1 de octubre, el gran fracaso
La operación Copérnico, montada para evitar el referéndum, había costado 87 millones de euros. No dimitió nadie
En la mañana del 1 de octubre
era evidente para todos, independentistas incluidos, que el referéndum
convocado por el soberanismo, sin censo, sin junta electoral ni
apoderados y prohibido por el Tribunal Constitucional no podía tener la menor validez. Por si faltara algo, la Comisión de Verificación de Venecia
lo había dejado muy claro unos días antes. De todas formas daba lo
mismo porque el referéndum ilegal había quedado desactivado por
completo, o eso al menos llevaba una semana pregonando con gran
trompetería Rajoy, Soraya y Zoido.
Se había desarbolado todo: papeletas urnas y colegios. Sin embargo, a
la hora de la verdad dos millones de catalanes se encontraron con más de
4.500 mesas perfectamente surtidas de urnas y de papeletas.
Siempre
he creído que parte de la absurda desmesura policial de aquel día se
debió al sentimiento de humillación y de ridículo. Con las lamentables
fotos de la jornad, Carles Puigdemont
decidió por su cuenta dar por legalizado el referéndum ilegal y se
consideró legitimado para continuar su enloquecido camino hacia la
proclamación unilateral de la independencia, con ellas construyó la
campaña publicitaria internacional que aún continúa. La operación
Copérnico, montada para evitar el referéndum, había costado 87 millones
de euros. No dimitió nadie.
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