Cuanto más se escora hacia el absurdo un
nacionalismo catalán comprometido hasta la extenuación con la misión de
salvar a Artur Mas y a Convergencia, más se echa al monte una política
española que, en lugar de adentrarse en el siglo XXI de los estados
constitucionales sin soberano y los gobiernos multinivel, parece querer
regresar a la infancia del siglo XIX.
Si el plan
consiste en atraer a los catalanes demostrándoles lo reaccionarias que
pueden llegar a ser las instituciones españolas, la cosa va como un
tiro. A algunos ya sólo les falta el trabuco. A este paso Artur Mas
conseguirá el milagro de presentarse a las elecciones sin tener que
explicar una palabra sobre la corrupción que ahoga a su partido o las
políticas de recortes masivos infligidas por sus gobiernos. Toda la
fuerza se va en especular sobre el artículo 155 de la Constitución.
Aquí ya vale todo para llamar a la Guardia Civil. Desde
la retirada de un busto del ex jefe del Estado que ya ni tenía por qué
estar allí, a las alegres especulaciones de reputados y serios juristas
sobre la conveniencia o no de suspender la autonomía catalana si el
resultado de unas elecciones tan legales como legítimas no les gusta.
Haría bien el Rey en alejarse de esos monárquicos que le susurran al
oído que debiera atreverse a hacer y decir todas las cosas que, en la
corte, muchos piensan que Mariano Rajoy no se atreve a decir y hacer. La
ultima vez que un Borbón hizo algo parecido, la cosa acabó con un
desahucio. Su majestad sabrá. Pero no parece ni muy inteligente, ni muy
sensato, ir de visita institucional a Catalunya a recordarle a los
catalanes que deben cumplir la ley.
Un votante
catalán que ande buscando razones para votar por una lista no
soberanista debe sentirse más solo que Jose Luis Perales escuchando sus
discos. Todo cuanto se le ofrece son amenazas, desgracias, catástrofes y
desastres. Aquí parece que sólo quieren ganar unos. Todos los demás se
dedican a avisarle de que si gana, se va a enterar.
En el reciente referéndum escocés los unionistas también recorrieron ese
camino. Primero dieron por seguro que ganarían. Luego probaron con la
amenaza de convertir a Escocia en un país errante expulsado de los mares
de Europa. Después intentaron el soborno y recordarles a los escoceses
que la independencia les iba a costar una pasta, como en esas parejas
que siguen juntas por la hipoteca. Al final, a la desesperada, tuvieron
que ponerse a hacer política y explicar por qué tenía sentido y valor
seguir juntos. A ellos les salió bien. Pero son raros y conducen por la
izquierda.
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