por Luis García Montero
Incluso un filósofo tan combativo como Voltaire necesitaba a veces
caer en la tentación y encerrarse a cultivar su jardín. Eso es lo que
acabó concluyendo su Cándido, después de haber sido estafado muchas
veces en nombre de las buenas intenciones. ¿La tolerancia? Está bien, dijo, pero debemos cultivar nuestro jardín.
Esta soledad defensiva esconde también una precaución generosa. El
jardín propio no es sólo un lugar para ponerse a salvo de las mentiras
ajenas, sino la estrategia que evita manchar con un escepticismo
experimentado las nuevas ilusiones que mueve el viento. La memoria suele confundir el valor de una idea con la voz que la propone.
Por eso es bueno acogerse a la paciencia del riego, la flor que nace,
las hojas que se secan y las opiniones discutidas de los pájaros.
El mejor jardín de un lector está en su biblioteca. Dejarse llevar por
una biblioteca es un síntoma feliz de que las vacaciones han comenzado.
Las enredaderas suben por los muros de la casa y los libros se mezclan
en la curiosidad. Leo una carta de García Lorca, del verano de 1924, en
la que recuerda otro verano de 1917: “Yo estoy nutrido de Burgos, porque
las grises torres de aire y plata de la catedral me enseñaron la puerta
estrecha por donde yo había de pasar para conocerme y conocer mi alma”.
El poeta se refiere a uno de los viajes que hizo con su maestro Martín
Domínguez Berrueta. Escribe con mala conciencia y con cariño. Berrueta es un amigo muerto, un amigo al que se le está agradecido, aunque las cosas no acabaran bien entre ellos.
Los estudiosos de García Lorca anotan la cita del evangelio de San
Lucas: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, porque muchos
pretenderán entrar y no podrán”. Camino de Jerusalén, Jesús habla de la
salvación y aconseja el sacrificio. Con espíritu volteriano y francés, el jardín de mi biblioteca me conduce a la novela de André Gide, La puerta estrecha (1909), traducida en 1922 al español por Enrique Díez-Canedo.
Gide cuenta la historia del joven Jérôme Palissier para mostrar los
efectos del moralismo venenoso que quiere negar los impulsos naturales
de la vida. La austeridad que cancela el deseo o la sublimación que
convierte en nube mística el sudor de la piel desembocan en una
desgraciada enfermedad de extravíos y represiones. Jérôme pasa los
veranos con sus primas Alissa y Juliette. El amor poderoso que sienten
Jérôme y Alissa se complica por culpa de un enredo de sospechas,
intuiciones, malentendidos y medias verdades. Cuando Alissa decide
sacrificarse por su hermana Juliette, empieza a mancharse el aire con el
veneno de las buenas intenciones que se pudren. Nada es más peligroso que una bondad que se corrompe.
La puerta estrecha es la historia de una idea bella que se descompone y
de una fidelidad que acaba en un dolor sin justificación. Los sueños sacados de quicio son tan negativos como los seres incapaces de soñar. Mantenerse fiel a un sueño desquiciado significa vivir en los brazos de un muerto.
A veces resulta optimista la melancolía. Hay personas y mundos a los que sólo se les puede mantener el cariño una vez que se convierten en nostalgia.
Cortada la convivencia que manipula y envenena, es posible recordar las
ilusiones compartidas y los bellos momentos del pasado. Juliette ha
hecho su vida, ha cambiado de mundo, ha negociado su felicidad, ha
tenido la suerte de alejarse. Después de la muerte de Alissa,
reconstruye la habitación de su hermana y la convierte en memoria.
Jérôme, por el contrario, naufragó con Alissa por ser incapaz de
situarla en la lejanía de una bella nostalgia.
¿Qué hubiera sido de García Lorca, a qué parálisis se hubiera condenado,
si no llega a aceptar los resentimientos de dos Martín Domínguez
Berrueta como un mal inevitable? ¿Qué destino cabe esperar para las
buenas propuestas cuando sólo son la máscara de algo que lleva muchos años muerto?
La biblioteca se enreda con la vida. Como todas las historias de los
libros pertenecen al último que llega, es decir, al lector que entra en
sus páginas, las palabras del jardín nos devuelven siempre a la
realidad. García Lorca me llevó a André Gide… y Jérôme Palissier a las últimas noticias.
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