domingo, 17 de febrero de 2013

El abucheo

Se produjo ayer en plena manifestación a favor de los desahuciados. Un clamor de todos. Hasta de la derecha más carca, que a su aire y por su cuenta,  salió a protestar en paralelo y en plan de dorados amaneceres griegos, por una España decente. La sociedad española está conmovida, espantada y cada vez más indignada por el aumento y la inflación de la desvergüenza, por la incapacidad gestora de unos "representantes" que han perdido toda legitimidad para representar a nadie.
Y en ese punto álgido aparecen los jóvenes neosocialistas, Talegón y López Aguilar. Se unen a los manifestantes de Madrid. Algo muy noble y solidario por su parte, si no hubiese sido por el apego al marketing publicitario, siempre tan oportunista para la "clase" política como inoportuno para los que la subvencionamos y aguantamos. No aparecieron de incógnito, como todos, como uno más. No. Aparecieron con la prensa en ristre y a todo despliegue; con entrevistas sobre la marcha de pasarela solidaria y benefactora. Y no está el horno para exprimir la naranja de la propaganda personal y de partido a costa del dolor y del suicidio de prójimo. Eso lo hacía "su excelencia el jefe del estado" en el NO.DO. Pero eso ya pasó. Ya no toca, Talegón y López. No toca seguir el rollete de la trepa, de las palabras bonitas y los hechos de siempre, de ese "siempre" mugriento y casposo, del que ya estamos hasta la boina. Todos y todas. 

Lo malo del socialismo español no es ni Rubalcaba ni Zapatero ni Chacón ni Elena Salgado, ni el tufo a mofeta del pasado Rinconete y Cortadillo versión cacique de los 90. No. Tampoco es lo malo esta renovación estupenda  juvenil que grita su escandalizada indignación desde un hotel de cinco estrellas en la costa portuguesa, al que por cierto, se ve que ha asistido como todos. Y cuando se vive de la política desde tan jovencitos ya no se distinguen las churras de las merinas. Debe ser eso lo que acaba por contaminar desde la raíz cualquier iniciativa restauradora. Es como la iglesia católica: predicando pobreza evangélica, no violencia y conductas transparentes desde el Vaticano. O castidad y pureza de intención siendo pederasta. Lo malo de todo esto es la ceguera. La que describe Saramago en su ensayo -radiografía. La ceguera que no permite ver quien es uno/a mismo/a ni distinguirlo/la de sus programaciones, que son los vicios mentales, conductuales, morales, emocionales y acomodaticios que nos ha inoculado la "educación" ambiental y familiar gota a gota, como un suero tóxico que nos arranca toda posibilidad de autorrevisión, de análisis honesto de nuestras inclinaciones e ideas prefabricadas o sea, de prejuicios en un sentido o en otro. Eso nos condena a la repetición del mismo programa y a seguir siendo para siempre la repetición de la misma historia patética, a menos que se despierte de tal melopea insensata, estúpida y mediocre. 

Talegón se ha precipitado en el tobogán mediático y ha pinchado su globo de idealismo reformista en un breve resplandor de relámpago. Como el asteroide o como el meteorito kazajistaní, pero con el único daño colateral de haberse cepillado su propia carrera de líder indignada en un momento de autoexaltación en olor de multitud. Será porque la ficción y la mentira que uno se cuenta a sí mismo y se cree a piesjuntillas, tienen las patas cortísimas. La mentira que uno, muchas veces con las mejores intenciones, se adereza y camufla como verdad, es de rápida combustión. Igual que la cera. Ante la prueba de fuego de la evidencia, se derrite. Como el carro de Ícaro. Y el personal chamuscado por tanta corrupción, tanta injusticia y tanto abuso, ya no pasa ni una. Le ve los tres pies al gato antes de que se le suba a la chepa una vez más. Seguramente la camarada Beatriz nunca ha leído a Marx. Y si lo ha hecho, ni se acuerda de lo que Marx escribió. Menos mal que la vida siempre da la oportunidad de que recordemos nuestros olvidos más importantes.

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