Se han levantado voces que fustigan el abucheo, curiosamente cuando se ha producido ante la presencia de alguien que les interesa o que les importa, como en el caso Talegón-López Aguilar. Curiosamente hasta ahora no sólo no habían dicho ni pío contra los abucheos a políticos, gestores o gerifaltes de otros bandos, sino que los han considerado noticias muy positivas y justas.
Para empezar habría que recordar el verdadero significado de la palabra abucheo: "acción colectiva en la que el público manifiesta su disconformidad y disgusto ante hechos o personas que les resultan molestos y non gratos por su inoportunidad, por su poca calidad o por sus comportamientos inadecuados". El abucheo, queridos abucheantes gráficos del abucheo sonoro, no es un linchamiento, ni una agresión violenta. Es un recurso democrático cuando una democracia se deteriora desde arriba o simplemente no existe como tal democracia y los ciudadanos no disponen de recursos ni cauces inmediatos para denunciar puntualmente lo injusto, molesto, inadecuado o erróneo de una situación.
En el caso Talegón nadie dijo nada contra su persona, que merece todo el respeto del mundo, como todo ser humano, hasta el más vil. Lo que se manifestó legítimamente fue el fastidio por la presencia "partidista" e inoportuna por un lado y oportunista por otro, de políticos "oficiales" en funciones, con escolta de prensa y propaganda. Nadie hubiese dicho nada si Talegón y el exministro hubiesen acudido a la manifestación sin fanfarria adjunta y si hubiesen rechazado a la prensa y se hubiesen negado a ser carne de reportaje, por respeto al dolor y al desgarro humano. Como hizo Zapatero el 11M de 2004 cuando en la puerta de un gran hospital al que acudía para interesarse por las víctimas y sus familias la prensa le pedía opinión sobre las gravísmas mentiras el pp. Se negó a responder por improcedencia y sólo dijo a lo que iba, no como político sino como persona y pidió que le dejasen en paz porque él no era una noticia. Ahí se ganó mi respeto y mi voto. Y creo que los de toda mayoría que votó a su favor. Por suerte o por desgracia, en los partidos de izquierdas, aún hay clases. Lo que no es muy común en otros partidos cortados por un único patrón-modelo.
Me parece oportuno señalar la importancia de que la democracia empiece a diferenciarse de la partidocracia. Eso dice mucho de la mayoría de edad de una gran parte de la ciudadanía. Los partidos no son el fin último, sino el medio, la herramienta, los canales, por medio de los que los ciudadanos se sienten representados, o no, en el gobierno y gestión de los asuntos públicos. En el momento en que los medios y herramientas se centran y se encastillan en sus problemas internos y en sus asuntos propios, y hacen del partido su fuente de recursos, de sueldos vitalicios y de sus "carreras" profesionales, pierden su legítima representatividad, porque ya no defienden a quienes han dejado de representar para representarse a sí mismos. Es el caso de todos los partidos que actualmente cooperan mucho más en el caos que en el gobierno del país. Por esta razón están siendo los ciudadanos los que deben organizarse políticamente y lo están haciendo. Y muy bien. No queremos un estado-negocio, sino un estado-servicio. No queremos jefes ni gerifaltes, queremos servidores responsables y honestos del Estado, o sea, de la ciudadanía que es su cuerpo social y la causa primera y última de todo movimiento político. Cuando esto no se tiene claro, no es nada extraño que las manifestaciones reivindicativas tomen las calles y que el abucheo sustituya a la normal expresión democrática en las urnas; ya que la ciudadanía es soberana para votar cuando le mandan hacerlo, pero no es así cuando necesita votar con urgencia un cambio imprescindible. Entonces está atada de pies y manos a una "legalidad" que ha perdido legitimidad, soberanía moral y licitud. Que es el caso que ahora nos toca vivir por fuerza.
El abucheo es lícito y legítimo cuando la legalidad injusta y ad partitiones impide que las necesidades y reclamaciones básicas de la ciudadanía se vean atendidas. Y por eso se considera democráticamente lamentable y muy poco político y ético, que miembros de partidos mucho más politicantes que políticos, con la mejor de la intenciones, seguramente, intervengan a título publicitario que puede resultar oportunista en unas reivindicaciones cívicas que, precisamente, están provocadas por la ineficaz, turbia, cobarde y cómplice politicancia de una partidocracia mucho más parásita que útil. Una partidocracia es una burla cruel de la democracia.
Hay dos soluciones: o cambian los partidos o desaparecerán absorbidos por el tsunami de la conciencia verdaderamente política de los españoles, que irá creando sus cauces legales, como no pudo hacer en el siglo XVIII cuando las primeras democracias modernas se instauraron en la historia ni en el siglo XIX cuando se proclamó la primera constitución ni en el siglo XX cuando fracasó la segunda república y la última monarquía-chapuza post dictatorial sacada de la manga del dictador para prolongarse post mortem en una jauría de perros con distintos collares. Pero todos atados y bien atados con las mismas longanizas: la pasta y el pastón.
No nos molestan para nada las inquietudes de Beatriz Talegón, de López Aguilar o de Pablo Iglesias "Tuerca" ni de nadie. Simplemente exigimos como ciudadanía que se respete nuestra dinámica legítima y que quien quiera sumarse a ella se sume libremente, pero como ciudadanos de a pie que saben respetar las reglas del juego. Sin pedigrí ni escalas trepadoras ni dogmas heredados ni master de listillos adiestrados, ni chulería ppoppular o dinástica, como hoy denuncia Iñaki Gabilondo en su video cotidiano. Que de eso ya hay mucho y ya hemos visto en lo que desemboca.
La política verdadera es la gran oportunidad pedagógica y honesta, transparente y ética, para que los pueblos crezcan juntos y al mismo tiempo diversos y así se conviertan en ciudadanía universal mientras crecen en madurez adulta durante un camino democrático, solidario y respetuoso. No son separables realidades como democracia, flexibilidad y evolución. Y son impedimentos la violencia, la mentira, el dogmatismo y la intolerancia; todo esto junto y unido a la deshonestidad y la incultura, produce el cáncer de la corrupción y la muerte del Estado.
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