jueves, 14 de febrero de 2013

No esperemos que venga de fuera la fuerza que sólo nace de dentro


Vivirán peor ( o quizá no, tal vez vivan mejor de lo que les hemos enseñado a malvivir.ndr)

14feb

por Luis García Montero 


La desconfianza marca el ánimo de la vida española. No es sólo un sentimiento de gravedad individual. Hay una clara dimensión social de la desconfianza. Es esta dimensión la que desemboca en el descrédito de la política.
¿Es que podemos hablar de confianza en años anteriores? ¿Hubo confianza en los años sesenta o noventa? Como telón de fondo, creo que sí. Por muy difíciles que fuesen las situaciones en la dictadura, por muchos errores que se cometieran en la Transición, había confianza en algo decisivo cuando se habla de estados de ánimo y de comunidad: los hijos iban a vivir mejor que los padres. Los sacrificios y la valentía, la lealtad y el esfuerzo estaban justificados por una recompensa posterior.
Ese es el relato que hoy se ha quebrado. Convivimos con indicios muy claros de que nuestros hijos vivirán peor que nosotros. Las altas preguntas sobre el futuro se encarnan en un malestar muy humilde. ¿Qué va a ser de ti?, ¿cómo vas a vivir?, ¿encontrarás trabajo?, ¿deberás irte de España?, así fluye el interrogatorio silencioso de un padre cuando piensa en su hijo.
Se trata de un interrogatorio que debe tenerse muy en cuenta para comprender la pésima consideración que hoy tienen los españoles de la política, los partidos y el Parlamento. La corrupción es un espectáculo bochornoso, ensucia un país, pudre las costumbres. Pero cuando hay dinero que repartir para todos, los ciudadanos sin escrúpulos se acostumbran por desgracia a vivir en la infamia. Muchos alcaldes corruptos han sido premiados con abrumadoras mayorías.
El sectarismo, las mentiras electorales, las promesas partidistas, las interpretaciones tergiversadas de la realidad, la ley del embudo y el clientelismo -todas las características propias de la representación política bipartidista-, componen un espectáculo molesto, triste y poco gratificante. Pero, por desgracia, los ciudadanos acaban utilizando el rencor y el miedo como moneda de cambio y acuden a votar no por fe en los suyos sino por desprecio de sus adversarios.
Lo que realmente destruye el juego político es la desconfianza en el futuro, o sea, la pérdida de fe en la soberanía popular, la conciencia de que el Parlamento no sirve para solucionar los problemas y que los hijos, por mucho que se vote, acabarán viviendo peor que los padres. Esta es la sensación que tienen hoy los españoles. Con más evidencia que en otros países europeos, porque nuestra famosa Transición pacto una democracia limitada y precaria, sentimos que el Parlamento no es un lugar útil, un espacio de decisión, un taller de futuro. En despachos de gente no votada, ámbitos opacos y extranjeros, los especuladores toman la decisión de lo que será la realidad de nuestros hijos. Y las élites españolas, contentas de mantener sus privilegios, abandonan al país en manos del negocio ajeno y aceptan un acelerado empobrecimiento general.
Nuestros hijos, pues, vivirán peor. Esa es la razón definitiva del descrédito de la política española. Sólo queda aclarar una cosa: ¿qué significa vivir peor? Desde mi punto de vista, que es un punto de vista precavido, vivir peor significa convivir con menos derechos cívicos, con unos servicios públicos deficientes, con una sanidad deteriorada, con una educación poco igualitaria, con una legislación laboral humillada y con unas pensiones frágiles. Una condena de inseguridad social perpetua.
Las élites españolas nos convencieron en los años 80 de que vivir mejor significaba consumir más, jugar a la ruleta del dinero. Ahora intentan convencernos de que saldremos de esta crisis cuando vuelva a moverse el dinero, cuando el consumo se desate y las calles se llenen de desperdicios en una moral de usar y tirar. Pero ese regreso del dinero no impedirá que nuestros hijos vivan peor, con menos derechos cívicos, porque la reactivación de la economía será elitista, antidemocrática e insolidaria.
Para que nuestros hijos vivan mejor y para que se recupere el crédito en la política, más que en el dinero hay que pensar en un Parlamento capaz de defender los derechos cívicos.
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Como siempre García Montero da en la diana con su lúcido análisis empírico; sin embargo hoy me gustaría comentar algo más. Vivir peor es vivir sin conciencia; mucho peor que vivir sin derechos, sin dinero y sin facilidades. Y por desgracia precisamente las "facilidades" del consumismo han vaciado los contenidos de la conciencia. Nuestros hijos se han educado en medio de un desastre ético, fundamentalmente, en un pantano de inercias cómodas y no han aprendido como se pueden generar recursos, soluciones e ideas. Tampoco tienen una sana tolerancia a la frustración; casi como nosotros, los padres y madres encargados de su crecimiento y educación, influidos más por lo que ven en nosotros que por lo que les aconsejamos y decimos. A nosotros tampoco nos enseñaron como se hace esa alquimia que consiste en aprovechar los escombros para hacer una nueva construcción más inteligente y útil. Y hasta más bella. Y eso es lo que ha erosionado la sociedad entera desde siempre, no de ahora, aunque sea ahora cuando los tiempos nos piden la factura del camino andado como entrada al tiempo nuevo mediante una catarsis, más que lógica, viendo como nos hemos comportado en los tiempos del alucine colectivo. A pesar de la crisis ahí están nuestras criaturas manejando móviles, consolas, motos, coches, Ipod, portátiles, wathsapp y últimas tecnologías sin cuestionarse nada y comprando esos juguetes con dinero de sus padres mientras los recortes no lo impidan. Así fue con las vacas gordas y sigue con las flacas. 

Se pueden inventar modos sencillos de vivir ahora , no en el futuro, que nunca llegará, porque cuando llega siempre es presente. O sea, que de lo único de lo que de verdad disponemos, es el presente. Y en él hay que volcarse. Islandia fue el primer país que sufrió el desastre. Todos perdieron todo. Pero al parecer quedaban ciudadanos no corrompidos y con las neuronas sanas que encendieron la mecha de la cooperación y de la justa reivindicación en el presente y han podido hacer del futuro el presente continuo. Salvarse de la quema, salirse de los mercados especuladores internacionales y crear empleo. Nosotros, los ciudadanos, también lo estamos intentando. Movimientos cívicos democráticos se están comprometiendo en muchísimos sectores alterativos a este caos. Alejándose de la politicancia y haciendo verdadera política, como son el movimiento 15M y las plataformas cívicas populares que pretenden reconvertir en legitimidad la legislación vigente e infumable que nos gobierna "legalmente". Con medio millón de firmas ya podemos tener voz reconocible y plantar cara a la desvergüenza irresponsable y a  la incuria institucional. Seguramente ahora mismo el peor enemigo que tenemos no es la crisis ni siquiera la corrupción, sino el pensamiento amaestrado para la resignación y el lamento. Dos colegas nefastos si se quieren cambiar las cosas.

Es cierto que todo está fatal materialmente respecto a los años de derroche, pero está infinitamente mejor que en el año 29 del pasado siglo, e incluso mejor, humanamente hablando que en medio de la burbuja y el pelotazo que nos arrancó la lucidez y el sentido dela realidad. Porque hay en el Planeta mucha más sensibilidad e inteligencia despierta. Mucha más conciencia en los ciudadanos de la Tierra; y muchos más recursos a nuestra disposición. Recursos humanos, no financieros; y donde un hombre o una mujer completos e inteligentes coloquen su capacidad, el dinero es un factor secundario y si hace falta, se crea y se produce y si no es preciso, se trabajan y se crean otros niveles muchos más satisfactorios y productivos de verdad.
Un pueblo unido nunca ha sido vencido, y si además esa unidad viene del consenso inteligente y práctico, solidario y aterrizado, no hay quien lo frustre ni lo detenga. Y ahora hay que superar el agente paralizante que es el miedo a un fantasma: el cuento desmoralizador del "futuro" como amenaza. En esa elucubración se nos va la fuerza y la iniciativa que nos está dejando sin presente.
Los que impiden desahucios y lo consiguen constantemente, no piensan en el futuro sino en la inmediatez de salvar un abismo "legal", pero ilegítimo, ilícito y delictivo. Quien pone en marcha un proyecto agrícola alternativo no piensa si  el futuro será así o asá, sino en la siembra activa, en roturar, en regar, podar y ver cada día el crecimiento, sólo cuando ve la cosecha se ocupa de gestionarla, quien se levanta cada mañana y va a la escuela no piensa en el futuro sino en el paso diario que hay que enseñar y aprender mutuamente, quien se toma una medicación para curarse tampoco piensa en el futuro sino en aliviarse ahora, cuando pintas, dibujas, compones o pares un poema o un hijo, no piensas en el futuro ni el pasado, tu gozo o tu penitencia, es presente puro, cuando cocinas y comes o duermes, lloras o ríes sólo hay presente, cuando eres consciente del amor que sientes en lo más hondo del sentimiento y del ser, cuando abrazas a tus amigos y seres queridos no piensas en el futuro ni en el pasado: todos pensamos y vivimos naturalmente lo que nos ocupa.
El futuro, como el pasado, no nos ocupan, nos post-ocupan o nos pre-ocupan y nos entretienen con la falacia engañosa del regodeo mental y del temor visceral a perder lo bueno o de echar de menos lo "mejor" que se tuvo, inflado y remodelado por el recuerdo fósil o embellecido por la ilusión fugaz de lo futurible, y condenado irrevocablemente a escaparse con sueños irreales al  un  porvenir inaprensible , que simplemente será el resultado matemático del talante con que vivimos hoy. "Como a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor" decía ya Jorge Manrique, haciendo hincapié en esa condición viciosa e inconsciente pro-lamento y pro quejío tan bloqueante como inútil.
Es cierto que en este momento tenemos una evidencia muy oscura y dramática delante, pero está en nuestras manos cambiarla empezando a vivirla con otra disposición. Parte del complot que nos maneja está orientado a destruir nuestra alma, nuestra autonomía emotiva y mental, nuestra raíz soberana y solidaria, para acabar de castrar nuestra esencia libre y autodeterminada. Es fundamental aprender juntos a vivir de un modo distinto, creativo, solidario, positivo y abierto a toda posibilidad actualizada por la realización concreta, el proyecto en realizacióny la puesta en marcha. Salir de la costra y ver como podemos regenerar la herida aquí y ahora. Sanarla y cambiar en proceso. Y aprender a valorar la calidad de las oportunidades de crecer realmente por encima de la cantidad de chollos efímeros con adormidera incorporada. Abandonar el tópico de lo "irremediable" por la realización de lo sorprendente. Cambiar la falsa seguridad que viene de fuera, de cualquier flautista de Hamelin, por la luminosa y mágica teofanía de la serena confianza en el mejor recurso que tenemos: nosotros mismos unidos por el amor y la belleza del presente. Cosidos a la vida y al prójimo con el hilo fuerte y resistente de la fraternidad. No rendirse ni un segundo ni ceder el poder interno a la negrura y al humo de los hombres de gris.
Y cuando tu hijo o tu hija, por ejemplo, con la carrera de farmacia recién terminada te diga que antes que la "seguridad" de hacer el FIR, prefiere hacer un master de farmacia alternativa y medicina natural, de terapia ortomolecular, fitoterapia y de homeopatía spagyrica, porque tiene in mente otras salidas distintas a las "seguridades" cada vez menos seguras, apóyale, no le digas que lo deje y que haga lo "de siempre" que es más seguro. Porque "lo de siempre" no volverá. Y la recuperación del alma social y de la verdadera prosperidad, pasa por el riesgo y el reto de lo que todavía está por hacer, no por la momificación de lo que se hizo y ya se ha agotado. En las grandes farmacias que venden medicamentos alternativos ya hay colas esperando ser atendidas en ese departamento, mientras que en la cola ante el mostrador de "lo de siempre" no hay más de un par de personas  o ninguna. E incluso las mismas farmacias exhiben en una enorme pantalla de plasma un catálogo de los beneficios que reporta la medicina natural frente a la "otra". Los tiempos cambian a velocidad de vértigo y quien no lo comprende y no se sube al tren de una conciencia nueva, no podrá resistir el cambio, como el plomo no puede flotar en el agua ni los lingotes de hierro los puede levantar la brisa. 

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