viernes, 1 de septiembre de 2017

Pensamientos de ida y vuelta



Lo que te avergonzaría decir en público no lo digas nunca en privado.
Y no le hagas a nadie en privado y de tapadillo lo que jamás te gustaría que se supiera públicamente.

Es mucho más grave delinquir que que el delito se haga público.

No hay que preocuparse por lo que opinen sobre una misma, sino por la justicia, la ética y la belleza de las propias acciones aunque nadie las vea. 

La pobreza puede ser impuesta o voluntaria. La impuesta es injusticia y desigualdad, la voluntaria puede ser virtud, pereza o tacañería.
Pero la miseria es un delito social tanto si es impuesta como si es voluntaria; si es impuesta se es víctima resignada, si es voluntaria se es un miserable sin más.

Cuando vayas a hacer o a decir algo innoble o sucio contra alguien y no estás seguro de la gravedad de la acción, pregúntate cómo te sentirías si te lo hiciesen a ti.  Si sientes empatía crecerás, si no te afecta, te mereces tu propia medicina y la vida te la dará cuando menos te la esperes. Eso seguro.

Si tu libertad o tu bien estar son la cárcel y la miseria para otros, lo tuyo no es libertad ni bien estar, sino abuso e injusticia. 

Si piensas que para que tú vivas bien otros deben morir de hambre y enfermedades y pasarlo fatal, o necesitas que te sirvan para sentirte importante, te has equivocado de género, el humano no es el tuyo, aunque tu apariencia lo disimule cuando te ves en el espejo. Estás a la altura existencial de un león o de un tigre de Bengala, pero en peor: sin la inocencia de su especie y con las taras de la tuya sin superar.

Por cada hoja que mataban en su huerto, por cada flor que marchitaban en  su ventana, por cada onda de maldad que vertían a su paso, el universo creador le alfombraba el alma de flores que nunca mueren, de colores que nunca pierden su tonalidad creciendo alrededor del manantial profundo que nunca se seca ni siquiera en los rigores del verano más atroz.
Cuando le intentaron aislar en un campo de concentración la vida se multiplicó por dentro del recinto maldito y de las ondas electromagnéticas  con que agredían su entorno, brotaba la luz a raudales abriendo caminos en la nieve que no estaba helada; era como algodón en flor, cálida y acogedora igual que  una madre resplandeciente. 

Por fin, un día los verdugos se cansaron de desgastarse, de perder el tiempo y la belleza de cada día persiguiendo a la nada. Y se marcharon como habían venido; pero nunca se pudieron librar de la bendición que se les coló hasta el rincón más turbio del inconsciente, donde se les quedó esperando el día de su liberación, para darles la bienvenida a la nueva tierra bajo el nuevo cielo.



No hay comentarios: