Por Luis García Montero
El dinero manda, nos convierte a los seres humanos en mercancía y a
nuestros derechos civiles en negocio. Se privatizan la sanidad, la
educación, el agua, la información, los servicios de limpieza, las
cárceles… Y, sobre todo, se privatiza la política. Sí, se privatiza un partido político igual que un hospital o un colegio.
Los partidos políticos que diseñaron la arquitectura de Europa
trabajaban como organizaciones privatizadas al servicio de la banca y
las multinacionales. El horizonte fue la cultura neoliberal y su trampa
íntima: no se trataba de desmantelar el Estado, sino de concebir un
Estado al servicio del dinero. Más que desregulación, hay una ingeniería política y social capaz de convertir en deuda pública las pérdidas privadas de los bancos y de la economía especulativa.
Los acreedores han sustituido así a los políticos en la toma de
decisiones, un proceso puesto en evidencia hasta la saciedad en la
crisis griega. En vez de preocuparse por la gente (sus salarios, sus
pensiones, su hambre, su dignidad, su desempleo), los acreedores se
empeñan no ya en cobrarlo todo –porque hay deudas que no se pueden
cobrar enteras–, sino en que no se rompan las reglas de juego que han provocado sus ganancias, la deuda, el desempleo, el hambre y el maltrato de la gente.
El comportamiento de los políticos-banqueros y de la prensa-banquera durante el referéndum griego ha sido un espectáculo indecente.
En nombre de la solución económica de un problema grave han intentado, a
base de calumnias y amenazas, devolverle el poder a los mismos partidos
tradicionales que contribuyeron a crear la situación crítica (por
seguir los mandatos del BCE y del FMI) y derribar al Gobierno elegido
por los ciudadanos para resolver sus problemas.
La lección importante del dinero, claro está, es que los ciudadanos no
tienen derecho a resolver a través de la política sus problemas. Las
urnas son un peligro. El comportamiento de las instituciones europeas se
mueve así en el oleaje de la cultura neoliberal dominante que
desacredita la política. Le compramos con facilidad su cultura al
enemigo cuando decretamos el fin de la política, las listas electorales
sin políticos, la corrupción de todos los políticos, el todos son
iguales, porque esa dinámica sólo sirve para dejarle las manos libres al dinero.
Como advirtió Antonio Machado hace muchos años, conviene cuidarse de
quien aconseja que no nos metamos en política, porque eso significa que
quiere hacer la política sin nosotros.
Nos conviene matizar y no dar la política por perdida. Frente a la
puerta giratoria del político-banquero o del político-acreedor, resulta
necesario consolidar la imagen del político-ciudadano, es decir, del
representante de los ciudadanos. En medio de todas las tristezas de la
crisis griega, hemos tenido la alegría de comprobar la dignidad humana de Yanis Varufakis,
catedrático de Economía de la Universidad de Atenas y exministro de
finanzas. Su comportamiento de político-ciudadano ha causado irritación
en el foro de los políticos-banqueros.
No nos engañemos: Varufakis no es un ejemplo de las dificultades que hay
entre las promesas electorales y su posterior realización, sino de la
correlación de fuerzas que existen entre las mentiras del poder del
dinero y la ciudadanía. Una ideología es dominante cuando consigue hacer creer a la gente su mentira: el poder real no reside en la mayoría oprimida, sino en la élite opresora. Como recuerda Varufakis en su libro El Minotauro global (Debolsillo, 2015), este proceso se conoce en la historia del pensamiento como el secreto de Condorcet.
El deseo de denunciar el secreto de Condorcet convirtió a Varufakis en
un político-ciudadano. Este economista no es un demagogo y miente mucho
menos que los representantes de las instituciones económicas y políticas
europeas. Su libro analiza con inteligencia la situación de Europa dentro de la economía especulativa mundial.
La imagen del Minotauro, una fuerza cruel, pero capaz de mantener
equilibrios, alude a los mecanismos por los que Estados Unidos decidió a
partir de los años 70 disparar su déficit como fórmula para alimentar
la capacidad de exportación industrial de Alemania, Holanda y China. Las
ganancias de estos países volvían después a Wall Street convertidas en
dinero especulativo.
El hundimiento de este mecanismo, reconocido por el propio Alan
Greenspan, presidente de la Reserva Federal de EE.UU. durante 20 años,
ha descompuesto el proyecto europeo. El diagnóstico de Varufakis es
claro: “Europa se está desintegrando sencillamente porque su
arquitectura no era lo bastante sólida para soportar la onda expansiva
provocada por los estertores mortales del Minotauro”. Yanis Varufakis no
iba a la mesa de negociaciones con propuestas radicales y demagógicas,
sino con un análisis económico que obligaba a construir Europa, a
repensarla, a poner las instituciones –empezando por el BCE- al servicio
de los ciudadanos. Y por eso era recibido como un marciano
por unos políticos-banqueros que hablan mucho de Europa, pero que no
sienten como suya una identidad que obliga a vivir en primera persona
las dificultades de los griegos, los españoles, los portugueses o los
italianos.
Varufakis no piensa que los banqueros sean unos malvados insaciables, ni
que haya una trama capitalista pensada por alguien para hacer el mal.
Piensa que el capitalismo es un monstruo que se desarrolla sin control y
que puede convertir en pobreza y autodestrucción propia sus movimientos
de extensión. Por eso es imprescindible tomarse en serio unas
instituciones con capacidad de control.
La precariedad democrática de Europa es una evidencia. El conflicto griego es el conflicto de Europa.
O transformamos el invento ideado por los políticos-banqueros o estamos
condenados a una larga agonía de injusticias y desintegración.
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Gracias, Luis, por esta reflexión, que es exactamente el relato de la decencia, de la dignidad y la sabiduría de la política como servicio público y no como oficio rentable y trabajo bien remunerado. Ojalá el talante y el valor de Varoufakis se multipliquen en la izquierda europea, y en la española, porque el Minotauro ha poseído las instituciones y lo que no devora lo pudre con su su aliento corrompido y su avidez patológica, en un proceso surrealista, que parece de ciencia ficción, en el que la "criatura" mecánica acaba por devorar a sus creadores, como en 2001 Odisea en el espacio, en la que Kubrick se adelantó, como Orwell, con la visión futura de este presente, entonces hipotético y hoy tan dramáticamente real.
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