lunes, 15 de octubre de 2018

Comunicación + Tecnología - Conciencia = Desastre>Caos>Regresión política y social. De nosotras depende que esto no suceda, así que,ánimo y que nada frene nuestra lucidez solidaria y fraterna. Empatica y constructiva. ¡Gracias, Pérez Tapias!

ctxt.es

Leviatán enredado

José Antonio Pérez Tapias
CTXT es un medio financiado, en gran parte, por sus lectores. Puedes colaborar con tu aportación aquí.
Público-15-Octubre-2018

El presidente del país más poderoso de nuestro mundo –hablamos, obviamente, de Donald Trump- se dirige a diario, tanto a sus conciudadanos como a otros mandatarios internacionales, mediante mensajes la mayor parte de las veces histriónicamente imprudentes e insensatamente arrogantes, cuando no ofensivos a minorías o a mayorías, escritos y difundidos a través de Twitter. Por otro lado, podemos traer a colación cómo el presidente de una comunidad autónoma del Estado español –nos referimos, como se va a comprobar, a Carles Puigdemont- altera su decisión respecto a convocar elecciones por la hostilidad expresada en las redes sociales hacia tal medida, calificándole a él mismo de traidor a la causa de la independencia de Cataluña, de manera que deja constancia de la fuerte incidencia política de lo que muchos individuos vuelcan en sus tuits. Entre estos dos casos, podríamos citar innumerables ejemplos de líderes sociales y políticos que a través de las redes comunican urbi et orbi sus ideas o sentimientos, y así desde el papa Francisco hasta el fascista Salvini. Es algo que se presenta a diario, como cuando Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de España anuncia decisiones políticas en un escueto tuit o Pablo Iglesias, líder de Podemos, comenta en otro el pacto al que va a llegar con el PSOE. De tal manera, todos entran en el juego de la comunicación digital, bajando a la arena del horizontalismo e inmediatez de las redes sociales, con las miras puestas en una pretendida comunicación con la ciudadanía no mediatizada por nada. Pero la ganancia buscada en tal dirección no quita la contrapartida de una dinámica política atrapada en las ambiguas situaciones de las redes sociales y a expensas de la ambivalencia que suponen, no ya para los líderes individualmente considerados, sino para el Estado como ámbito de lo político.
Considerando los efectos políticos de la cultura digital y, concretamente, de esas redes sociales donde millones de ciudadanos y ciudadanas opinan, contestan, comentan y a veces descargan su ira hasta el insulto, cabe pensar que el Estado mismo, como ese Leviatán que parecía muy poderoso, y lo era, hoy se ve venido a menos en su condición de criatura artificial cuya alma, como Hobbes dejó sentado, se identificó con la soberanía. A ello le ha conducido el verse “en-redado” en la tupida malla tejida por la informática y la telemática, especialmente por el invento de las redes sociales, catapultadas por Internet a una posición de significativo predominio en el nuevo entorno en el que se ha ubicado nuestra realidad antropológica. Y eso dicho sin ahondar ahora en cómo la tan invocada transparencia provoca el desplazamiento de las zonas de opacidad… hasta las cloacas digitales donde los detritos del Estado enredan aún más a Leviatán.
Es cierto que entre los múltiples despliegues de la tecnología de la información y la comunicación, las redes sociales han hecho posible tal penetración capilar de la tecnología en nuestras vidas que llega a cambiarlas en profundidad, tanto en los recorridos biográficos como en las dinámicas políticas de nuestras sociedades. Así como, gracias a las tecnologías de la información y la comunicación, el conocimiento se produce y se difunde en formas en extremo novedosas, las relaciones sociales, con su incidencia en el campo político, se han alterado sustancialmente. Es eso lo que reclama con insistencia nuestra atención, dado que la problemática de nuestras sociedades necesita más que nunca de la política y ésta, a la vez, se ve sometida a profundas transformaciones que cambian radicalmente las que hasta hace poco eran pautas habituales en el ámbito político. Es por ello que el ejercicio del poder se presenta en modos diversos del pasado, afrontando necesidades de legitimación que antes no se planteaban y teniendo ante sí recursos de los que otrora no disponía. No obstante, el desfase existente entre las necesidades a cubrir y la utilización que se hace de dichos recursos en el marco cultural de la cultura digital, traída por la revolución informacional, hace que el edificio del Estado como objetivación institucional de lo político se vea sufriendo graves desperfectos.  Si en ese edificio, su habitabilidad depende de cómo se relacionen dentro de él ciudadanos y ciudadanas con quienes ejercen el poder, resulta que dicha relación es la que se ve modificada por lo que sucede en redes sociales como Twitter o Facebook, como bien ilustran los casos anteriormente mencionados.
El dejar atrás los cauces de mediación política en los caminos de ida y vuelta de la relación entre ciudadanía y representantes políticos está redundando en el agravamiento de la crisis de la representación política que ya venía de atrás. Las pretensiones de hilo directo entre el líder y sus potenciales seguidores, amén de acentuar el personalismo de hiperliderazgos que se quieren fuertes, a pesar del carácter efímero que puedan tener, da pie a las tan criticadas prácticas de tipo populista, máxime cuando los mensajes se abrevian al punto que apenas permiten hilazón discursiva y que se enfocan hacia la mera adhesión emocional, tal como se refuerza, por ejemplo, por las respuestas facilitadas según estados de ánimo al modo de “me gusta”, “me entristece” o “me enfada”. No cabe esperar demasiado de una comunicación en la cual la liquidez de los tiempos actuales se hace corriente de mensajes que se solapan con inmediatez de vértigo, sin importar siquiera que los emisores incurran en flagrantes autocontradicciones. Si recogemos el lema de McLuhan relativo a que “el medio es el mensaje”, el mensaje que hoy se traslada mediante las redes –se busca el tuit de impacto que pueda viralizarse, pues tras él irán los titulares de prensa- puede ser de lo más inconsistente, lo cual no ayuda a la recuperación de la política que demanda la misma ciudadanía.
Si se considera además cómo la política se subordina hoy por hoy a la economía, la impotencia que ello supone para los Estados no puede sino acrecentarse con la mayor mercantilización que afecta a la actividad política cuando ésta queda sometida a lo que para ella señalan los estudios sobre las grandes acumulaciones de datos que las mismas empresas tecnológicas reúnen y administran. La reducción de los ciudadanos a consumidores encuentra así la misma vía ancha por donde se vehiculan los mecanismos de manipulación política que desde la detección de demandas y tendencias, según las huellas que dejamos en las redes, de hecho están distorsionando procesos electorales. Cuando la soberanía política quedaba ya como sombra de una mitificación insostenible, la entrada en la órbita de esa nueva “psicopolítica” –así definida por el filósofo Byung-Chul Han- nos pone en tal situación que hasta puede disiparse ese “resto” de soberanía que los individuos podíamos ejercer con nuestro voto en tanto sujetos políticos dispuestos a ejercer nuestros derechos.
Precisamente cuando tratan de rebajarnos como sujetos políticos a un “mero haz de conexiones” –perversa réplica de la crítica de Hume al sujeto metafísico al considerarlo “haz de percepciones”–, nos queda reforzar nuestro potencial de resistencia como sujetos activos –participativos, políticamente hablando– para no vernos disueltos en la política líquida en la que nos quieren sumergir con relatos sin argumentos –no es lo que quería Lakoff cuando insistía en la necesidad de narratividad para la comunicación política– y con emociones ayunas de razones –no es lo que se le pasaba por la cabeza a Goleman al escribir su obra Inteligencia emocional–.  Sólo ciudadanas y ciudadanos con voluntad de ser sujetos políticos podremos evitar que el Estado se deteriore aún más en la situación de enredo en que se halla, para reconstruir sin mitos su arquitectura. Las redes no son el infierno que pintan los tecnófobos, pero están lejos de ser el ágora republicana que en algún momento imaginamos. Hoy no podemos prescindir de las tecnologías de la información y la comunicación, pero si no las manejamos sin servidumbre respecto a las mismas nos veremos tan enredados que ni el Leviatán más presuntamente remozado podrá sobreponerse a los temores que suscite el espectro viralizado que anda ya recorriendo el mundo: el espectro del ciberterrorismo. La sociedad del espectáculo, en la deriva de una política devaluada, puede derivar hacia el peor de sus guiones. La revolución informacional también exige radicalización de la democracia, aunque sabemos que eso también es cuestión de la blochiana “esperanza militante”. La sola tecnología no nos la trae.

No hay comentarios: