sábado, 20 de octubre de 2018

Una buena y completa reflexión del profesor Navarro





¿Populismo o/y socialismo? Crítica amistosa a Chantal Mouffe




El neoliberalismo (el proyecto político de las clases dominantes) se convirtió así en el modelo hegemónico en el mundo occidental, tanto en Europa como en Norteamérica. Como consecuencia, se fue imponiendo un nuevo relato y discurso en el que los conceptos como clase capitalista y clase trabajadora (que caracterizaban el análisis y discurso socialista) prácticamente desaparecieron del lenguaje político y mediático. Este dominio intelectual explica que los dirigentes de los partidos de izquierdas dejaran de utilizar el lenguaje de clases. El concepto y relato de la “lucha de clases” desapareció, y la clase trabajadora desapareció de tal discurso, convertida en “clase media”, transformándose la estratificación social en los ricos por arriba y los pobres por abajo, con todos los demás –la clase media– entre los dos. Incluso algunos autores afines a las izquierdas consideraron y continúan considerando positivo este hecho. Entre estos autores está Chantal Mouffe, que ha teorizado extensamente sobre las protestas ciudadanas y lo que ella define como movimientos populistas.
En su último libro For a Left Populism, publicado recientemente en el mundo anglosajón, considera que el declive de las izquierdas se debe, en realidad, “a su estancamiento en el análisis y propuestas de clase”, sin apercibirse –dice tal autora– que el énfasis de las izquierdas en la lucha de clases ha sido un gran error, ya que ha menospreciado la importancia de otros conflictos. Chantal Mouffe considera que hoy hay toda una multitud de causas conflictivas que no tienen nada que ver con el conflicto de clases, las cuales generan una multiplicación de movimientos de protesta frente a “los de arriba” por parte de “los de abajo” (sin definir claramente quiénes son los de arriba y los de abajo, y sin aclarar o definir la relación entre los primeros y los segundos). El tema clave, según tal autora, es analizar los elementos en común y la transversalidad que los pueda unir. Dentro de este marco conceptual, define como populistas a todos aquellos que se oponen a los de arriba, incorporando una enorme variedad de movimientos donde incluye desde el movimiento liderado por Le Pen en Francia hasta el nuevo Partido Laborista en el Reino Unido o al partido Podemos en España.
Sí que acepta una diferenciación entre populismo de derechas y de izquierdas, siendo el último el que tiene como objetivo alcanzar la democracia y la igualdad (democratic and egalitarian objectives), sin definir tampoco cada uno de estos conceptos. Considera que la división entre socialismo y capitalismo tiene también escaso valor, sustituyendo socialismo por la categoría de democracia radical, que es el objetivo a alcanzar a través de la democracia liberal.
Respuesta a Chantal Mouffe: el populismo de izquierdas no es suficiente
Ni que decir tiene mucho de lo que subraya Chantal Mouffe tiene gran valor y no se puede desmerecer sin más. Pero su menosprecio por el socialismo y el análisis de clase le impide claramente entender lo que ha estado ocurriendo y lo que ahora está pasando en estos países que ella cree conocer bien. A la luz de lo que conocemos de los años transcurridos desde los años ochenta es difícil de aceptar que el declive electoral que han sufrido los partidos de izquierdas europeos y norteamericanos (el Partido Demócrata, que con gran generosidad puede definirse como la izquierda estadounidense, y los partidos socialistas y socialdemócratas en Europa) se deba a su “estancamiento” en el análisis y discurso de clases.
No sé en qué mundo vive Chantal Mouffe, pero en el que yo vivo (Europa Occidental y Norteamérica), desde hace ya muchos años prácticamente ningún dirigente de las izquierdas mayoritarias utiliza el término de “lucha de clases” o “clase trabajadora”. Este último término ha sido sustituido por clases medias o clases populares. En realidad, hace ya mucho tiempo que dicha narrativa ha desaparecido del discurso oficial de las izquierdas. “Su fijación con clase social” (frase que utiliza la autora), que supuestamente ha causado su declive, no aparece en realidad por ninguna parte. Los grandes responsables del descenso electoral de las izquierdas (Clinton, Blair o Schröder, entre otros) nunca utilizaron tales términos o tales análisis. La gran despolitización del discurso socialista y socialdemócrata ha incluido el total abandono (u ocultación) del lenguaje de clases. En realidad, es fácil de documentar que el declive de las izquierdas mayoritarias tradicionales se basa primordialmente en su olvido de las clases trabajadoras, que las han ido abandonando, trasladando su apoyo a los movimientos populistas (ver mi artículo “Las causas del crecimiento del mal llamado populismo”, Público, 04.10.18). Es más, la supuesta irrelevancia de la categoría de clase dificulta el entendimiento de otras formas de protesta. Dicha categoría –clase social– es necesaria para entender el comportamiento de muchos de estos movimientos contra los de arriba, como por ejemplo los movimientos feministas, pues hay clases sociales entre las mujeres y el carácter del movimiento feminista viene marcado, en gran parte, por la clase social de sus dirigentes, que configuran, en gran parte, la orientación de tales movimientos. La notable diferencia entre la evolución del movimiento feminista en EEUU y en España (mucho más progresista el último que el primero), por ejemplo, se basa en este hecho (ver mi artículo La importancia de las distintas tonalidades del feminismo, Público, 06.07.18).
La relevancia de categorías olvidadas como clase trabajadora (y socialismo)
A lo largo del siglo XX los movimientos populares que tuvieron mayor impacto en mejorar la calidad de vida y bienestar de las clases populares –que constituyen la mayoría de la población– en los países democráticos europeos fueron los enraizados en la ideología socialista, representada a través de las muchas sensibilidades que tal ideología sostiene. La evidencia de que ello es así es abrumadora. Dichos movimientos han tenido como base electoral a la clase trabajadora de cada país que, en alianza con otras clases, y muy en particular con las clases medias de renta media y baja, han constituido el eje de actuación de las clases populares, las cuales se diferencian de las clases medias de renta superior y de la pequeña y gran burguesía, cuyos comportamientos sociales y políticos han sido diferentes, por lo general, a los de las clases populares.
En sus orígenes, el objetivo del proyecto basado en la ideología socialista era el de transformar y sustituir el capitalismo por el socialismo, considerándose este como el proyecto que intenta anular la explotación predominantemente, pero no exclusivamente, de clase social, aun cuando incluyera también otras formas de explotación como la de género, habiendo sido las sociedades que han avanzado más en este proyecto socialista las que tienen menor explotación no solo de clase social, sino también de género. No son únicamente los trabajadores (de los cuales gran parte son mujeres), sino también las mujeres, en general, las que se han beneficiado más de la existencia de tales proyectos. Desde la existencia del derecho al aborto hasta los permisos de maternidad, pasando por los servicios de apoyo a las familias y el número de mujeres en posición de poder (entre muchos otros indicadores), la evidencia muestra que ha sido en países como Suecia, donde partidos de sensibilidad socialista han gobernado durante la mayor parte del tiempo desde la II Guerra Mundial, donde las mujeres han hecho más avances.
La necesaria transversalidad en las luchas de los distintos grupos
Es importante subrayar que en ninguno de estos países escandinavos hubo un partido feminista poderoso que hubiera sido determinante en el desarrollo de estos avances para las mujeres. Lo que sí hubo fue un movimiento socialista con gran sensibilidad feminista que, al tener como objetivo la eliminación de la explotación, tomó como suya la causa feminista, relacionándola con las otras formas de explotación, añadiendo con ello una gran capacidad de influencia a esta causa como parte de un todo que representaba varias causas y varias sensibilidades, un proyecto común. Sin lugar a dudas, el hecho de que gran parte de las clases populares fueran mujeres fue determinante para que en todas las reivindicaciones del movimiento socialista hubiera siempre una dimensión feminista.
EEUU como ejemplo de las limitaciones de la propuesta hecha por Chantal Mouffe
Contrasta esta situación en el norte de Europa con lo que ocurre en EEUU, el país capitalista desarrollado donde la clase empresarial y corporativista tiene más poder y la clase trabajadora tiene menos poder, diferencia que explica que sea el país con mayores desigualdades de riqueza, de rentas y de poder político entre las clases sociales, entre los géneros y entre las razas. Estas diferencias son enormes.
Y no es casualidad que sea de los pocos países democráticos en los que no ha habido un movimiento socialista de masas que tenga como objetivo la eliminación de la explotación de clase, de raza y de género. Sí que hay movimientos de liberación de la mujer como NOW, como también hay movimientos a favor de los derechos de los ancianos, y movimientos de los derechos civiles en defensa de las minorías, y un largo número de movimientos de defensa de causas específicas. Pero la situación que puede parecer paradójica es que NOW es un movimiento de millones de mujeres que ha existido desde hace muchos años ya, y, sin embargo, las mujeres estadounidenses tienen poquísimos derechos en comparación con los derechos de las mujeres en la mayoría de países de la Unión Europea. Y los pocos que tienen están a punto de perderlos, como el derecho al aborto (con el cambio reciente en la composición del Tribunal Supremo de EEUU).
La necesaria relación entre varios tipos de explotación: clase, género y raza
Un tanto igual ocurre, en general, con los ancianos. Las pensiones en EEUU son relativamente bajas en comparación con las pensiones en los países de la UE. Y su accesibilidad a la sanidad (a pesar del programa federal para los ancianos, Medicare) es limitada, lo que se traduce en una carga familiar significativa para poder ser atendidos por los servicios médicos del país. Y este retraso existe también entre los trabajadores, para los que la inseguridad laboral es una característica muy común, siendo el país donde es más fácil despedir a un trabajador. Y lo mismo ocurre entre la mayoría de la población negra, que está claramente discriminada en aquel país.
La evidencia de que en EEUU es donde la explotación de clase, de género, de edad y de raza es más acentuada es abrumadora, y ello a pesar de que hay movimientos encaminados a defender cada grupo vulnerable a la explotación, movimientos más grandes que en Europa. ¿Cómo es posible que en el país donde hay grandes movimientos en defensa de las mujeres, en defensa de los ancianos, en defensa de las minorías, en defensa de los discapacitados, en defensa de un largo etcétera, dichas mujeres, minorías, ancianos, etcétera, tengan tan pocos derechos?
La causa es bastante fácil de ver: la falta de un movimiento basado en una ideología transversal que relacione todos estos movimientos y que persiga la eliminación de cualquier forma de explotación. La falta de un movimiento socialista que pueda incluir y hacer suya cada una de las sensibilidades basadas en la explotación es la explicación de ello. En realidad, la gran diversidad de luchas reivindicativas, yendo cada una por su cuenta, las debilita enormemente. La evidencia de ello no deja lugar a dudas. En realidad, existe en EEUU incluso una competitividad entre las víctimas de explotación para conseguir la atención y los servicios de la sociedad y del Estado.
Y la clase empresarial y conservadora estadounidense, consciente de que la división de las víctimas favorece al victimizador, apoya tal división, dificultando y obstaculizando la transversalidad de tales movimientos, mostrando gran hostilidad hacia el proyecto socialista, que utiliza el concepto de clase social como el punto de partida de tal transversalidad. Dicho proyecto –la alianza de clases frente a la clase dominantes– es el más temido, ya que la transversalidad permitiría una unión de acciones que debilitaría a los sostenedores de dicha explotación. Cuando el candidato a la presidencia de EEUU en 1984, Jesse Jackson (al cual tuve el honor de asesorar), se presentó como el candidato de las minorías negras, el New York Times (la voz del establishment político y mediático) escribió un editorial extremadamente laudatorio. Cuando cuatro años más tarde, en 1988, se presentó como el candidato de la clase trabajadora en el movimiento arcoíris (The Rainbow Coalition, que unía a todas las razas y géneros de la clase trabajadora), el mismo periódico escribió un editorial acusándolo de “querer destruir EEUU”. Cuando en las últimas elecciones de 1988 los periodistas le preguntaban a Jesse Jackson cómo pensaba conseguir el voto del obrero blanco de Baltimore (ciudad industrial) contestaba: “haciéndole ver que tiene más en común con el obrero negro, por ser obreros, que no con el propietario y gestor de su empresa, por ser blancos”. Jesse Jackson ganó las primarias en Baltimore y casi ganó en EEUU, a pesar de la enorme oposición y hostilidad del establishment político y mediático, incluido del Partido Demócrata. Y cuando en las últimas elecciones en EEUU se presentó el candidato socialista Bernie Sanders, enfatizando la necesidad de unir en coalición los distintos componentes de las “familias trabajadoras estadounidenses”, casi ganó las primarias, a pesar de la oposición del aparato del Partido Demócrata (incluyendo NOW, que apoyó a Hilary Clinton, la candidata de tal movimiento feminista mayoritario).
A raíz del auge de los mal llamados populismos basados en causas identitarias, es importante subrayar este punto. Promover el populismo con su gran diversidad de movimientos antiestablishment, celebrándose tal diversidad sin ninguna categorización entre ellos, y sin ningún criterio tampoco en cuanto a la transversalidad que pueda relacionar tales movimientos, es reproducir lo que ocurre en EEUU, el país de los movimientos sociales, excepto del movimiento socialista, y donde las izquierdas (y las mujeres y las minorías) son enormemente débiles.
El porqué de la necesaria transversalidad
Es cierto que uno de los elementos de transversalidad que podría unir a estos grupos diferentes es el nacionalismo. Ahora bien, el nacionalismo per se no tiene por qué permitir una movilización frente al responsable de la victimización, que puede ser de la misma nacionalidad. En Catalunya ello se ve claramente. Parte de la pérdida de calidad de vida de las clases populares catalanas  y de su bienestar (la mayoría de jóvenes no vivirán mejor que sus padres) se debe a las políticas públicas impuestas a la población catalana por los nacionalistas catalanes gobernantes en la Generalitat de Catalunya. El nacionalismo (como el patriotismo) es siempre utilizado por las clases dominantes para movilizar a las clases populares en contra de sus propios intereses. España, incluyendo Catalunya, es un claro ejemplo de ello.
¿Cuál podría ser otro elemento de transversalidad que englobara a la mayoría de las clases populares? Y es ahí donde la clase social adquiere una gran relevancia. La mayoría de mujeres, de negros y de ancianos, por ejemplo, en cualquier país capitalista desarrollado, son miembros de la clase trabajadora y otros sectores de las clases populares (es interesante señalar que, no solo objetiva sino también subjetivamente, hay más personas en EEUU que se autodefinen de clase trabajadora que de clase media, según las encuestas más elaboradas que se han hecho preguntándole a la población por su pertenencia dentro de la estructura social). En realidad, la precariedad está alcanzando grandes dimensiones, no solo entre la clase trabajadora, sino también en amplios sectores profesionales, siguiendo un proceso de “proletarización” de grandes sectores de las clases medias. De ahí que el proyecto socialista (que prioriza el bienestar de las clases populares) requiere un lugar común donde estas causas se encuentran enraizadas, una comunalidad que incluso adquiere más importancia cuando el adversario común es la clase dominante, que también pertenece a la raza y género dominantes. Es importante subrayar, sin embargo, que el cambio de género y de raza de las élites no necesariamente beneficia a la mayoría de las mujeres (que son de clase trabajadora) y de los negros (que son también la mayoría de clase trabajadora). En este sentido, el nivel de vida de las clases populares negras en EEUU no cambió durante el mandato del presidente negro Obama, próximo al capital financiero del país.
La insensibilidad de muchos promotores del populismo hacia lo dicho en párrafos anteriores explica que en su estrategia de cambio no aparezca claramente quiénes son los de arriba, y por qué están arriba. Y ahí es donde, de nuevo, deben retomarse categorías olvidadas. En la mayoría de los países europeos y de Norteamérica son los propietarios del capital y los gestores del mismo los que establecen las normas del comportamiento económico, político y mediático del país. Y a mayor poder de estos establishments menor es la calidad democrática del país. Ahí de nuevo el país menos democrático de los países capitalistas desarrollados es, sin lugar a dudas, EEUU. La influencia de los componentes de lo que en EEUU se llama la corporate class (compuesta por los propietarios y gerentes de las grandes corporaciones en aquel país) en la vida política, mediática y cultural es enorme y casi absoluta. Y el hecho de que sean tan poderosos se debe, precisamente, a la enorme debilidad de la clase trabajadora. Es la fortaleza o debilidad de la clase trabajadora (mujeres y hombres, negros y blancos juntos) la que juega un papel clave en determinar los niveles de desigualdad no solo de clase, sino también de género (la mayoría de las clases populares son mujeres) y de raza (la mayoría de negros son de clase trabajadora).
La construcción y destrucción del socialismo
En los países capitalistas desarrollados la estrategia socialista más exitosa no ha sido la leninista, es decir, la de conquistar el Estado (el año A, el mes M y el día D), sino la de construir diariamente el socialismo. Cada vez que las instituciones llamadas representativas se interviene para responder a las necesidades de los ciudadanos según sus necesidades (democráticamente definidas), con los recursos obtenidos según las habilidades de cada ciudadano, se está construyendo el socialismo, independientemente de cómo se llame o de que se sea consciente de que ello es socialismo. Es interesante constatar que varias encuestas muestran que la mayoría de los principios socialistas (“a cada uno según su necesidad; y a cada uno según su habilidad”) son aceptados por la gran mayoría de las clases populares en los países a los dos lados del Atlántico Norte, incluyendo, por cierto, EEUU.
Una condición sine qua non para que ello ocurra es que la clase trabajadora se empodere no solo en el mundo del trabajo, sino en todas las dimensiones de la sociedad civil y política. El país donde tal poder alcanzó mayor nivel, en los países capitalistas desarrollados, fue Suecia. Las reformas Meidner eran la máxima expresión de este poder, ya que llegaron a proponer la propiedad colectiva del capital (no solo a través del Estado, sino también a través de la extensión del cooperativismo), condición para alcanzar la plena democratización de la sociedad.
Lo que ha pasado en Suecia (lo que no se ha dicho de lo que ha ocurrido en aquel país)
Y aunque Suecia fue donde se alcanzó un mayor nivel de empoderamiento de las clases populares, también ocurrió en el resto de países a los dos lados del Atlántico Norte. En realidad, el neoliberalismo fue la respuesta del mundo del capital a esta amenaza del mundo del trabajo. Y tal respuesta se puso en marcha de manera que las conquistas de derechos laborales, sociales y políticos fueron destruyéndose. Un caso claro de ello fue, de nuevo, Suecia. En aquel país tuvieron lugar (en los últimos diez años) reformas laborales que establecieron distintos niveles de retribución, rompiendo con las reglas características de la socialdemocracia sueca, como por ejemplo que el nivel de retribución en el mundo del trabajo dependiera del tipo de trabajo, no de quién lo ocupara o el lugar donde estuviera, reglas que habían empoderado a la clase trabajadora. Las reformas neoliberales, que rompieron con tales reglas, abrieron la posibilidad de romper con la universalidad y solidaridad, estableciéndose distintos niveles de retribución, lo que introdujo un elemento de inseguridad y competición fundamental para que se generara la menor tolerancia hacia los inmigrantes.
Estas reformas fueron acompañadas en aquel país por la masiva privatización de los servicios públicos, y muy en particular de la sanidad y la educación, lo que conllevó un notable deterioro del bienestar de sus clases populares. Es más, dicha privatización fue también acompañada por la comercialización de tales servicios, dando lugar a distintos niveles de atención según el nivel de renta de la ciudadanía. Aquellas reformas fueron desarrolladas por las derechas gobernantes, pero algunas fueron iniciadas por el partido socialdemócrata. Y tal partido no ofreció una oposición clara a dichos cambios realizados más tarde por las derechas gobernantes. La respuesta de los movimientos de protesta apareció entonces, especialmente en los barrios obreros, unas protestas que tuvieron episodios de violencia y que alcanzaron su cénit con la llegada de un elevadísimo número de inmigrantes. Un país de menos de diez millones de habitantes aceptó a 300.000 inmigrantes desde 2014. El equivalente en EEUU hubieran sido unos 9 millones de personas llegadas al país en muy poco tiempo. Y así es como el socialismo se fue destruyendo. El Partido Socialdemócrata alcanzó el porcentaje más bajo de su historia en las últimas elecciones, hace unas semanas. Mientras, el partido de ultraderecha, antiinmigración y anti-UE, alcanzó un 17% de todos los votos, gran parte de los cuales fueron obreros.
La necesaria coalición de las fuerzas antiestablishment
De ahí la enorme importancia de que las distintas fuerzas y movimientos antiestablishments, conservando su autonomía, se unan en una coalición que comparta un deseo común, la sustitución de las relaciones de explotación características del sistema capitalista por las relaciones de liberación de clase, de raza, de género y de nación, basadas en la solidaridad y en la justicia social. Tal proyecto se lleva a cabo diariamente y puede construirse o deconstruirse según las relaciones de poder de clase social, de género, de raza y de nación que haya en cada momento, dentro de un proyecto común, el socialismo. Que esta obviedad se presente como una propuesta “anticuada” o “irresponsable” es el gran triunfo de las fuerzas conservadoras y neoliberales, responsables de tanto sufrimiento.
Una última nota de carácter personal
Soy plenamente consciente de que el asfixiante dominio que el pensamiento capitalista neoliberal tiene en la producción y reproducción de la cultura hegemónica del país (que define el discurso y relato que la reproduce) hace que términos y conceptos científicos hayan sido marginados y estereotipados para perder su atractivo popular. Ello determina que sea aconsejable, por razones tácticas, no utilizar ciertos términos o incluso símbolos a fin de poder alcanzar a aquellos que han sido adoctrinados por la ideología hegemónica, para mostrarles que “el Rey va desnudo”. Estoy convencido de la sabiduría de tal tacticismo. Ahora bien, subrayar este punto es distinto a desechar o menospreciar los conceptos analíticos que ayudan a entender nuestras realidades, como hace Chantal Mouffe.
Ni que decir tiene que mucho de lo que dice Chantal Mouffe tiene gran valor. Y saludo su énfasis en la necesidad de reconocer la diversidad de conflictos que requieren atenciones diferenciadas. Pero este reconocimiento –que repito, apoyo– lo hace a costa de un menosprecio y falta de atención a categorías científicas –como clase social– que considero esenciales para entender las sociedades capitalistas, incluyendo los movimientos sociales que ella promueve y que yo apoyo.
En España, el movimiento 15-M fue una denuncia del establishment político español. Su “no nos representan” alcanzó rápidamente un enorme apoyo popular, señalando que no era cierto el argumento utilizado por las clases dominantes en este país (y sus servidores públicos en las instituciones democráticas) de que no había alternativas a las políticas neoliberales que se estaban imponiendo, incluso por parte del Partido Socialista. En realidad, Juan Torres, Alberto Garzón y yo escribimos Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, libro en el que mostrábamos que por cada política neoliberal que se imponía, dañando a las clases populares, había otras alternativas ignoradas por las clases gobernantes –la casta política– que beneficiaban a tales clases, libro que fue utilizado extensamente por tal movimiento para mostrar i documentar la falta de credibilidad del argumento de que no había alternativas. Sí que las había. El grito “si se puede” se convirtió en el grito de movilización de Podemos, enraizado en el 15-M.
Sus propuestas económicas y sociales eran precisamente un paso hacia asignar los recursos según las necesidades de cada ciudadano (democráticamente definidas), financiados según las habilidades de cada uno. Y esta formación política (junto con sus confluencias En Comú-Podem y En Marea), junto también a otra formación de izquierdas (IU), ha construido un bloque político que está transformando la sociedad, orientándola hacia tal dirección, convirtiéndose en el motor del cambio. En contra de lo que pueda parecer, esta afirmación no es partidista sino objetiva, en el sentido de que tal formación –en colaboración con otros movimientos y partidos políticos– puede ser el origen del cambio profundo que la sociedad española necesita.

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La realidad es un hecho contundente e inevitable que las teorías no suelen alcanzan a penetrar con eficiencia, casi siempre se quedan cortas ante los hechos inapelables. Lo diga Agamenón o su porquero, la realidad está ahí por encima de las elucubraciones y de los discursos; hay dos clases inevitables en la humanidad, hasta ahora (Marx lo apunta perfectamente): la que aparentemente lo tiene todo y la que carece de ese "todo", en el que se incluyen sus derechos más básicos y fundamentales: la dignidad y el derecho a vivir con ella. En dignidad se incluyen la libertad, la igualdad y la supervivencia en fraternidad y en justicia, en respeto y conciencia personal y colectiva, desarrollada mediante una educación y una higiene mental y afectiva, más una cultura práctica de la convivencia y el apoyo mútuo, que debería desarrollar en los seres vivos con apariencia humana, una verdadera disposición a humanizarse más día a día mediante el aumento de sus capacidades cognitivas y sensibles. Sin esa base no hay evolución ni progreso posible ni verdadero ni para pobres ni para ricos, sino un destrozo constante de recursos y cualidades mediante políticas tan torpes como avariciosas en modo exponencial.
Y así vamos como los cangrejos: hacia atrás, paradójica y pírricamente, 'dominando el mundo' para destrozarlo cada vez  con más perfección de métodos y tecnologías,con el objetivo inconsciente pero activísimo, de  que no quede en pie ni la chatarra en este planeta. 

En realidad deberíamos ir en nuestra búsqueda de las soluciones, más allá de la clásica política entendida como hasta ahora: un juego social y exhibicionista de grupos de poder dependientes de un  capitalismo desalmado peleando entre sí constantemente para hacerse con el poder. En ese juego turbio y enfermo no entra la base social nada más que como coro de la tragedia y víctima constante de un establishment sin pies ni cabeza.

Tiene razón Vicenç Navarro, igual que Marx: las clases sociales están ahí, ineludiblemente. No han desaparecido. Ni pueden desaparecer, porque son un resultado inevitable del disparate derivado como "normalidad" de una patológica razón del mundo, que, a base de hacerse habitual, ha conseguido obtener hasta su certificado y título de lógica y natural. Y con esa frialdad de máquina programada por la desconciencia justifica las guerras, la venta de armas a verdaderos matarifes, y hasta buscando una "moral" que'adecente' la aberración de la "guerra justa", de la guillotina, de la pena de muerte, del descuartizamiento en los consulados, de los muros en las fronteras, de la ruina programada de los pobres para llenar los bolsillos de los ricos, o de la cárcel como castigo para quienes desobedezcan leyes que en el fondo y en la forma, son puro negocio y artimañas para no soltar el mango de la sartén, creando cínicamente la 'legalidad' de lo ilegítimo y la licitud de lo miserable y de lo desalmado, que maquillados por la "legalidad" arremeten violenta y retorcidamente contra todo lo que les  da miedo o lo que les puede quitar parcelas importantes del poder estatal.
Las clases sociales son la denuncia constante de la desigualdad, de la injusticia y de la crueldad, de tal manera, que cuando los miembros de la clase obrera, -o sea, los pobres, los esclavos de la edad contemporánea atrapados en el cepo del consumismo como un "derecho", sin detectar que es una cadena y un despojamiento programado de sus libertades esenciales-,alcanzan un estatus económico de abundancia material, ¡solo material!, se comportan como los ricos de siempre, enloquecen con el consumo abusivo y pasan de acordarse de los que aún sufren lo que ellos sufrieron cuando no tenían acceso al dinero ni al estatus de consumidores ad hoc.

La realidad va mucho más allá de los conceptos y de las nomenclaturas y las deja en pañales. Mientras el ser humano no se despierte y salga de la burbuja tóxica en que su  misma  historia le sirve de cárcel, solo dará vueltas sobre y alrerededor su propia miseria, con  temporadas más  o menos intensas de sufrimiento o de burbujas de pseudo felicidad de pacotilla, mitigada por los artilugios tecnológicos y las ficciones mediáticas, como películas, series, deportes de masas en el que solo hacen ejercicio y se forran los "elegidos" mientras millones de siervos vegetan y se distraen de lo que deberían tomar conciencia y solucionar. Jamás se van a arreglar los problemas desde los gobiernos y las grandes empresas que los van creando "para forrarse", como muy bien dijo Zaplana hace años y hacerse necearios como gestores. El panem et circenses imperial sigue funcionando a todo trapo. Eso significa que cuando los pobres acceden a los privilegios político o financieros, lo único que cambia es su panorama personal: han dejado de ser mindundis y han ingresado en la élite de la casta. Por eso ya no pueden vivir en aquel barrio obrero donde nacieron y se criaron: se compran un casoplón de alucinar en el Versailles más accesible, tienen guardaespaldas y servicio, coches blindados para protegerse de la plebe, etc, etc...No solo no han suprimido la desigualdad que denunciaban, es que se han acoplado a ella y viven de muerte, cobrando vitaliciamente una fortuna por representar a los mindundis que ellos fueron alguna vez de la que ya ni se acuerdan, por los que pocas veces el sistema les permite hacer algo más que hablar de lo que pudiera  ser y casi nunca es. Verbigracia, Felipe González, Alfonso Guerra, Roldán, Narcis Serra, Boyer, etc, etc...y los cito porque para escalar el Himalaya del poder se disfrazaron de socialistas. De la derecha ya ni me molesto en citar personajes que están a la vista de todas.
¡Claro que sigue habiendo clases! Chantal Mouffe dirá lo que quiera, pero si sale de sus elucubraciones librescas y se da un paseo mismamente por 'les banlieues' de su país se va a quedar de piedra lávica con el tortazo de la realidad sobre sus habilidades especulativas. Con este reportaje de El País, hecho en 2013 seguro que algo le cambiaría la opinión; 180º como mínimo:

PORTAJE

Viaje al corazón de la ‘Banlieue’

El distrito parisiense de Seine-Saint-Denis, hizo célebre por los disturbios de 2005, continúa al límite entre el paro, fracaso escolar, rap, identidad, pobreza y la droga que rodean el cinturón de la capital francesa

Una escena de Bobigny, un barrio situado en el departamento 93 de París en 2007. Ampliar foto
Una escena de Bobigny, un barrio situado en el departamento 93 de París en 2007.
Francia tiene miedo de ese mundo sin reglas ni derechos que gira a mil por hora. Pero también se asusta de sí misma. Cada poco tiempo se produce un sobresalto, aparecen las fobias, la desconfianza y la rabia acumulada en los pliegues producidos por el paro, la recesión y un sistema social partido en tres pedazos: las élites, la gran clase media y los olvidados. Hace tres años, Nicolas Sarkozy declaró la guerra a los gitanos rumanos –los últimos del escalafón– e hizo suyas las tesis xenófobas del Frente Nacional. En 2012, Mohamed Merah, hijo de argelinos criado en la periferia de Toulouse, asesinó a siete personas en nombre de la yihad. En mayo de 2012, la victoria de François Hollande ­pareció serenar los ánimos, pero fue un espejismo. La derecha católica y la ultraderecha tomaron las calles contra el matrimonio gay. Tras meses de tensión, Esteban Morillo, un neonazi de 20 años nacido en Cádiz y criado en un pueblo que vota al Frente Nacional, mataba a puñetazos a un militante antifascista de 18 años. En París, y a plena luz del día.
Los expertos señalan que la deriva de la quinta potencia mundial, el país de la Enciclopedia y los derechos humanos, no es nueva, y recuerdan que las pulsiones xenófobas y populistas llevan más de tres décadas dando dolores de cabeza a la República. Pero las señales de alarma no dejan de repetirse. Una de las pocas certidumbres que tienen los sociólogos y los politólogos –dos de los oficios más populares del país– es que la base de los problemas actuales está en la brecha que separa a las periferias de las grandes ciudades del resto de la sociedad. Y cuando se habla de periferia, de la banlieue, la palabra se hace número: el 93.
El 93 está en la Isla de Francia, la gran región formada por la aglomeración urbana de París y el cinturón que rodea a la capital. Aquí viven más de 12 millones de personas bastante mal repartidas. Los 20 distritos del centro son la zona más densamente poblada de Francia: ocupa solo el 24% del territorio regional y alberga a un 18% de los habitantes de una comarca que es la segunda más rica de Europa en términos de PIB comparado –tras Renania-West­falia– y la sexta en renta por habitante.
Dos tipos encañonando un arma en el portal de un edificio en octubre de 2012. ampliar foto
Dos tipos encañonando un arma en el portal de un edificio en octubre de 2012.
La corona noreste es la provincia (o departamento) de Seine-Saint-Denis: el 93, por las dos primeras cifras de su código postal. Ocupada por los galos de Astérix, el 93 fue durante gran parte del siglo XX un feudo comunista –aquí tiene su sede el diario L’Humanité–, y algunas de sus 40 ciudades dormitorio tienen todavía alcaldes del PCF, aunque los socialistas gobiernan la región desde 2008.
El 27 de octubre de 2005, Seine-Saint-Denis se hizo célebre en todo el mundo. La cólera estalló en la “aglomeración comunitaria” de Clichy-sous-Bois-Montfermeil, una ciudad partida en dos donde viven 60.000 personas, situada en tierra de nadie, pero solo a 15 kilómetros de París, y unida al mundo exterior por una única línea de autobús: la 347. Aquella noche, el viejo cinturón rojo de París fue incendiado por docenas de jóvenes –franceses de origen magrebí y subsahariano en su mayoría– después de que tres adolescentes se electrocutaran –dos murieron y uno resultó herido muy grave– al esconderse en un transformador cuando trataban de huir de la policía. Las revueltas se extendieron a otras ciudades, y durante semanas ardieron coches y edificios mientras los políticos ejercían la autocrítica o la hipocresía y los analistas glosaban dos realidades: el ascenso del islam y el fracaso del modelo laicista en los guetos franceses. Cuando se apagaron las brasas, los problemas seguían allí.
Ocho años después, las cifras indican que el Estado francés ha invertido cientos de millones de euros en Clichy y Montfermeil. Las torres donde los vecinos sufrían hacinamiento y miseria han sido derribadas y sustituidas por edificios menos inhumanos; hay más parques y jardines, canales, empresas y muchas mezquitas nuevas. Y a la línea 347 se ha sumado otra: la 61.
“La situación ha cambiado poco. París sigue estando a 15 kilómetros, pero todavía tardamos hora y media en llegar. Media hora de autobús, media de cercanías y media de metro”, explica Mariam Cissé, teniente de alcalde de Educación en Clichy desde 2008. “Es verdad que ha habido más inversiones, y que las asociaciones están más cerca de los ciudadanos, pero no se han resuelto los problemas. La crisis golpeó muy fuerte, y el paro, el trato de la policía a los jóvenes, la educación y los transportes han mejorado muy poco. Si ir a París es complicado, moverse por el 93 es una pesadilla. Todos esperamos el tranvía regional, pero solo llegará en 2023”.
"París sigue estando a 15 kilómetros, pero todavía tardamos hora y media en llegar"
Mariam Cissé, teniente de alcalde de Educación en Clichy
La sensación que se tiene al llegar en metro al 93 desde el centro de París es que se llega a un país diferente. Y la impresión crece si se toma en hora punta el tranvía que añoran Cissé y sus vecinos. El 1 recorre media región a paso de caracol. Pare en la ciudad que pare, por la ventanilla se ve siempre un paisaje feo, sucio y hostil: las señales del gueto. Dentro, los vagones van atestados, huele a sudor y las caras mezclan tristeza y cansancio. Apenas se ven teléfonos móviles, nadie lee libros ni periódicos, y casi nadie valida su billete o su abono de transporte (el Navigo). El conductor ni siquiera controla si los pasajeros pagan, demasiado ocupado en no aplastar a la gente al cerrar las puertas. Pero a veces los viajeros, a diferencia de París, donde la regla es que nadie mira a nadie, saludan con un gesto de la cabeza al entrar.
El tranvía refleja la composición de las banlieues: subproletariado, muchísimos niños, pieles oscuras o muy oscuras, muy poca clase media. La gente viste ropa muy modesta, nada que ver con las boutiques obscenamente chic de la capital, que aquí no se llama París, sino Panamá. Es la Francia mestiza, la Francia paupérrima que sobrevive con el RSA (el subsidio social de 400 euros) y ya no fantasea con salir de la periferia. La reciente película Intocable, que cosechó tanto éxito, reflejaba esa realidad: para un joven negro de las banlieues, tener un buen trabajo en el centro de París no es un sueño, es un milagro.
Pero esto no significa que el 93 haya tirado la toalla. Al revés. La concejala ­Cissé, de 26 años, nacida en París de un mauritano y una senegalesa, decidió entrar en política durante las revueltas de 2005. Un primo suyo fue una de las víctimas de aquella noche. “Soy una niña de los suburbios”, cuenta Cissé, “pero ya en el colegio empecé a trabajar en asociaciones. Cuando estalló la guerra, entendí que había que hacer más para combatir la marginación. Unos reaccionaron con violencia; otros, con más compromiso”.
Un par de datos explican que Clichy sigue pareciéndose mucho a la de 2005. De sus 30.000 habitantes, 7 de cada 10 viven bajo el umbral de la pobreza, y hay un 40% de paro juvenil. Pero algunas cosas parecen estar moviéndose. “Antes de 2005, los jóvenes del 93 rara vez participaban en política, pero en este momento hay cientos de concejales municipales y regionales en activo”, explica el politólogo Gilles Kepel.
"En la puerta del colegio un cartel decía: 'Libertad, igualdad, fraternidad'. Pero eso es un chiste malo, solo para los ricos"
Babalí, cantante del grupo de rap Killa Bizz
Kepel es uno de los máximos especialistas en las barriadas francesas. Profesor en Sciences-Po y especialista en islam, dirigió en 1987 la investigación Les banlieues de l’islam (Seuil), y en 2011 repitió con Banlieue de la République, un estudio de 2.000 páginas encargado por el Institut Montaigne, y con el ensayo Quatre-vingt-treize (Noventa y tres, ambos editados por Gallimard).
“Hay mucha gente en las barriadas como Mariam Cissé que ha decidido dar un paso adelante y luchar desde dentro del sistema para mejorarlo”, explica Kepel. “Eso ha evitado la explosión social y ayuda a disminuir el desarraigo y el resentimiento hacia la escuela. El islam piadoso, pese a lo que muchos piensan, es otro factor de estabilidad. Mejora la autoestima de los jóvenes que trafican porque les permite encauzar la culpa: ya no es de ellos, sino de Francia. Y contribuye al equilibrio del colectivo, porque hay muchas conversiones por bodas entre musulmanes y no musulmanes”.
Cissé, musulmana “privada”, trabaja codo a codo con el “alcalde coraje” de su ciudad, Claude Dilain, un socialista de 61 años, pediatra de formación, que lleva años denunciando que la “guetización” de la sociedad, como señaló el economista Éric Maurin en Le ghetto français (2004), es “una decisión política que favorece a las clases más pudientes porque les evita tener que convivir –y escolarizar a sus hijos– con los inmigrantes y los franceses más pobres”.
Uno de esos franceses es Fabien Ortiz. De 29 años, español de origen y director de cine –“he hecho tres cortos y ahora escribo mi primer largo”–, creció en el distrito 93 y es uno de los vecinos que ayudaron al fotógrafo catalán Arnau Bach a elaborar el reportaje en blanco y negro titulado Suburbia que ilustra estas páginas. Bach se ha sumergido a fondo en el 93: desde 2006 hasta el final de 2012 ha recorrido varias ciudades de la región “buscando los síntomas de una revolución social”. Según cuenta ahora desde Barcelona, no los ha encontrado. Pero su trabajo retrata desde dentro un universo complejo y cambiante, hecho de desempleo e infraviviendas, hip-hop y hachís, armas y rezos, humedad y miseria.
"La figura más detestada por muchos jóvenes es el asesor de orientación escolar, muy por delante de los policías"
Gilles Kepler, politólogo
Ortiz explica ante un café la transformación de Saint-Denis: “Mis abuelos vivían en la sierra de Madrid y emigraron a Francia en los años cincuenta. Mi padre nació en Belleville, que entonces era un barrio español, y fue periodista de L’Humanité. Cuando yo tenía un año nos instalamos en Saint-Denis. Yo estudié en la escuela pública De Geyter y era el único europeo, con algunos portugueses y dos albaneses. Los demás eran africanos y árabes. Cuando era pequeño, la clase media convivía sin problemas con la gente más pobre. Pero poco a poco todo se fue degradando y la clase media se marchó. Ahora vivimos el modelo anglosajón del gueto: todos pobres, muchos parados, y la mayoría sobrevive gracias a los subsidios o a la economía local paralela”.
Ortiz ha citado ante la basílica de Saint-Denis a dos de sus amigos del gueto. Babalí y 2Peed Gonzales son raperos, tienen 33 años y se buscan la vida cantando y vendiendo sus discos por las estaciones de la línea 13 del metro. Se ríen cuando se les pregunta por la vigencia del lema de la República. “Sí, en la puerta del colegio ponía Libertad, igualdad y fraternidad, ¡pero eso es solo para los ricos, es un chiste malo!”.
La historia de los líderes del grupo Killa Bizz es muy similar: los dos estudiaron hasta los 16 años, los dos han trabajado en empleos duros y mal pagados, y los dos sobreviven hoy sin ayudas públicas. Tras salir escaldados de un fugaz paso por la industria del rap bling bling –“te ponen zapatos de Vuitton y te llenan de oro y de chicas desnudas”, se burla Babalí–, hace cuatro años decidieron que el futuro era la autogestión. Compraron un amplificador con cuatro horas de autonomía y se pusieron a rapear en los vagones. Ahora, el flaco y bromista Babalí, de origen maliense y senegalés, y el más formal Gonzales, originario de Guadalupe, presumen de tres cosas: de haber vendido 17.000 discos en la calle, de no haber votado nunca y de no acercarse a Panamá. “Eso es como irse de viaje, la gente del gueto no sale de aquí porque esto es más zen que París”, dice Babalí dando una calada a un canuto. “No se crea eso que dicen de la violencia y las drogas. Hay, como en todas partes. Pero en el 93 hay 88 nacionalidades diferentes y aquí no tenemos gánsteres. ¡Esos están en Panamá!”.
Mucha gente en la banlieue cree que el mayor problema es el sistema educativo. Babalí cuenta que en el colegio le ofrecieron ser aprendiz en una fábrica de PVC, pero que lo dejó al año. “Luego trabajé de noche tirando cables en el metro de Châtelet y en el aeropuerto de Roissy. Me echaron cuando Bin Laden hizo la locura de Nueva York. Entonces era barbudo y, aunque no hice nada, me mandaron a casa”.
Fabien Ortiz, que filmó la vida subterránea de estos dos raperos en el documental titulado Ah souhait, explica que “la gran invención igualitaria de la Revolución, la escuela pública y laica, es fuente de desigualdades y está marcada por un racismo social de base. Yo siento mucho rencor hacia la escuela pública”, cuenta. “Fui delegado de clase antes de entrar al Liceo y vi que la historia se repetía. Mi padre contaba que cuando quiso acceder al Liceo normal, porque era buen estudiante, a mi abuela le dijeron que mejor hiciera Formación Profesional. Eso sigue pasando. En los noventa había un chiste en el colegio: ‘Qué, electromecánica, ¿no?’. Solo nos querían como mano de obra barata. Nuestros padres nos dijeron que podríamos ser lo que decidiéramos, y cuando cumples los 15 la sociedad te contesta que solo puedes ser ocho cosas. Eso ha hecho mucho daño a la integración. La tele vendía un modelo de éxito, la escuela te daba el opuesto”.
Gilles Kepel confirma que “la figura más detestada por muchos jóvenes de Clichy es el asesor de orientación escolar, muy por delante de los policías”. Sus investigaciones explican cómo el viejo modelo, a medias gaullista y comunista, que aspiraba a construir una periferia laica, republicana y de clase media se fue desvaneciendo por sus propios fallos. Sobre todo, en la escuela.
“Los profesores vienen de provincias, no conocen los suburbios y no logran convertirse en referencias para los alumnos”, explica Fabien Ortiz. “Hay una gran rigidez y una incomunicación enorme. Pero los políticos siguen pensando que el problema es que faltan profesores. ¿Para qué traer más si el sistema está equivocado?”.
La teniente de alcalde Cissé confirma esa visión: “En Clichy no tenemos teatros ni cines, y hay un bar, pero solo van los hombres. La escuela tiene que mejorar, aunque yo estoy agradecida al sistema público porque me permitió ser una mujer autónoma. Hay mucho talento en los barrios y lo que hace falta es que las escuelas lo potencien”.
Jóvenes en el barrio parisiense de Bobigny en 2007. ampliar foto
Jóvenes en el barrio parisiense de Bobigny en 2007.
El Gobierno socialista está ultimando una gran reforma del sistema educativo que pondrá el acento en la formación y proximidad de los profesores y en la renovación de la formación profesional. “Hace tiempo que sabemos que el sistema francés no va bien”, explica el ministro de Educación, Vincent Peillon. “Pero hasta ahora nadie se había atrevido a reformarlo, y tenemos un doble problema, de calidad de la enseñanza y de cantidad de profesores”.
Peillon explica que trabajará para cambiar el sistema de orientación escolar, aunque matiza que “en realidad es el modelo educativo lo que ha funcionado de forma injusta, porque ha dedicado menos recursos a las escuelas de los barrios pobres que a las de los más favorecidos. Intentaremos solucionarlo reequilibrando los recursos”.
Francia, con 12 millones de alumnos y un millón de profesores, tiene proporcionalmente la inversión en educación más baja de la OCDE. Durante la presidencia de Nicolas Sarkozy se perdieron 80.000 plazas en educación. El compromiso de François Hollande es crear 60.000 puestos en cinco años, incluidos 27.000 nuevos formadores de profesores. “En septiembre enviaremos a las zonas periféricas y rurales 9.000 nuevos profesores de primaria y secundaria”, promete Peillon.
Consciente de que el gran reto de la periferia es el desempleo, Hollande ha lanzado un programa llamado Empleos de futuro: el Estado subsidiará en dos años 100.000 contratos para menores de 25 años sin bachillerato, pagando el 75% del salario mínimo en los ayuntamientos y asociaciones y el 35% en el sector privado. Pero la aplicación en el distrito 93 está siendo muy lenta, según confirma Mariam Cissé: “El dinero no acaba de llegar”. A finales de abril, según Le Monde, solo se habían creado 17.347 de los 100.000 empleos de futuro prometidos. Y Trabajo reconoce que en Seine-Saint-Denis hay “enormes problemas”. A principios de mayo, el Gobierno solo había logrado firmar 165 contratos, frente a los 2.754 previstos para este año en el 93. Este tipo de anuncios no producen gran impresión en la periferia, como admite Fabien Ortiz: “Aquí sabemos bien que la política nos ha abandonado. Los comunistas están agotados, y los socialistas y la UMP se parecen demasiado. La forma más fácil de encontrar una identidad colectiva es hacerte musulmán o evangelista. La única religión francesa es el dinero y el individualismo”.
"Aquí hay 88 nacionalidades diferentes, pero no tenemos gánsteres. Esos están en Panamá [como llaman a París]"
Babalí
Gilles Kepel coincide con esa visión: “El islam cotidiano ofrece refugios colectivos, moral individual y lazos sociales allá donde la República ha multiplicado sus promesas sin cumplirlas. Hoy, en Clichy-Montfermeil hay una docena de mezquitas que pueden albergar a 12.000 personas, y muchos padres no dejan a sus hijos ir a los comedores escolares porque no hay alimentos halal, lo que complicará la convivencia futura. Pero el islam ha tenido más éxito que la policía contra el tráfico de heroína que asoló los barrios en los años noventa”.
Frente a unas políticas públicas fallidas, el islam se ha constituido en el Estado social de la periferia. Kepel ayuda a entender esa idea: “En Francia conviven tres generaciones de musulmanes. La primera fue la daron, padre en argot. Eran hombres solos, sin sus familias, que llegaron en los sesenta. Para ellos el islam era una referencia cultural, bebían alcohol y hacían el Ramadán. Con la crisis de 1973 muchos se quedaron en paro y trajeron a sus familias. Sus hijos lanzaron en los ochenta el movimiento beur: los islamistas reclutaron a jóvenes para islamizar barrios comunistas. Ahí se vivió la primera oleada de construcción de mezquitas y la polémica del velo. Desde 2005 vemos la eclosión de los nuevos jóvenes: se sienten franceses y defienden la comida halal. La periferia ha pasado del cuscús al halal. Pero todos quieren formar parte de la sociedad, quieren integrarse”.
La evolución de la banlieue es “dinámica, paradójica y nada monolítica”, concluye el politólogo. Energía, talento, participación, lucha, pasión, humor, hachís, hip-hop, sentido colectivo, multiculturalidad, boom inmobiliario… La visita al 93 deja una pregunta en el aire: ¿no será esta República de los suburbios la verdadera Francia, la Francia moderna, la Francia del futuro

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