José Antonio Pérez Tapias
- Miembro del Comité Federal del PSOE
Siempre se puede ir a más, en lo positivo y en lo
negativo. Para el segundo caso, el ingenio humano ha dado lugar a la
chispeante "ley de Murphy": todo lo que puede empeorar, empeora. Parece
que en la realidad política española hay quienes, más allá del tono
jocoso con que se alude a tan socorrida "teorización", pretenden darle
cumplida confirmación como si de rigurosa ley de sociología política se
tratara.
Quienes se mueven en el mundo del teatro
saben perfectamente que para que una obra salga a la perfección, todos
los actores han de estar metidos en su papel y entusiasmados por
llevarlo a las tablas con la máxima excelencia. Una tragedia en regla,
por ejemplo, para tener éxito requiere que cada uno de los que salgan a
escena se identifique gozoso con su papel. Tal aparente paradoja es una
necesidad. Sólo así se podrá representar ante el público esa necesidad
de imposible cumplimiento que supone lo trágico. Pero ese paradójico
gozo por un papel trágico no es, sin embargo, lo que debe darse en la
representación política que acompaña a la vida democrática. Ésta, aun
teniendo componentes teatrales, se adentraría en peligrosa confusión si
la satisfacción de cada cual con su papel no contemplara que la
dramatización llevada a cabo entre todos puede bloquearse en un punto en
el que lo necesario sea en verdad, y sin nada de ficción, imposible.
En las dinámicas políticas de Cataluña nos encontramos
precisamente con situaciones como la apuntada. Los protagonistas
políticos se autoperciben muy ufanos en su papel, hipertrofiando la
parte del guión que les corresponde. La cuestión es si la representación
de cada cual redundará en potenciar la deriva conducente a hacer
imposible lo necesario. Sucederá en tal caso que la vida política en
Cataluña entrará en trance difícil, extensible por lo demás a la
realidad política española. La mencionada manera de consumar la
representación política, con sobredosis de histrionismo en algunos
casos, llevará a que el pronóstico que pueda hacerse según el
chascarrillo de la "ley de Murphy" se vea cumplido: lo que puede
empeorar, empeora.
El empeoramiento que pueda temerse
no será debido, meramente, a que ante las próximas elecciones
autonómicas –y, después, generales– se presenten distintas propuestas
por las diferentes formaciones políticas. Eso es lo que comporta el
pluralismo político y de ninguna manera hay que lamentarlo. El que las
cosas vayan a peor puede darse, en todo caso, por algo previo a los
programas mismos. Se trata del marco de referencia desde el que en cada
caso se elaboran, en cuyo delineamiento intervienen actitudes e
intereses que para ello son determinantes. Es en relación a eso previo
que puede observarse por las múltiples bandas de esa realidad política
un sorprendente denominador común. Éste se cifra en una transversal negativa a comprender que afecta, más allá de las formalidades de la democracia, a la misma convivencia democrática.
La democracia implica confrontación desde posiciones diversas,
conflicto innegable, pero de tal manera que ciertos acuerdos básicos han
de permitir la canalización del mismo. Eso requiere compartir cierta
voluntad de entendimiento, al menos comprendiendo qué dice el
adversario, aunque no se comparta. Si no es así, se echa a perder el
componente dialógico que toda democracia ha de poner en juego.
Lo que en las actuales circunstancias puede apreciar cualquier
observador, interno o externo, de la dinámica política catalana es el
peso de esa negativa a comprender desde cualquier
posición respecto a las demás. La derecha españolista se cierra en banda
a comprender por qué en Cataluña ha adquirido la fuerza que ahora tiene
un soberanismo independentista que ha desbordado el nacionalismo
catalanista que por décadas tuvo tan relevante papel. Por parte de esos
sectores soberanistas, ya políticamente aglutinados en torno a la
candidatura unitaria promovida por CDC y ERC, se echa en falta más
voluntad para entender a esa otra parte de la sociedad que no comparte
cómo desde el independentismo se plantea la expresión política de la
identidad catalana. En otros casos, las pretensiones de equilibrio entre
esos polos acaban echando el ancla en supuestas posiciones intermedias
sostenidas a partir de la descalificación de quienes se sitúan bajo
otros parámetros. El campo socialista, por ejemplo, se autodelimita en
la tan mentada "centralidad", pero dejándose atrapar también en su
correspondiente negativa a comprender, de forma
que se restan posibilidades de cara al diálogo que tan imprescindible
aparece para el futuro de Cataluña y, desde ella, del Estado español.
Salta a la vista, pues, que ante tanta negativa a comprender hace falta, aun en puertas de campaña electoral, un intensivo aprendizaje del arte de escuchar.
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Tengo la sensacion de que Perez Tapias, como pasa con Angel Gabilondo, esta por encima de la posibilidades cognitivas del Psoe. Una pena, desde luego. Cuando solo es la 'viejoventud' repetidora el criterio basico para elegir gobernantes, se corre el riesgo de equivocarse hasta la debacle. Aunque las encuestas y los votos no lo vean. La realidad lo confirma, pero a toro pasado y cuando las cosas ya no tienen vuelta a atras. Ains!
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