¡Periodistas escandalizados!
Hay recuerdos literarios que caminan con nosotros a lo largo de
los años. Cuando vivimos situaciones de fiesta, escándalo, hipocresía,
felicidad, frío, hambre, calor, incertidumbre, alegría o miedo, siempre
acuden a hacernos compañía las páginas de un libro, el fragmento de una
novela, la meditación de un ensayo, la escena de teatro o los versos que
nos ayudan a comprender las repeticiones del tiempo y de las historias
humanas. Hablo en plural, escribo nosotros, vivimos, hacernos y nos
ayudan, porque insisto en mis ilusiones y juego a imaginar que los
libros ocupan todavía un lugar, aunque sea modesto, en las existencias
de la gente. Y escribo existencias porque aludo no sólo al hecho de existir, sino al valor de las despensas. Los libros son imprescindibles en una sociedad con existencias.
Estos días me ha venido a la memoria Baudelaire gracias al escándalo
provocado entre periodistas, columnistas y opinantes por el anuncio de la página informativa del ayuntamiento de Madrid
para aclarar rumores, informaciones tergiversadas y calumnias. En una
divertida prosa, el poeta nos contó el escándalo sentido por una famosa
prostituta francesa ante los desnudos expuestos en unas obras de arte.
Así es, nuestros vicios contados en público o nuestras formas de vida suelen indignar,
igual que las corrupciones y los secretos de estado. Somos cortesanos
dispuestos a escandalizarnos por la venus de Urbino de Tiziano, la Maja
Desnuda de Goya o la Olimpia de Manet.
Parece lógico que algunos articulistas conservadores tengan prisa por identificar a Podemos y al ayuntamiento de Ahora Madrid con las inclinaciones del chavismo
en lo que se refiere a la detención de opositores y a las censuras y
las multas en la prensa. Pero extraña que organizaciones profesionales
se dejen llevar por la corriente antes de pensarse las cosas dos veces y
analizar la situación en la que vivimos.
Si empezamos por los medios de comunicación públicos, esos que deben
velar constitucionalmente por la información veraz, el paisaje es
desolador. La profesión debería vivir minuto por minuto escandalizada al
contemplar lo que se hace, por ejemplo, en Televisión Española y en Telemadrid. Es escandaloso cómo se informa, cómo se usan y se liquidan los bienes públicos y cómo se trata a los profesionales.
Si continuamos con los medios privados, la indignación es más contenida,
pero el miedo democrático es mucho más profundo por su capacidad de
intervención en la realidad. La indignación es más contenida porque ya
hemos aceptado que cada uno es libre de utilizar su dinero como le dé la
gana. Las normas que pueden plantearse hoy no impiden mentir o interpretar las situaciones a beneficio de quien paga.
Pero el miedo democrático es más profundo, porque la propiedad de los
medios dominantes está en manos de bancos, fondos de inversión y élites
económicas. El maltrato profesional de los periodistas sólo es
comparable a la falta de respeto por el testimonio veraz y por la
información que se merecen los lectores.
Y si continuamos por los gabinetes de prensa de los partidos políticos o
de los ministerios, nos encontramos con máquinas de confusión
sistemática. El gabinete del Ministerio de Sanidad convierte a
los médicos en unos vagos peligrosos y a los enfermos en unos
derrochadores sin escrúpulos. El gabinete del Ministerio del
Interior trabaja para convencernos de que los extranjeros y los
refugiados son unas alimañas peligrosas que merodean como víboras por
las fronteras o por nuestras calles para dañarnos la existencia.
En medio de este panorama profesional, salta el escándalo por un espacio
de información ciudadana que quiere poner en marcha el ayuntamiento de
Madrid. No lo entiendo. Si los buenos periódicos cuentan con un defensor
del lector, como vecino de Madrid yo quiero que haya algo así como un defensor de la ciudadanía.
Si algún periódico publica que me van a subir los impuestos municipales
cinco veces al mes, será un gusto contar con una página que me quite el
susto o que me informe de los responsables ante los que debo protestar,
ya sea el periodista mal informado o el concejal avaricioso. En la
prensa de hoy existen demasiados datos sin contrastar, demasiadas
tergiversaciones, demasiados intereses, como para que una institución
renuncie a un ámbito de transparencia.
La libertad de expresión no es patrimonio de los periodistas
o de los escritores, sino de la ciudadanía que conforma la opinión
pública en una democracia. Y dar explicaciones, aclarar, ajustar los
datos, desmentir al que engaña, confirmar o matizar a quien pretende
decir la verdad, nunca está de más.
Claro que los espacios informativos merecen credibilidad según el rigor
de sus procedimientos y sus palabras. Por eso no estaría tampoco de más
que las informaciones de esa página del ayuntamiento de Madrid no
estuviesen en manos de las consignas del partido de turno, sino de
profesionales independientes capaces de entender que una institución no
es propiedad privada de un partido, sino un bien público, un espacio
común.
Ahora hay magníficos profesionales en paro o con trabajo a medias,
hombres y mujeres capaces de informar en nombre de la ciudadanía. Se trata de apostar por el periodismo veraz e independiente
en los medios públicos o en el compromiso de las aventuras privadas. Lo
demás es escandalizarnos como la prostituta de Baudelaire. Y escribo
veraz e independiente porque sigo creyendo que la tarea principal del
periodismo es la vigilancia de los abusos e injusticias del poder y sus
desigualdades
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