¡Aleluya! Un papa que dimite. La mejor decisión que un "vicario" (o un sicario) de Cristo, puede tomar. Irse. Abandonar el timón oxidado y falseado de la barca de Pedro. Reconocer que ya no se puede seguir remando y que una responsabilidad le viene tan grande que agota las propias fuerzas, que evidentemente no eran las de la providencia, sino las del dogma, la institución y el poder mucho más temporal e intrigante que limítrofe con la auctoritas ética que concede la proximidad de lo espiritual. Benedicto XVI se jubila con Febrero, para ir sobrehilando el invierno y anticipar la primavera, volviendo a su nomenclatura de origen: Joseph Ratzinger.
Aunque uno no se sienta católico ni cristiano, sería bueno agradecer gestos de este calibre, por lo que tienen de ejemplarizantes. De inteligentes. Y justos. El pontífice se ha visto enfrentado a su conciencia, a su pobreza frágil, a su limitación. Ha comprobado que no es vicario de nadie, que su reino es simplemente de este mundo, que nada tiene que ver con ningún dios; simplemente es el altar y el templo de uno más de lo que Francis Bacon llama idola tribus, idola specus, idola fori, idola theatri. Ídolos acomodaticios que sirven de distracción a la mente humana. Los hombres grises de Momo que describe Michael Ende. Las representaciones tribales, reflejas, parlantes y teatrales que absorben y consumen nuestro tiempo y energías, en las que la peña se encastilla para no crecer ni evolucionar, para permanecer en el mismo estado de inopia límbica que llama "vida humana" cuando sólo es un vegetar con vocación de rebaño. A lo que las religiones contribuyen y han contribuído desde siempre, convertidas en un poder más, como el político, el económico y el mercantil.
Lo que Jesús de Nazareth o Sidharta Gautama dejaron como legado fundamental no lo han recogido sus secuaces. Al contrario, han formado unos tinglados, que apoyados en las enseñanzas y prácticas "aprendidas" y casi nunca vividas, sino convertidas en rituales vacíos y encantadores de serpientes, terminaron por convertirse en funciones de gobierno y de estado, sin recordar que Jesús nunca quiso que le proclamasen jefe de nada y eso le costó la vida y que Sidharta abandonó felicísimo la tentación dinástica de convertirse en rey, para conseguir encontrar el reino eterno en sí mismo como en el Universo visible e invisible.
Reconforta que un gerifalte religioso, representante, no de Dios, sino del tinglado consuetudinario que se ampara en dioses-idola, o sea en marionetas sin más titiritero que el ego humano, deje el trono de mando, las tiaras, los bastones y cetros, capas de armiño y zapatitos rojos, anillos y zarandajas, coronas e inciensos, las intrigas de pasillo, de capilla, sacristía o potala. Que asuma su humanidad precaria y diga: "Basta, no puedo con esto. Mi presencia es una sombra superflua que impide a la conciencia humana despertarse. Más que ser un representante de la divinidad, caso de que exista, de lo que yo mismo no estoy muy seguro, soy una nube negra que impide verla, sentirla o intuirla y mucho menos conocerla y disfrutarla. Así que para no seguir haciendo de pantalla opaca y, de paso, para evitar que me exhiban hecho un guiñapo en olor de fanatismo, como le sucedió a mi antecesor en el cotarro papal, -cosa que yo, su guía y director de maniobras, no impedí-, me jubilo. Que ya sé de qué va esto. Que hombre prevenido vale por dos. Que el marketing no tiene entrañas y en cuanto te ven un poco fané te hacen chichinas como a Michael Jackson para poder venderte como sea, si ya no eres capaz de hacer dignamente una gira mundial urbi et orbe. Espero ponerme a salvo en un convento de clausura camuflado de otra cosa, -por si las moscas- donde los tiburones del gremio curial no me tengan demasiado a mano ni me conviertan en la segunda versión sádico-glamourosa de Wojtila o de thriler mafioso como al pobre Albino Luciani, que en paz descanse. Que a la curia la carga el diablo. Si lo sabré yo de primera mano!"
Con ese gesto el profesor Ratzinger, de vuelta de su viaje triunfal sobre la curia y convertido en su víctima, ha comprobado in person, que sit transit gloria mundi. Y que seguramente su eterno e inevitable rival, el profesor Hans Küng, como María de Betania, eligió el mejor camino. El de la parousía global que nace dentro del hombre y se extiende como la luz y el perfume de la inteligencia real, la intuición de un tiempo nuevo y se dedicó discretamente a su cultivo. Ratzinger eligió, por su parte, el rol refunfuñón y un poco gafe, de Marta. Los fogones donde se cuece el poder y se tiene la sartén por el mango y la llave de la despensa. No se imaginaba que el fuego del hogar se extinguiría por falta de combustible y que la despensa se quedaría vacía por falta de cosechas y de alimentos. Por abundancia de roedores y raposas. De polillas y pelusas. De caspa meapilas y ausencia de amor y de confianza, inflación de sermonería y escasez, más que de fe teórica, de práctica realizadora de la intuición infinita, hecha carne, hecha hombre. Y mujer.Justicia, armonía y solidaridad. Hecha evolución.
A Benedicto se le atragantó el Evangelio desde al principio. Desde el prólogo. El de Juan, claro. Por eso se le ha pasado el arroz; no sabía donde estaba el salero y su guiso no sabe a nada. Tampoco dio con el paradero de la levadura, por eso no le ha subido el pan. Y tampoco ha podido atinar con el interruptor de la corriente divina que mueve todo: por eso el pobre ha tenido que andar a tientas entre los dogmas, tropezando con las suspensiones ad divinis para teólogos lúcidos, el susto, la rehabilitación de Judas, la supresión del limbo, las metedura de pata contra Mahoma, las cataratas de la pederastia y el despido improcedente de la mula y el buey en los belenes navideños.
Pobre Benedicto. Si lo hubiese sabido, a lo mejor se hubiese quedado en Tubingen dando clases y soportando que los alumnos se le escapasen a las clases de Küng. Aunque ya el número elegido, XVI, marca el arcano de La Torre en el tarot. La Torre es el derrumbamiento total de los viejos esquemas, para que puedan surgir los nuevos; se derrumba tocada por la suave ligereza de una pluma que baja del cielo, y así se desmorona. El efecto pluma, como el mariposa, son física cuántica. La manifestación más patente de la presencia y simple acción del Espíritu, que no suele entretenerse en las fumatas vaticanas, sino que prefiere soplar donde quiere, como quiere, hasta que alguno le abre la puerta, le deja entrar y todo se hace nuevo. Sin depender de que el anfitrión lleve sotana o túnica, vaqueros o turbante, papamóvil, bici, patinete. O vaya simplemente a pie.
Gracias, Benedicto, por el detalle. Seguramente es una gran lección, que en este momento al Gobienno de Ehpaña, tan católico y rajatablas con tus dictados y visitas rentables, le está indicando la salida del atolladero. Lo que no se puede asegurar es que tengan el talento y la inteligencia de comprenderlo e imitar ese buen ejemplo. Qué dura penitencia para los españoles, ex-santidad.
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