lunes, 29 de octubre de 2018



La política trol

Antón Losada


Decía Winston Churchill que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen y Andrè Malraux que la gente tienen los gobernantes que se le parecen
Pero en nuestro caso, sin duda, el castigo empieza a resultar algo más que excesivo 



Casado da su apoyo a la candidatura de Manfred Weber a la Comisión Europea
Pablo Casado EFE
Sostiene Pablo Casado que en las listas de Susana Díaz se presentan “Iglesias, Otegui y Torra”, o sea, los cómplices de Pedro Sánchez en lo que llama “golpe de Estado”; demostrando así que, efectivamente, hizo su carrera de derecho y su máster demasiado aprisa y no fijó bien conceptos básicos como “Estado”, “derecho” y “Estado de derecho”. Sostiene Susana Díaz que hay “una epidemia supremacista” contra los andaluces y que no va a permitir que “ofendan a Andalucía, que se metan con Andalucía, porque no lo harían en otros territorios”; dejando en el aire la duda de si la toleraría en caso de que la ofensa no hiciera discriminaciones territoriales.
Hablan como los añorados muñegotes de Canal Plus pero no son de látex. Se trata de candidatos de carne y hueso. Estamos a minutos de que alguien acuse a alguien de autoría de crímenes contra la humanidad y alguien llame a alguien nazi. Y aún falta un mes para las elecciones andaluzas. En campaña el tamaño de los titulares que nos llenen de asco o vergüenza cada mañana puede resultar épico.
En el márquetin político de hoy marca tendencia aconsejar apelar a las emociones del electorado. Pero una simpleza, por grande y burda que sea, no llama a los sentimientos, sólo invoca a la estupidez. Ver a los candidatos de la derecha tan convencidos de que sus votantes se movilizan a base de mentecateces y burradas, o ver a los candidatos de la izquierda esperanzados en que las barbaridades del otro muevan a los suyos, ofrece un excelente indicador del escaso aprecio y respeto que muestran la inteligencia de quienes les votan.
La política española se ha convertido un timeline tomado por los troles. Igual que acontece en Twitter, la gente sensata y con algo interesante que decir parece preferir quedarse callada y esperar a que se casen o se aburran, ignorando que un trol es, por definición, incansable. La deliberación pública tiene menos nivel que una comida de navidad llena de cuñados y quien tiene una idea o una propuesta, en realidad, tiene un problema. Escuchar hablar a muchos de nuestros representantes sobre pensiones, sanidad o educación es llorar y comprobar que, no solo no saben de qué están hablando, sino que carecen de la más mínima intención de aprender.
El cuñadismo y el narcisismo campan a sus anchas por esta política trol que no parece tener limites ni vergüenza. Decía Winston Churchill que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen y Andrè Malraux que la gente tienen los gobernantes que se le parecen. Pero en nuestro caso, sin duda, el castigo empieza a resultar algo más que excesivo.

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