jueves, 7 de febrero de 2013

Y lo que nos echen...


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¿Podemos aguantar así seis años?




Los españoles al uso, por desgracia, son como un acerico histórico. Un acerico es la almohadilla que sirve para que las costureras y sastres pinchen alfileres y agujas. Como el vudú de la modistería. 
Desde la época de Viriato los habitantes de esta península se han acostumbrado a todo. A todo lo peor, of course,  y han desarrollado un estoicismo estéril, pétreo, de supervivencia in extremis, una resignación patológica, un senequismo nihilista e incomprensible. Una tolerancia absoluta a la frustración que se ha convertido en una cutresofía ecológica; o sea, adaptada al medio que la contiene y que a su vez le da forma y sustancia. Los españoles al uso se han fundido orteguianamente con su circunstancia y , salvo excepciones peligrosas y arriesgadas, han dado la espalda al progreso, a la evolución y al verdadero desarrollo que se ha quedado en las lindes de aquellos "planes de desarrollo" franquistas, como el de los pantanos del "plan hidrológico nacional" o como el Badajoz y el Jaén, que a lo más que aspiraban era a sacar de la miseria a los campesinos a base de tomates y aceitunas para todos sin crear vida ni cultura ni infraestructuras sociales como hospitales comarcales y ambulatorios como escuelas públicas eficaces e institutos de enseñanzas medias y de EFP suficientes, capacitados para formar y educar generaciones de jóvenes sin medios para desplazarse fuera a estudiar si no era en seminarios diocesanos aunque sólo fuera para comer cada día y dejar de ser analfabetos, si se era varón, con posibilidades de llegar a ser cura a cambio de los servicios prestados; y universidades regionales que permitiesen realizar estudios más cerca del lugar donde se habitaba, lo que produjo la huída migratoria en masa del mundo rural a las grandes ciudades con el aumento impresionante del chabolismo y otro tipo de miseria: la suburbana, aún más más horrible y degradante que la digna austeridad del campo. 
Nada de escuelas ni formación cultural y técnica; nada de estudios verdaderos. Las escuelas y la enseñanza rurales carecían de medios, de inversión, de dedicación institucional. Cada dos o tres años aparecía un inspector de enseñanza, preguntaba cosas a los niños y charlaba con los maestros, que no se atrevían a dar los informes reales sobre el estado lamentable de las escuelas públicas municipales, por miedo a represalias de los alcaldes y del régimen en general que podía mandar al maestro destinado a la región más remota y silvestre de la península o de las islas o del norte de África o a Guinea Ecuatorial, si se atrevía a  señalar los fallos del sistema.
Lo mismo valía para los mineros, los campesinos, los pescadores, los funcionarios, los metalúrgicos, los militares, los médicos o los enterradores. El silencio y el quietismo obediente era, y al parecer sigue siendo, al seguro de supervivencia. 

Con el destino de Viriato ya quedó claro para España y Portugal, que oponerse al poder para reivindicar justicia era un suicidio y que la justicia es como la lotería; si toca un gobernante justo, pues hay justicia, pero si toca una panda de forajidos, como ya nos viene marcando la tradición: a joderse tocan. O jódete y baila, como dice la maldición popular con que Andrea Fabra ya se ha encargado, como portavoz transparente del pp, de recordarnos nuestro destino secular. O sea, por los siglos de los siglos. 
España ha soportado cuarenta años una dictadura y Portugal otra, casi de la misma duración, la de Salazar, hasta el día de los claveles, que fue mucho más poético, hermoso y cívico, que el bochornoso y asesino 18 de Julio del 36 para los españoles. Y así andamos, como híbridos raros entre tortugas lentísmas  y  retrógrados cangrejos ermitaños. Desarrollando un sistema adaptativo y acomodaticio para sobrevivir al precio de nuestro desarrollo verdadero, sofocando la inteligencia, amordazando la conciencia, encadenando la libertad, ahogando la cultura y aplastando los derechos humanos, destrozando el presente pensando que el futuro será mejor, sin comprender que no puede haber futuro si no hay un presente que lo haga posible, si sólo queda un pasado, que además de estar muerto ha sido un dasastre y un modelo de pésima gestión, chapuzas a domicilio y mediocridad a la orden del día; y todo el lote por el módico precio de un plato de lentejas duras, escasas y mal cocinadas, pero medianamente seguras si no nos movemos y no provocamos otra algarada más, otra insurrección de vísceras cabreadas y bananeras, con muchos motivos muy mal gestionados, con muchísimo ruido y poquísimas nueces. 

Así, con ese rodaje, el español-modelo piraña ha desarrollado una capacidad picaresca y aliñada con el tipo sanguijuela, y unos sensores muy afinados para detectar donde hay que apostar en la cuestión del trinque. De modo que el español que no lleva en los genes ni en la educación esas características lo  tiene crudo y durísimo. O bien, se contagia de la mugre o bien será siempre un desgraciado, envidiado y zancadilleado por todas partes, si algo se le ocurre se lo chafan, nadie le toma en serio porque si no es capaz de abusar, mentir y aprovecharse de los chanchullos y "oportunidades", resulta un cobarde, un mojigato, un "cagao", un "pringao" lleno de escrúpulos de quien ya no se pueden fiar,  y entonces sólo le quedan dos opciones o se muere de asco, se pasa la vida despotricando "banales dicterios al gobierno reaccionario" como ya decía Machado, o bien, directamente se marcha para no volver nada más que en Navidad o en verano, mientras le queden parientes presentables que visitar. Cuando éstos desaparecen, no vuelve más, porque siente una tristeza y un desapego absolutos y ver el lugar de donde procede le causa verdadera depresión. No hay nada más que ver el programa "Españoles en el mundo" y escuchar los comentarios cuando se les pregunta si desean volver a su país de origen. Sonríen y mueven la cabeza..."pues de momento no, porque aquí, la verdad, se vive muy bien, tengo muy buenos amigos, mi negocio va estupendamente, mi trabajo está muy bien pagado, la gente es buena, y aunque pase este calor tropical o viva un invierno de cinco meses a 15º bajo cero y haya tenido que aprender el esquimal o el quechua, prefiero vivir aquí. Soy más feliz". Y lo dicen de verdad, con acara de satisfacción y contentísimos de estar a miles de kilómetros de Cutrelandia.

Para muestra un botón: Anteayer Ada Colau se presenta ante la comisión del Congreso para informar sobre la cuestión legal de los desahucios. Informa perfectamente. Nadie le pregunta nada. Ella ha comentado al principio de su intervención la justa indignación que le produce que la hayan condenado a comparecer por la noche siendo la única participante que no vive en Madrid y debe regresar a Barcelona para dormir en su casa. Y que nadie haya desaprobado las declaraciones del representante de la banca que ha intervenido antes que ella con su plan de desguace absoluto. Y dice la opinión que le merece la actuación y el cinismo de los banqueros. El presidente de la comisión no dice ni pío acerca del problema de que se trata, sólo se fija en que Colau ha "insultado" a la banca amiga y le pide que se retracte. Colau se niega. Un diputado  pretende apoyarla y el presidente casi no le deja hablar. Resultado: el pp rechaza el dossier del grupo anti desahucios y esta mañana la acampada ante Bankia ha sido levantada por la policía. Por una policía pagada con los impuestos de los estafados por Bankia y que está controlada por los políticos que los estafados por Bankia y por los desahucios, contribuyen a mantener en el poder con sus votos y sus impuestos. Y todavía las encuestas conceden al pp un 35% de votos...con Bárcenas, la Gürtel, Pujoles, Urdangarines, etc, etc...

Creo que si ese prestigioso comentarista del Financial Times afirma que España lo está haciendo fatal y se asombra por ello, es que no conoce el lado heavy de España, su extenso y latifundista dark side; a lo mejor si leyese a Preston, Thomas y Gibson, a la generación del 98, Valle Inclán incluído, a Blasco Ibáñez, a Pérez Galdós y al mismo Orega y Gasset, no le parecería tan extraño.
Lo "natural" en el patriotismo parece que es la defensa a ultranza de lo propio frente a lo ajeno. "Levantar la moral patria como sea". Pero no es así. El verdadero patriotismo es la honradez honesta de la verdad y no se puede levantar una moral que es patológicamente minoritaria para una mayoría absoluta que la asfixia constantemente con su lema: "la desahucié y la recorté porque era mía y te jodes o te vas, si no tienes agallas para hacer  lo mismo que yo y además ganarme".
Escribir desde lejos sobre lo que nunca se ha soportado de cerca es una quiniela que pocas veces se acierta a la hora de analizar en profundidad. Internet informa, pero no enseña. Enseña la experiencia que es la madre de la ciencia, como ya demostró en tiempos, precisamente, el empirismo inglés, con Francis Bacon, Thomas Hobbs , David Hume y John Locke. Para hablar y escribir sobre España hace falta vocación de pocero y excavador naturalista y empírico, o haber nacido en ella y sufrirla desde la desesperación y la capacidad de análisis imparcial. Preston, Thomas y Gibson, como pasó con Gerald Brenan, conocen España como la palma de sus manos y con la mirada serena del científico. Saben de qué va la cosa mucho más allá de lo que ahora despunta sólo como la cima de un iceberg gigantesco y de profundidades abisales. Ahora sufrimos el síndrome descompuesto de una enfermedad ancestral. Viejísima, que no puede resistir el reto postmoderno de la globalización. No porque falte inteligencia ni estudio, sino porque ni la inteligencia ni el estudio tienen sitio en una caverna infinita llena y gobernada por dinosaurios. No son valores que los habitantes del antro consideren importantes si no sirven para forrarse inmediatamente, sin esfuerzo, trepar a puestos decisivos y millonarios, trabajando lo menos posible y compadreando todo lo que se pueda y más, sin escrúpulo alguno de algo que les suena hasta ridículo: la conciencia. 

Mientras España siga contemplando la historia desde la pantalla, la radio, el periódico y la cháchara, estará condenada a ser protagonista y sufridora de una crisis perpetua, a la que ya está tan acostumbrada que cuando las cosas mejoran no se fía y las destroza para tener la seguridad de que sigue controlando su descontrol y nadie va a cambiar su tradición eterna de arruinar lo mejor y exaltar lo peorcito de cada casa, mientras, eso sí, salga rentable para el propio bolsillo. Una España, que ha heredado el mantra "cuanto peor para todos mejor para mí" , merece lo que se está trabajando con tanto afán: convertirse en casino flotante en un inmenso pantano... de mierda. 

Por otro lado sobrevive el milagro de la buena gente; la que se asocia, coopera, piensa, crea, se implica, se quiere, inventa, no se da por vencida en su noviolencia, es humilde, sabe aprender y trabaja por la justicia. Lo que no queda muy claro es si esa España terminará por emigrar también y repartirse por el mundo, para que la España cutre, peleona, zafia, garrula, chanchullera, dinosauria y corrupta por acción u omisión, tenga el respiro de algún programa televisivo que, de vez en cuando, cualquier lunes por la noche, entre "Águila Roja" y Telecinco, le cuente lo que podría haber sido y no fue. Y entonces reaccione con su orgullo estúpido y su envidia rastrera, mientras juega con el wathsapp y la play: "A saber con quién se habrán acostado estos en esos países y a cuántos estarán engañando, para estar a sí de bien". La Ehpaña de charanga, pandereta, pantojismo, belenesteban, populismo y gaviota silvestre.
Que Dios nos coja confesados o nos dé un pasaporte a cualquier sitio, menos a la desgraciada Europa del Sur en manos de lo que hay. Amén


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