domingo, 14 de octubre de 2018

Ains!

Público.14-10-2018


¿No será ya  hora de plantearse si además de carísima y con sus dudosos y problemáticos resultados, ese tipo de medicación que se receta y despacha como churros es la adecuada para los enfermos?

La sociedad entera está aprisionada en un sistema sanitario terrible, donde el enfermo es una ficha de parchís y la enfermedad, un chollo para el sistema capitalista. Un derroche en tóxicos que matan más que curan.

 Necesitamos médicos visitadores de cabecera, de familia, asesores de salud, una educación sanitaria desde la escuela, escuelas de padres en los ayuntamientos que formen a las familias en el tema de la sanidad como responsablidad personal y de grupo de apoyo educativo, que expliquen la relación entre dieta, higiene física y mental, para potenciar la calidad de vida y la buena salud. 

 Si se invirtiese así, habría muchos menos enfermos y menos gastos en productos químicos que en realidad, y  con mucha suerte, alivian pero no curan, sinmo que con demasiada frecuencia resultan perjudiciales por sus efectos secundarios. 

Los farmacéuticos deberían ser asesores de salud mucho más que expendedores de potingues que ni ellos mismos ya saben fabricar. Y las farmacias se parecen cada vez más a los estancos que a su verdadera función. Una pena, un despilfarro, y una ruina para la salud y el bolsillo de los recortados y embaucados vía social y política. Además de un empobrecimiento para la sociedad en todos los sentidos, aunque, como siempre los beneficios materiales sean para los negociantes con la enfermedad. Perder la conciencia vocacional para la que se estudió años enteros y convertirse en marioneta del lumpen financiero camuflado de "servicio público" es un drama que no solo afecta a los médicos y farmecéuticas, enfermeros y cuidadores, sino sobre todo a la propia evolución de nuestra especie como a la integridad del hábitat en que vivimos y nos desarrollamos.

La salud como bien público y privado, es un tema del que la ciudadanía y la política sanitaria sólo se acuerdan, como de Santa Bárbara, cuando truena. Como pasa con los incendios forestales, la desforestación, el turismo como patología, el cambio climático, la contaminación, la corrupción del estado, los asesinatos de género, las migraciones incontrolables o las crisis económicas. No se toman en serio hasta que se caen encima de toda la peña, como las casas mal hechas. Y entonces no se aprende del fiasco ni del fracaso, porque si se carece de conciencia respecto a una misma como es el caso de la salud-dependencia, ¿cómo se va a tener conciencia de lo que ya escapa a la propia responsabilidad? Y entonces, se mira para otro lado, porque, desde luego, la culpa es del gobierno, de los dioses, de la mala suerte o del chachá, pero jamás se ve la relación del desastre en el mundus minor  con las consecuencias en el mundus maior.

La misma medicina recomienda que es mucho mejor y más inteligente prevenir que curar. Y no hay mejor prevención que la educación y el ejemplo social que nos educa, que enseña al ser humano a autoestimarse lo suficiente como para tratarse bien a sí mismo, formándose en la práctica con los mejores hábitos desde la infancia, en la familia como en la escuela y en las costumbres sociales que nos toca asumir, como el sentido de la fiesta que es un maltrato del organismo, unido al desequilibrio de la naturaleza como explotación (hogueras en el bosque y en al campo, caza por deporte y toros como diversión, barullo, atracones y borracheras, botellones, fumarse hasta el césped, poner azúcar hasta en el pan industrial, pasar jornadas enteras encerrados junto al ordenador y la tele, desinterés total por los asuntos comunes, dependencia mediática sin formación de criterio, adicción al morbo de la redes sociales, sin orientación cultural ni más referencia que los cotilleos de bar que se creen la fuente natural de información... hasta considerar que el estado tiene que ocuparse de lo que uno mismo renuncia a pensar, a discernir, a gestionar, a proponer y a comprometerse, consciente de que todo derecho lleva implícito un deber hacia el propio cuidado y el cuidado del entorno y al apoyo mutuo entre los miembros de la sociedad humana.

En ese plan, es normal y hasta lógico que todo (dis)funcione como se dice en Valencia, amb el cap per avall .

Ánimo y a despertarse tocan; y que las costumbres bárbaras  y estúpidas no se salgan con la suya como hasta ahora. El estado mejora si sus habitantes lo hacen. No es posible un cuerpo y una mente sanas a nivel colectivo si sus células están para el arrastre. Y no es solo una metáfora...

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