Cuentan las leyendas que en los Países Bajos, cuando
un niño se muestra reacio a comer o dormir, sus padres, le amenazan,
con el retorno del Duque de Alba y sus tercios, que no dejaron muy buen
recuerdo por aquellas tierras.
Utilizar el miedo como atajo para evitar enojosas explicaciones dialécticas, se ha globalizado y es parte integrante del fuego artillero esgrimido por los poderes dominantes de la economía mundial. Han conseguido sustituir, apoyándose en las potentísimas maquinarias de propaganda, la burda estratagema de los padres, por mentiras y manipulaciones que pretenden convertir en verdades infalibles que no admiten refutación. Amenazan con la hoguera de la marginación a los que tratan de explicar a los ciudadanos que otras alternativas son, no solo posibles, sino necesarias para mantener vivo al sistema democrático de libertades.
Los griegos acaban de desmontar el tinglado y han puesto a la banca alemana contra las cuerdas. Espero que no reaccionen con un golpe bajo. Según recientes informes la juventud griega votó abrumadoramente el no, mientras los jubilados, lógicamente temerosos de asumir más sacrificios han votado mayoritariamente sí. Una vez más, el miedo ha funcionado.
Pero el dilema sigue y no es una cuestión específica de la situación griega. Tiene una dimensión universal. El debate se ha generalizado: o manda el mercado o se impone la soberanía popular. El liberalismo, tal como lo concibieron sus referentes ideológicos Adam Smith y Stuart Mill, construyó sus teorías económicas y la libertad de mercado, sin olvidar los valores esenciales de la democracia y el respeto por la dignidad del ser humano. Algunos panegiristas se creen la reencarnación de Moisés y esgrimen unas tablas de la ley que no se atrevieron a desarrollar hasta sus últimos extremos, hasta que se produce la caída del muro de Berlín y no hay confrontación posible con otros modelos fracasados.
El mercado no es el Dios del Sinaí. Como advertía clarividentemente Adam Smith existe una mano que mece en sus movimientos. Los profetas emergentes viven en los santuarios de Wall Street y en la City londinense y se sirven de las nuevas tecnologías para especular desaforadamente a la velocidad de la luz.
Los efectos son demoledores para la tradicional economía productiva en la que se integraba el ser humano como un miembro de la cadena de producción y contribuía con su trabajo a conformar la calidad del producto y su competitividad en el mercado.
No se puede perder competitividad y por lo tanto, propugnan reducir progresivamente los salarios y toda clase de servicios complementarios. Para ello es necesario que los gobiernos, como ha sucedido recientemente con el español, procedan a trastocar la relación laboral convirtiéndola en una parodia, escasa de contenido económico y prestaciones sociales.
El complemento de la especulación es la privatización. Lamentablemente dos recientes sentencias del Tribunal Constitucional, avalan la mutilación de la sanidad pública y la privatización parcial de un sector estratégico como el agua. Privatizar el agua es poner en manos de profetas y teólogos desalmados, un arma peligrosa que puede ocasionar revueltas de consecuencias no suficientemente calculadas. Para atajarlas han exacerbado la legislación de emergencia, amenazando a los disidentes con severas penas en aras de proteger la llamada seguridad ciudadana. Conseguido el complemento punitivo sólo nos queda su derogación por las vía de la inconstitucionalidad.
Ante este panorama, surgen movimientos sociales que no están dispuestos a someterse a los dogmas neoliberales y que propugnan algo tan elemental como el cumplimiento y el respeto de los valores constitucionales. La lealtad y solidaridad tributaria, el derecho de manifestación, libre expresión, el derecho de asociación y sobre todo el derecho de participación política.
En las pasadas elecciones del 24 mayo se ha detectado que ese conglomerado disidente, comienza a adquirir la forma de partidos políticos dispuestos a intervenir, ofrecer fórmulas alternativas e incluso gobernar la vida de nuestro país. Las reacciones han sido patéticas. Desde el retorno irresponsable a dialécticas más propias de un activismo previo a nuestra guerra civil, hasta los mensajes catastrofistas dirigidos a los más débiles para amedrentarles con los peligros de las políticas alternativas.
Creo que al sueño neoliberal le están saliendo pesadillas. Ya son muchos economistas salidos de su propia esencia que consideran que sólo han conseguido desatar los instintos de la codicia, la insolidaridad y la ambición desmesurada.
Juegan con las doctrinas de Maquiavelo, cuando nos enseñaba que todos deberían saber lo que son, pero pocos saben quién eres realmente y esos pocos no se atreven a adoptar una posición contraria a la opinión general. Cada vez son más los que no dudan en enfrentarse a los que manejan los hilos del sistema y se ofrecen a los ciudadanos para construir, con argumentos científicos, difícilmente rebatibles, alternativas al caos que han creado, con su prepotencia, los poderes dominantes. Se puede salir de la crisis con modelos diferentes que, rescatando los valores de la libertad, la igualdad y la solidaridad, recuperen los valores y principios que proclaman nuestros textos constitucionales.
Las libertades no se pueden encerrar en una probeta al margen de las relaciones sociales. Solo el Estado social y democrático de derecho puede salvaguardarlas. El mercado es insustituible, pero no puede convertirse en un monstruo que devora la dignidad de las personas. Pueden seguir con sus monsergas teologales pero, por favor, no nos asusten que no somos niños.
Utilizar el miedo como atajo para evitar enojosas explicaciones dialécticas, se ha globalizado y es parte integrante del fuego artillero esgrimido por los poderes dominantes de la economía mundial. Han conseguido sustituir, apoyándose en las potentísimas maquinarias de propaganda, la burda estratagema de los padres, por mentiras y manipulaciones que pretenden convertir en verdades infalibles que no admiten refutación. Amenazan con la hoguera de la marginación a los que tratan de explicar a los ciudadanos que otras alternativas son, no solo posibles, sino necesarias para mantener vivo al sistema democrático de libertades.
Los griegos acaban de desmontar el tinglado y han puesto a la banca alemana contra las cuerdas. Espero que no reaccionen con un golpe bajo. Según recientes informes la juventud griega votó abrumadoramente el no, mientras los jubilados, lógicamente temerosos de asumir más sacrificios han votado mayoritariamente sí. Una vez más, el miedo ha funcionado.
Pero el dilema sigue y no es una cuestión específica de la situación griega. Tiene una dimensión universal. El debate se ha generalizado: o manda el mercado o se impone la soberanía popular. El liberalismo, tal como lo concibieron sus referentes ideológicos Adam Smith y Stuart Mill, construyó sus teorías económicas y la libertad de mercado, sin olvidar los valores esenciales de la democracia y el respeto por la dignidad del ser humano. Algunos panegiristas se creen la reencarnación de Moisés y esgrimen unas tablas de la ley que no se atrevieron a desarrollar hasta sus últimos extremos, hasta que se produce la caída del muro de Berlín y no hay confrontación posible con otros modelos fracasados.
El mercado no es el Dios del Sinaí. Como advertía clarividentemente Adam Smith existe una mano que mece en sus movimientos. Los profetas emergentes viven en los santuarios de Wall Street y en la City londinense y se sirven de las nuevas tecnologías para especular desaforadamente a la velocidad de la luz.
Los efectos son demoledores para la tradicional economía productiva en la que se integraba el ser humano como un miembro de la cadena de producción y contribuía con su trabajo a conformar la calidad del producto y su competitividad en el mercado.
No se puede perder competitividad y por lo tanto, propugnan reducir progresivamente los salarios y toda clase de servicios complementarios. Para ello es necesario que los gobiernos, como ha sucedido recientemente con el español, procedan a trastocar la relación laboral convirtiéndola en una parodia, escasa de contenido económico y prestaciones sociales.
El complemento de la especulación es la privatización. Lamentablemente dos recientes sentencias del Tribunal Constitucional, avalan la mutilación de la sanidad pública y la privatización parcial de un sector estratégico como el agua. Privatizar el agua es poner en manos de profetas y teólogos desalmados, un arma peligrosa que puede ocasionar revueltas de consecuencias no suficientemente calculadas. Para atajarlas han exacerbado la legislación de emergencia, amenazando a los disidentes con severas penas en aras de proteger la llamada seguridad ciudadana. Conseguido el complemento punitivo sólo nos queda su derogación por las vía de la inconstitucionalidad.
Ante este panorama, surgen movimientos sociales que no están dispuestos a someterse a los dogmas neoliberales y que propugnan algo tan elemental como el cumplimiento y el respeto de los valores constitucionales. La lealtad y solidaridad tributaria, el derecho de manifestación, libre expresión, el derecho de asociación y sobre todo el derecho de participación política.
En las pasadas elecciones del 24 mayo se ha detectado que ese conglomerado disidente, comienza a adquirir la forma de partidos políticos dispuestos a intervenir, ofrecer fórmulas alternativas e incluso gobernar la vida de nuestro país. Las reacciones han sido patéticas. Desde el retorno irresponsable a dialécticas más propias de un activismo previo a nuestra guerra civil, hasta los mensajes catastrofistas dirigidos a los más débiles para amedrentarles con los peligros de las políticas alternativas.
Creo que al sueño neoliberal le están saliendo pesadillas. Ya son muchos economistas salidos de su propia esencia que consideran que sólo han conseguido desatar los instintos de la codicia, la insolidaridad y la ambición desmesurada.
Juegan con las doctrinas de Maquiavelo, cuando nos enseñaba que todos deberían saber lo que son, pero pocos saben quién eres realmente y esos pocos no se atreven a adoptar una posición contraria a la opinión general. Cada vez son más los que no dudan en enfrentarse a los que manejan los hilos del sistema y se ofrecen a los ciudadanos para construir, con argumentos científicos, difícilmente rebatibles, alternativas al caos que han creado, con su prepotencia, los poderes dominantes. Se puede salir de la crisis con modelos diferentes que, rescatando los valores de la libertad, la igualdad y la solidaridad, recuperen los valores y principios que proclaman nuestros textos constitucionales.
Las libertades no se pueden encerrar en una probeta al margen de las relaciones sociales. Solo el Estado social y democrático de derecho puede salvaguardarlas. El mercado es insustituible, pero no puede convertirse en un monstruo que devora la dignidad de las personas. Pueden seguir con sus monsergas teologales pero, por favor, no nos asusten que no somos niños.
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