buscar otras formas de militancia. ¿Cuál era la problemática?
La idea central del libro era desmitificar el modelo
leninista que antes he comentado. No lo queríamos hacer oponiéndolo a
otra tradición como, por ejemplo, el anarquismo, y entrar así en una
discusión de libros, sino mostrando, por ejemplo, cuál era el valor de
la teoría política dentro de las organizaciones: la gente creía que tú
participabas en una organización política si estabas de acuerdo con su
programa político, con su concepción de la sociedad futura. Nosotros,
fruto de la experiencia personal y de los testimonios recogidos,
llegábamos a la conclusión de que la gente participaba en una
organización concreta por afinidades personales, por proximidad e
incluso por cuestiones amorosas.
Desmontamos unas grandes verdades fetiches. La
clandestinidad era la gran excusa para estas élites para controlar la
organización, ya que incomunicaba las células y sólo los dirigentes
conocían toda la información y no permitían hacer grandes asambleas. De
esta manera, cortaban la comunicación interna y separaban a
intelectuales y obreros para evitarse problemas. El papel del líder era
clave. Y, por ejemplo, describimos detalladamente como el líder
intelectual utilizaba al líder obrero para llegar a las masas. Lo que
nos movió era una idea que sigue siendo válida ahora: los medios que
utilizas para alcanzar una sociedad diferente deben estar prefigurados
ya en esta sociedad. El núcleo del pensamiento dialéctico lo afirma de
la siguiente manera: si quieres llegar a una sociedad libre, debes ser
libre ya antes. Con un partido leninista, esto era imposible.
¿Podríamos decir que fuerzas como Podemos siguen una estrategia leninista?
En cierto modo, sí. La nueva política ha puesto otra
vez en el centro la idea de la dirección política. El partido leninista
pone en primer plano la necesidad de dirigir políticamente a las masas,
los trabajadores; ahora dirán la gente decente. Se trata siempre de una
idea de dirección política externa al mismo movimiento. Esta dirección
siempre implicará la creación de una burocracia. El grupo Socialismo o
Barbarie en Francia mostró muy bien que una de las principales
consecuencias de este modelo consiste en separar dirigentes de
dirigidos, en definitiva, los que piensan de los que meramente ejecutan.
¿Qué papel tuvo la izquierda autoritaria en la Transición?
Creo que no vale la pena perder mucho tiempo
criticando la Transición. Durante años éramos muy pocos los que la
criticábamos, y ahora, de repente, son muchos los que atribuyen a la
Transición ser la fuente de todos los males. Recuerdo hace un par de
años el sociólogo Salvador Giner criticando la Transición en una
conferencia donde también estaba Pasqual Maragall, cuando son gente que
participó en todo esto. La Transición es muy fácil de explicar: en un
momento determinado, la fracción del capital inteligente se da cuenta de
que la dictadura no les sirve y es débil. La naturaleza represiva de la
dictadura politizaba cualquier acto, cualquier reivindicación.
Por ejemplo, recuerdo cómo la lucha por un semáforo en
Hospitalet derivó en un problema de orden público. Como estructura
política era inservible, ya que, en lugar de apaciguar, multiplicaba los
conflictos. Y, en un momento dado y ya en plena dictadura, los sectores
reformistas del capital que perciben la dictadura como un obstáculo se
encuentran con el reformismo obrero. Y ambos reformismos se encuentran
en contra de lo que se les escapaba, lo que podemos llamar movimiento
autónomo, o autonomía obrera. En la Transición hubo más conflictos que
durante la Revolución Rusa. Es impensable para la gente joven de ahora
comprender lo que sucedió en aquella etapa de nuestra historia:
conflictos permanentes en las fábricas, en las universidades, en los
barrios, en todas partes. Había un contrapoder difuso que se extendía, y
había que acabar con él. Los Pactos de la Moncloa, el pacto social, son
la escenificación de este encuentro entre los dos reformismos. No es
una cuestión de traición, no se debe personalizar este proceso.
Hay muchos que cambian de chaqueta; pero, si hubiera
sido sólo una cuestión de traición, el movimiento habría continuado
hacia adelante y la derrota no se habría planteado como victoria, que es
lo que ha acabado ocurriendo. La clase trabajadora entendió en un
momento dado que ante ella se abría un abismo, y prefirió dar un paso
atrás: convertirse en un grupo de presión dentro del mismo sistema.
Pronto pagaríamos cara nuestra derrota, y el neoliberalismo comenzó la
progresiva desarticulación política, económica y social de la clase
trabajadora. Cuando un joven hoy va a buscar trabajo y se encuentra la
situación actual de precariedad y de explotación es porque hace muchos
años, cuando aún no había nacido, perdimos.
¿Cuál sería el momento concreto en que se da esta desarticulación, esta derrota?
Depende de cada país. En Italia en 1977, tal y como
explicó Nanni Balestrini, 30.000 personas pasan por la cárcel. Esto
marca un antes y un después. En París, con los acuerdos de Grenelle, los
trabajadores aceptan unos aumentos salariales elevados y la
tranquilidad vuelve a las fábricas. En el caso de España, podemos decir
que los Pactos de la Moncloa suponen el momento en que se saca la
política de la fábrica y se lleva al Parlamento. Es la
institucionalización de la rendición. En el caso de España, me gusta
hacer un punto de autocrítica. Nos faltó inteligencia para verlo:
estábamos tan metidos dentro de esta ola intentando llevar más allá el
movimiento autónomo que quizás, si lo hubiéramos visto más claro ..
Bueno, tampoco sé que habríamos hecho. Prepararnos mejor para lo que
venía. Acumular fuerzas para detener la humillación que se avecinaba.
Intentamos empujar un movimiento en el que creíamos lo más lejos
posible.
La derrota de la clase obrera, y de todo lo que representaba, no se ha explicado aquí. Quizás aquí nos ha faltado esa mirada.
Nosotros desde Espai en Blanc, a posteriori, hemos hecho una película, Autonomía Obrera. Unos amigos hicieron Setenta y dos horas,
pero poco más. Nos faltó inteligencia para prever el ataque neoliberal.
Cuando desde el movimiento autónomo veíamos como la clase trabajadora,
en cierta medida, retrocedía, algunos entraron en Herri Batasuna, otros
entramos en la CNT ... Hubo como una especie de explosión. Yo mismo
entré en la CNT, no siendo anarcosindicalista de tradición, pensando que
mediante esta estructura histórica renovada se podía alargar un poco un
ciclo de luchas que se estaba agotando.
También hubo quien pasó al PSC. Quizás fueron
estos gestos los que hicieron que la balanza fuera decantándose y que el
movimiento obrero se desmovilice.
Es difícil precisarlo. Los hechos de Vitoria, con
todos los muertos que se produjeron, no generaron una gran huelga de
protesta. En ese momento, una serie de gente tuvimos la tentación de la
lucha armada, nos aproximamos a ella, la observamos y vimos que íbamos a
que nos matasen y desestimamos esa opción. Y otros, en el mismo
momento, apostaban por entrar en el PSC y hacer una tendencia
autogestionaria dentro. Algunos de este sector llegaron a asumir
responsabilidades políticas importantes, como Enric Truñó, compañero mío
del sector químico que terminó como concejal del PSC organizando los
Juegos del 92. No sé lo que te lleva a decidir qué camino tomar. No es
el hecho de ser más o menos radical. En el sector autónomo hubo un grupo
pequeño de gente que creyó de buena fe que se podía hacer algo entrando
en el PSC. Y en el famoso mitin de este partido en el Palacio de
Deportes hablaron de anticapitalismo y de autogestión. Progresivamente
fueron a parar hacia el final de la lista electoral hasta que
desaparecieron. Personas de este sector se dejaron deslumbrar: te daban
una tribuna, reconocimiento público de todo tu pasado... De no tomar
esta opción, quedabas arrinconado, como yo. La filosofía es lo que me
salvó, ya que pude pensar filosóficamente todo lo que había pasado.
Había creído que cambiaríamos el mundo, y de repente, estaba solo en
casa. Y comenzó una larga travesía de soledad.
Centrémonos en esta travesía. En los ochenta es muy dura, en los noventa se dulcifica un poco con la okupación y el zapatismo.
Es un periodo largo de soledad amarga. Pero a la vez
los autónomos teníamos la dolorosa satisfacción de ver que nuestra
crítica a la izquierda autoritaria y hegemónica se había corroborado: la
gente deja las organizaciones, se hunden los partidos, las asociaciones
de vecinos permanecen pero ya como simples tentáculos de las
instituciones. Es una victoria desde el punto de vista del análisis,
pero personalmente amarga. En 1994, con el zapatismo, surgen nuevas
formas de hacer política. Después se irán acumulando diferentes ciclos
de movilizaciones: la okupación, la antiglobalización, el
movimiento contra la guerra de Irak. Resumiendo, creo que la novedad en
la forma de hacer política es que, por unos momentos, no se tiene en
cuenta la correlación de fuerzas. Las luchas de estos ciclos pasan a
ejercer un desafío directo, a poner el cuerpo. Un ejemplo son las
contracumbres de la década de los 2000 y su determinación radical de
imposibilitar la celebración de la cumbre. El discurso podía ser un poco
humanista pero la práctica era absolutamente radical.
Hay quien diría que esto era sólo el comienzo de un proceso político más largo que evolucionará hacia la correlación de fuerzas.
Tomando el caso del 15-M, se ve muy bien eso que estás
diciendo, ya que representa esta nueva manera de hacer política que
consiste en interrumpir la vida cotidiana y decir basta. En este caso,
se hizo desde la inteligencia colectiva y con la convicción de que el
espacio puede ser una palanca. Ocupar una plaza es usar el espacio para
poder expresar el malestar. El gesto radical de la ocupación de la plaza
abre un espacio del anonimato. Me interesa remarcar que se trata de un
espacio del anonimato, ya que esto es lo que se ha ido perdiendo con la
"nueva política".
En las plazas no íbamos ni como trabajadores ni como
ciudadanos; íbamos como singularidades. Como un cuerpo que decía: no
quiero más eso, quiero vivir. En este sentido, hablo de una política
diferente. Una política que significaba poner el cuerpo. El espacio del
anonimato era el lugar donde se tomaba la palabra y se perdía el miedo.
¿Qué pasó? Porque yo soy el primero en reconocer el límite de este gesto
radical. ¿Por qué la politización de la existencia que se dio allí se
detiene? Es complicado contestar. Creo que la respuesta es que el 15-M y
este tipo de politización de la vida, de la existencia, es demasiado
romántico. En el 15-M nos faltó más rabia y más estrategia.
Desde la nueva política lo que se ha hecho es traducir en términos políticos el 15-M, pero este ya era político.
Como antes he dicho, aquí tampoco es un problema de
traición. Es evidente que había gente interesada en traducir
políticamente la fuerza del anonimato que se les escapaba. Pero también
es verdad que el 15-M se convirtió en un espejo de la misma sociedad. Un
hecho que lo muestra claramente es un día que llegué a la plaza de
Cataluña y había una mesa en la entrada donde te preguntaban dónde
querías ir según tus intereses: economía, ecología, espiritualidad...
Esto es lo que nos hundió. Es decir, convertir en temas lo que era un
grito colectivo. De repente, ya no sabíamos por qué estábamos allí, lo
habíamos convertido en temas que expertos serían los que los tratarían.
De hecho, la nueva política no es más que una nueva forma de tematizar, y
por tanto de apropiarse, de lo que inicialmente era un grito colectivo.
¿Cree que era posible que con esa estructura se pudiera ir más allá?
Una de las frases centrales del 15-M era aquella de
"Vamos despacio porque vamos lejos", y esto significaba una relación
diferente con la política. Significaba la politización de la existencia.
¿Cómo se podía sostener este grito? Creo que sólo construyendo una
posición en un campo de guerra. El problema es que construirla es sobre
todo una apuesta colectiva. ¿Cómo se pueden mantener abiertos los
espacios del anonimato?
Es muy difícil porque estamos en una sociedad
capitalista, porque tenemos familia, porque a las 12 de la noche se
acababa el metro, porque los que teníamos hijos teníamos que regresar a
casa, etc. No puedes estar siempre militando activamente todas las horas
del día. Por otro lado, éramos muy pocos. Cuando bajabas al metro,
veías otra ciudad. La respuesta a tu pregunta sería: el espacio del
anonimato, el gesto radical que son la expresión del querer vivir. No sé
cómo se puede mantener este grito, sinceramente. Puedo decir grandes
frases, pero de hecho a mí mismo, si me hicieran ir cada día a una
asamblea de vecinos aquí en el barrio, no sé si iría. Seguramente
preferiría quedarme en casa leyendo un libro.
En el caso de Cataluña, a la nueva política se
añade el crecimiento del independentismo. Se pasa de la proclama de "lo
queremos todo" a aceptar la política institucional como herramienta
para gestionar la vida y la realidad.
El 15-M, la ocupación de las plazas, abre un vacío. Es
un periodo de experimentación política y vital, pero no sabemos
mantener abierto este espacio. Este vacío que se crea será llenado por
dos discursos tradicionales, la nueva política y el independentismo, que
plantearán una politización desde el Estado. Traducir en el lenguaje
político lo que se escapaba: la fuerza del anonimato, el gesto
desafiante, etc. En el caso de la nueva política, es más interesante lo
que sucede. La nueva política se engaña y nos engaña porque presupone la
autonomía de lo político. Y no es así. El subsistema político, con su
código gobierno/oposición, no tiene autonomía respecto a una realidad
que se ha hecho plenamente capitalista.
¿Cómo ha visto la emergencia de fuerzas políticas nuevas, como Podemos, o no tan nuevas, como la CUP?
La CUP es tragicómica, y Podemos, directamente,
cínico. La CUP está atravesada por una tragedia como tal: que si se
institucionaliza, que si unas gotas de anticapitalismo... Asimismo es
una comedia como vimos en la asamblea aquella donde empataron para
decidir el futuro político de Artur Mas. Pero en el caso de Podemos ya
es falsedad. Tiene una concepción de la política patética y autoritaria.
Cree que todo pasa en el discurso, y que basta con un buen relato para
ganar cuotas de mercado. Es una mezcla de Lacan y de posmodernismo
francés.
No me dan ninguna pena ahora que parecen perdidos. Con
Podemos, el gesto radical termina en pura gesticulación. Es el espacio
del oportunismo y del cinismo. En la CUP todavía hay algo de verdad. En
cuanto a los otros, no son creíbles. Un día, hablando con Raimundo Viejo
[ahora diputado en el Congreso de En Común Podem], le dije: "Vosotros
no tendréis tiempo de traicionarnos porque todo pasa demasiado deprisa,
todo se quema demasiado deprisa. A vosotros os dan espacio para crear
más confusión, desanimar a la gente y ya está". Él me contestó:
"Totalmente de acuerdo. Preparemos juntos el fracaso". Pero no nos hemos
visto más.
¿Y no se puede hacer nada?
Al final del prólogo del libro planteo algo que creo
que todavía es válido. En un momento determinado se puede optar por dar
un paso adelante y decidir pactar con el PSC, en el caso de BComú, o con
CDC, en el caso de la CUP, o bien se puede parar y afirmar públicamente
que no hay nada que hacer. En otras palabras: hacer una interpelación
colectiva. Esta interrupción, esta toma de posición, dentro del mismo
sistema político es impensable. Llegar a este punto sería el que daría
verdad a una práctica política. Tsipras era querido por todos y ahora es
un maldito que nadie quiere en un mitin. ¿Por qué? Pues porque ha
mostrado que no hay nada que hacer. Ha mostrado que el margen para otra
política no es posible. Es en este sentido que digo que nos engañan y se
engañan.
Con la globalización la política de Estado es la
gubernamentalidad neoliberal y dentro de esta no hay espacio para otra
cosa. La frase de Margaret Thatcher "No hay alternativa" es
asquerosamente cierta. Pero en este punto, asumiendo esta profunda
derrota, quizás podría comenzar algo. Y aquí es donde no se quiere
llegar nunca. Barcelona en Común no puede intervenir realmente en el
puerto de la ciudad por los límites competenciales y los fuertes
intereses que operan allí, ni tampoco pueden tocar la Guardia Urbana
cuyo pasado no es muy esplendoroso. Ante esto, ¿qué hacemos? Para mí, la
posición sería quememos las naves y avancemos hacia adelante. Eso es lo
que dije a Raimundo Viejo. A mí, y a mucha más gente, nos encontraréis
entonces. Pero engañarnos, hacer "como si"... eso no.
Parece que el poder tiene una dinámica fagocitadora. ¿Cómo se puede superar?
Me gusta decir que nos encontramos ante un impasse
que tendría una cara objetiva y una cara subjetiva. La cara objetiva
nos dice que lo que es políticamente factible no cambia nada y las
acciones que podrían conseguir hacer cambios verdaderos son
políticamente impensables. Creo que una nueva izquierda debería admitir
esto como punto de partida. Este impasse no debe tomarse como
un límite infranqueable, como un final, sino como un límite a superar.
La cara subjetiva sería la existencia de hiato profundo entre el destino
personal y el destino colectivo. Hoy difícilmente alguien piensa que
colectivamente podrá resolver sus propios problemas laborales. Cada uno
se busca la vida como puede.
¿Y cómo se puede salir de este bloqueo?
Salir del impasse sólo es posible
atravesándolo. Se trata de llevar hasta sus últimas consecuencias el
sentimiento de que no puedes más. Una manera de atravesarlo sería
introduciendo el verbo 'politizar'. Así como Carl Schmitt en un momento
determinado plantea pasar de la política a lo político. Creo que sería
productivo pasar de lo político a la politización. Politizar puede ser
desde reivindicar la transparencia en Internet hasta cuestionarse la
industria alimentaria, etc. Conjugar el verbo politizar abre todo un
abanico de posibilidades. Creo que en este punto es donde se puede
intentar ir un poco más allá. La política mediatiza, representa, juega
con la oportunidad, mientras que la politización es imprevisible,
articula, despliega un espacio de posibles e implica un giro subjetivo.
Es lo que te decía de las dos dimensiones del querer vivir: una nueva
política debe tener una dimensión colectiva y una dimensión personal. La
idea de politización permite, en cierto modo, vincular estas dos
dimensiones.
Barcelona en Común, Podemos o la CUP aceptan también esta doble dimensión de lo personal y de lo colectivo.
Creo que la discusión es qué relación hay entre hacer
política y politizar como verbo. Politizar tiene unos límites, cuando
hemos hablado del 15-M, lo hemos visto. Politizar deja a un lado la
cuestión de la decisión. Hacer política es otra cosa. Aún más: muchas
veces hacer política se opone a politizar porque politizar abre unos
espacios imprevistos, desencadena dinámicas que se escapan. En este
sentido, pienso que esta travesía del impasse tiene que ver con
un giro subjetivo que pone la politización de la existencia en el
centro pero siempre con el interrogante que nos dice "¿En algún momento
se ha de hacer política? ¿Es suficiente una práctica colectiva de la
politización?". Una manera de entender este giro subjetivo consiste en
abandonar la política, y conjugar el verbo politizar con todo lo que
implica y a pesar de todas las dificultades. Obviamente con ello sé que
abro más problemas. Pero el otro camino...
En sus libros defiende el concepto de odio
libre: "Hay que odiar la vida". Es una afirmación muy fuerte que no
aparece nunca en los medios ni en los libros de autoayuda.
El trabajo, que era la forma de control político por
excelencia, hoy se ha transformado en la obligación de tener una vida.
Esta obligación la llamo la movilización global. Es la que organiza la
existencia dentro de este vientre de la bestia. Dentro de la
movilización global, vivir es tener una vida, cargar con una vida, hacer
de uno mismo un yo marca. Películas como El club de la lucha
representan muy bien esta realidad. El querer vivir está capturado
dentro de esta máquina de movilización. Todo lo que he intentado durante
40 años es hacer del querer vivir un desafío que para mí sería la
apertura hacia otra manera de hacer política, aunque no solamente. Para
hacer del querer vivir un desafío, tenemos que salir de esta
movilización en la que estamos metidos y a la que llamamos vida.
Vivir no consiste en tener el mejor curriculum vitae
pegado en culo. ¿Cómo podemos salir de esto? Durante algún tiempo pensé
que el odio, un odio libre, podía ser la manera de salir de ella. Tú
sólo puedes hacer de tu querer vivir un desafío si una pasión fuerte
expulsa tu miedo. Esta pasión es el odio. Hablo del odio a la vida que
tienes. Si tú no odias a fondo tu propia vida, no la cambiarás nunca.
Hay un odio que libera. Si odio la vida, levanto una línea que separa lo
que quiero vivir de lo que no quiero vivir. Cuando tuve que plantearme
la cuestión de la enfermedad, introduje la idea de anomalía. En el
momento en que la enfermedad se hizo más fuerte sobre mí, tuve que
plantearme más radicalmente el odio a la vida. Fue cuando empecé a
hablar de la noche.
Sufre una enfermedad difícil de diagnosticar, el síndrome de fatiga crónica. ¿Cómo afecta a su pensamiento?
Con el paso de los años, la enfermedad que padezco se
fue haciendo cada vez más fuerte. Llegó un momento en el que la idea
que me había movido a estudiar filosofía, y que era "¿Qué quiere decir
querer vivir?" , se convirtió directamente en una necesidad vital. Me
preguntaba "¿Por qué sigo vivo?". Y "¿Qué es el querer vivir?". Fue en
ese momento cuando me topé con la necesidad de pensar la enfermedad en
ella misma. Por esta razón escribí Hijos de la noche (Bellaterra, 2014), que contiene y resume muchas de mis ideas.
El punto de partida es la constatación de que existen
unas enfermedades de la normalidad. Son enfermedades que se deben a que
justamente estamos movilizados permanentemente porque trabajar consiste
en estar permanentemente movilizado. Esta movilización, esta máquina de
muerte que es el capitalismo, nos tritura. Las enfermedades de la
normalidad son las enfermedades que surgen como consecuencia de esta
imposibilidad de vivir. De querer vivir y no poder hacerlo. Enfermos de
normalidad, por lo tanto, son las vidas que se rompen ya que no pueden
seguir este ritmo de movilización exigido la misma realidad.
"Borracho de viento, y yo mismo, hecho un
jirón de viento me agarro con toda mis fuerzas esta puta vida hermosa
[sic]". Tal como dice al final de Hijos de la noche , a pesar de todo, la vida es bella.
Normalmente no uso palabrotas, pero me gusta mucho esta frase porque condensa esta relación ambivalente con la vida. Hijos de la noche
es un libro muy personal, pero es también un libro de filosofía que
traza una demarcación. Frente a Nietzsche o a Deleuze, que nos dicen que
lo que hay que hacer es afirmar la vida y que, por ello, expulsan de la
vida todo lo que son las pasiones tristes, yo planteo que afirmar la
vida implica necesariamente una lucha a muerte con la vida. Sólo una
lucha a muerte con la vida puede provocarla, y hacer que venga hacia
nosotros. En toda anomalía hay una fuerza de dolor. Y anomalía es todo
aquel o aquella que dice basta, quiero vivir... Si esta fuerza de dolor
tú la acoges, en cierto modo eres dueño de tu vida. Entonces el
problema, el único problema que verdaderamente se plantea, es cómo poder
dirigir esta fuerza de dolor y atacar a esta realidad que me ahoga.
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