viernes, 14 de octubre de 2016

El sindicato ha muerto, viva el sindicato








Las representantes de las Kellys antes de la rueda de prensa
Representantes de las Kellys antes de la rueda de prensa en Barcelona. Catalunya Plural
Les juro que yo creía que las habitaciones de hotel se limpiaban solas: que tenían un mecanismo de autolimpieza por el que uno salía por la mañana, y al volver a mediodía se encontraba la cama hecha, las toallas cambiadas, la ropa doblada, la moqueta aspirada y un caramelito en la almohada. Y resulta que no, que son miles de trabajadoras las que lo hacen, supongo que entrando y saliendo por las rejillas del aire o alguna puerta secreta, porque de otra forma no me explico su invisibilidad absoluta.
Pero esa invisibilidad se acabó: "las que limpian" se han convertido en "Las Kellys", una asociación que está revolucionando los siempre silenciosos pasillos de los hoteles, exigiendo derechos, poniendo denuncias y presentando propuestas para mejorar las condiciones de uno de los sectores más precarios y desprotegidos, y que no deja de empeorar mientras la industria turística bate récords. Pensaba darles datos de horarios, salarios y demás, pero mejor les propongo un ejemplo práctico: la próxima vez que duerman en un hotel, háganse la habitación ustedes mismos. Cama y baño completo, y en el menor tiempo posible. Después, cansados y con dolor de espalda, multiplíquenlo por toda una planta entera, e imaginen que les pagan dos euros por habitación.
Hablábamos hace poco de la huelga de teleoperadoras, y ahora van Las Kellys y confirman lo que ya parece tendencia en este otoño: las luchas laborales se están reactivando por donde menos lo esperábamos, en el eslabón más débil, entre la población más precaria y desprotegida. El clásico "otoño caliente" lo están encendiendo los que casi no tienen con qué quitarse el frío.
Si les parece milagroso que limpiadoras de hotel o teleoperadores se organicen y peleen por sus derechos, les subo la apuesta: manteros. ¿Cabe pensar en un colectivo más jodido? Inmigrantes, trabajando en la calle, al margen de la legalidad, perseguidos, discriminados, víctimas de racismo. Pues ahí surgió hace un año otro brote inesperado de organización: el Sindicato Popular de Vendedores Ambulantes, un grupo de apoyo mutuo que desde Barcelona quiere extenderse a otras ciudades.
No se vayan todavía, que aún hay más: los músicos. ¿Se imaginan un sindicato de músicos? ¿Sindiqué? ¿Pero lo de tocar la guitarra no era una cosa romántica, por artistas de fuerte individualismo? Pues también han montado un sindicato, en la estela de lo que antes hicieron la Unión de Actores y Actrices, o el Sindicato de Guionistas ALMA (colectivos que además impulsaron sus propias entidades de gestión contra el monopolio de la SGAE).
Los músicos vienen a decir que ya vale, que son artistas pero también trabajadores, y que la mayoría malvive y sufre todo tipo de abusos en la contratación. Acaban de presentar un Protocolo de Buenas Prácticas, y tienen en el punto de mira a festivales y promotores públicos, incluidos los ayuntamientos "del cambio". Exigen que los músicos dejen de ser falsos autónomos (en el mejor de los casos, que muchos cobran en negro, o ni cobran) y sean contratados de manera decente, con alta en el Régimen Especial de Artistas. Es decir, "sexo, drogas, rock&roll y seguridad social". Yeah!
Pueden parecer brotes aislados, pero qué va. No son los únicos trabajadores precarios, sometidos a subcontratas y externalización, que contra todo pronóstico están dando la batalla. Ahí están las recientes movilizaciones en museos de Bilbao y Barcelona. No son muchos, pero cada vez son más. En algunos casos a través de sindicatos tradicionales, a los que meten sangre nueva y fuerzan a cambiar el paso; en otros creando sus propias organizaciones, aplicando a lo laboral lo que la PAH lleva años haciendo con el derecho a la vivienda: autogestión, empoderamiento, cuidado mutuo. Quitarse el miedo juntas.
Habíamos enterrado el sindicalismo y bailado sobre su tumba, y mira tú por dónde resurgen organizaciones que, se llamen asociaciones o plataformas, son exactamente eso: sindicatos en sentido auténtico, formas de autoorganización para defender derechos laborales y sociales.
Repito una frase que le he oído varias veces a César Rendueles: "Estamos obsesionados con crear partidos políticos, y lo que necesitamos es un sindicato". Parece que, ante el bloqueo institucional y el enfriamiento de las expectativas electorales, la energía regresa poco a poco a calles y centros de trabajo. Menos nueva política y más nuevo sindicalismo, renovando los ya existentes donde siguen siendo útiles, y creando nuevas organizaciones cuando hacen falta.
Limpiadoras, manteros, teleoperadoras, músicos… ¡Dónde vamos a parar! ¿Qué será lo próximo? ¿Camareras? ¿Empleadas de hogar? ¿Becarias? ¿Periodistas? 

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No sé si te imaginas, Isaac Rosa, lo que se siente como ciudadanas, cuando se encuentra un periodismo tan comprometido y lúcido como éste que hacéis unas cuantas, cada vez más numerosos, por cierto. Y en el caso de las señora de la limpieza, sobre todo, porque, es cierto, son señoras mágicas, capaces de hacer prodigios a cambio de una miseria insultante. Pienso en aquellas amigas que, como madres o hermanas tanto me ayudaron cuando los niños eran pequeños, la casa siempre provisional en el mundo de los militares, demasiado pequeña o demasiado grande o demasiado vieja, y yo no daba abasto. Pienso en aquella Carmen sabia natural, madre de cinco hijos, analfabeta, pero currando hasta el agotamiento para que los cinco fuesen a la universidad y consiguieran una licenciatura uno tras otro, pienso en mi amiga Lolín, señora de la limpieza, que es un hada buena capaz de hacer milagros en oficinas y polígonos industriales, en lo más indecoroso, sucio, desportillado y mal pagado, con la sonrisa y la chispa de su ironía. Con la ternura de su compasión, ayudando a los niños de la guerra de los Balkanes y capaz de quitarse el pan que no le sobra para compartirlo y siempre que puede acudiendo a las asambleas ciudadanas o actos culturales de  su pueblo con todo el interés y el compromiso. Y me alegra infinitamente que mujeres de esa talla de corazón gigante e inteligencia natural extraordinaria, siempre lúcidas, solidarias y dispuestas a luchar por lo más justo, se animen a formar plataformas e iniciativas sindicales de apoyo mutuo, que es lo que en origen fueron los gremios sectoriales y sindicatos horizontales.

En la PAH, por ejemplo, las mujeres son el alma y la energía más activa y emprendedora. Lo mismo en las mareas. Igual en la crisis española que en la griega. Inolvidables las limpiadoras de los ministerios en Atenas. Aristófanes se quedó corto en su Asamblea de las mujeres, aunque ya intuía otras dimensiones más allá del escenario. El lado maternal de la conciencia tiene mucha fuerza que aportar a los movimientos sociales, que sin ese impulso femenino siempre andan cojos y como huérfanos de madre. Desamparados de sí mismos. Ellas lo remedian siempre con algo más que empeño. Con amor. Un amor raro que la situación tal vez no merece, pero que ellas regalan a pesar de los pesares, rebozado en justicia, que es la primera evidencia del amor. Ciudadanas en la vanguardia de la dignidad. Siempre como los chorros del oro. Esas kellys incansables. ¿Cómo sería la sociedad sin ellas? Pues eso, suciedad al completo y a tutiplén. Imaginemos los palacios, los despachos de los ministros, los templos, los museos y bibliotecas, los teatros, los juzgados, las grandes superficies comerciales, los restaurantes, los bares, las oficinas, las escuelas,los hospitales y centros de salud... sin las mopas y fregonas, sin el arte del aseo que consiguen  esas varitas mágicas del orden y la higiene, del Feng-Sui y su equilibrio, que nos aportan como cosa "natural" la dedicación y el sacrificio tan mal valorado de nuestras imprescindible kellys. El alma y el aroma de la vida cotidiana en limpio.

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