viernes, 5 de octubre de 2018

La voz de Iñaki




El discurso del rey

Así como la intervención de su padre el 23F había puesto punto final al golpe, Felipe VI sabía que su intervención no iba a detener la ofensiva independentista






El 3 de octubre, ayer hace un año, el discurso de Felipe VI sobre Cataluña marcaba su reinado. Tras lo ocurrido el día 1, Puigdemont había declarado que consideraba vinculante el referéndum ilegal y que iniciaba los trámites para proclamar la independencia en los próximos días. Hoy, un año después, pienso lo mismo que pensaba y dije aquel día, que en aquellas circunstancias la intervención del jefe del Estado era insoslayable porque Rajoy estaba, pero como si no estuviera, que con sus palabras Felipe VI se jugaba la corona, pero que para muchos se la estaba jugando ya con su silencio, que solo podía decir lo que dijo: defensa rotunda de la Constitución, denuncia a quienes la habían desafiado y llamada al restablecimiento del orden constitucional. Pero que, así como la intervención de su padre el 23F había puesto punto final al golpe, Felipe VI sabía que su intervención no iba a detener la ofensiva independentista. Por lo cual, al hacer lo que debía, sin duda era consciente de que estaba comprometiendo uno de sus atributos principales, su poder arbitral, y que junto al apoyo de la mayoría de la sociedad española, que necesitaba oír palabras de esa contundencia, se cerraba tal vez para siempre las puertas de una parte muy importante de Cataluña. Un precio altísimo pero ineludible o, dicho al revés, un precio ineludible pero altísimo. Muchos le reprocharon no haber incluido en el discurso ninguna palabra de sentimiento para los sucesos del día 1. ¿Hubiera debido hacerlo? Era difícil, pero tal vez sí. ¿Hubiera cambiado algo? Evidentemente no hubiera cambiado nada.

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En efecto, no habría cambiado nada. Porque cualquier discurso que provenga de un "monarca", o sea, un soberano, "monos(uno)-arconte"(de arjé=poder), poco o nada aporta en un estado "democrático", donde la soberanía, "cracía", (de crathos= gobierno),  debe ser del pueblo mediante portavocías elegidas en asamblea  y no de una casta dinástica salida de la  voluntad de una minoría en simbiosis que se nutre y se aprovecha del chollo monárquico a cambio de enriquecerlo y mantenerlo en el trono donde ambas castas se ponen ciegas arramblando con todo lo que pillan, y que para más inri, es resto hasta ahora indeleble,de la misma dictadura que impuso el enjuague, pasándose la soberanía del pueblo por la suela de la bota, con el truco digno de David Copperfield, de llamar democracia a semejante insulto a la inteligencia, que refrendaron con el 23F, que a estas alturas se ha terminado de revelar como un montaje para convertir a un rey que nadie quería en el héroe pírrico de una trama infumable.  Los españoles se lo creyeron a pies juntillas, como les pasó a Tejero y a sus huestes ff, franquistas y fachas vocacionales, que fueron los últimos paladines de la dictadura traicionados por sus propios jefes supremos. Un rey y su parentela hereditaria, cerrando como un paréntesis decadente y manipulado  una póliza de seguros para otra dinastía: la de Franco, con la triquñuela de una transición, que con el desmantelamiento de infraestructuras laborales, con el GAL y la corrupción, más lo que vino detrás a cargo del pp, ya tocó fondo antes de implementarse. Entonces muchos españoles comprendimos que aquello estaba siendo una noria en el mismo pozo, con distintos burros dando las mismas vueltas y sacando agua para los mismos de siempre, más los corruptos que se iban añadiendo al negocio político, pero nadas más.
En realidad, el ciudadano Felipe Borbón, podría ahorrase cualquier discurso, que es el mismo de Casado, Rivera o Aznar o las reflexiones incoherentes de Rajoy cuando no le escribían con claridad suficiente las peroratas.
En España se estrella contra un muro el panta rei de Heráclito. Porque aquí nada fluye, salvo la nada. Por eso no puede pasar otra cosa que no sea nada.

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