jueves, 14 de mayo de 2015

El periodismo y sus compromisos 

por Luis García Montero

14 may 2015
 



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El periodismo es una de las profesiones más desprestigiadas en los debates sobre la actualidad. Sólo la política sufre más descalificaciones y levanta más sospechas en las barras de los bares. Este malestar no puede abordarse como una simple inquietud gremial, porque el periodismo y la política son los dos ejercicios más importantes para que sea posible una verdadera democracia. Por eso hay que andar con cuidado a la hora de hacer los diagnósticos. Junto a los errores de periodistas y políticos, habrá pues que tener en cuenta los intereses de los que quieren desacreditar las raíces de la democracia para que nadie vigile o regule sus abusos.
Los trabajadores de Telemadrid han protagonizado una de las luchas más admirables de la democracia española. Un movimiento parecido se está dando también entre el personal de RTVE. Conviene aplaudir este proceso. Si el trabajo decente es el mayor factor de regeneración democrática, los conflictos laborales deben plantearse desde una conciencia clara de que el salario justo es inseparable de la dignidad de los oficios, es decir, de su compromiso con la sociedad. 

La democracia necesita una información veraz e independiente. Un país sólo puede asegurar este tipo de información a través de los medios públicos. La prensa privada tiene sus propios intereses. Más o menos profesionales, más o menos rigurosos, dependen de su línea editorial y de una dirección que responde a las intenciones de sus propietarios. 

Los inicios del periodismo estuvieron marcados por los partidos políticos que deseaban contar con medios de comunicación al servicio de sus consignas y sus calumnias. Después las cosas cambiaron, y fueron algunos medios de comunicación los que quisieron tener partidos políticos a sus órdenes. Medios y partidos han caído finalmente sin pudor en manos de las élites económicas interesadas en crear las realidades: las corrientes de opinión necesarias para establecer sus dominios y eliminar las posibles alternativas.

Nada como un proceso electoral para comprobarlo. La realidad está ahí, pero la poderosa capacidad de las élites define una lectura popular de esa realidad. El poder mediático crea en pocos meses partidos, provoca rupturas, agita escándalos seleccionados y reparte protagonismos de forma meditada. Ni siquiera los nuevos medios digitales escapan a sus prácticas. A veces son incluso peores que los medios tradicionales, porque no cuentan con la ayuda pudorosa de su experimentada memoria profesional.

Hay periódicos que parecen boletines oficiales de un partido político. Los silencios y los aplausos en versión informativa convierten las redacciones en un gabinete de prensa particular. No es ya que los medios tengan una línea ideológica, es que preparan sus páginas o sus tertulias con el mismo cálculo que gastan las organizaciones políticas para establecer sus argumentarios. Son manuales de recetas informativas.

Los buenos profesionales intentan no ahogarse en este aire contaminado. Hay muchos buenos periodistas, uno puede encontrarlos hasta en los medios más sectarios o más desprestigiados. Hacen lo que pueden, pero la verdad es que pueden poco. Resulta difícil trabajar en las condiciones de deterioro que ha impuesto el poder económico sobre el periodismo.
El intento de regular la información privada por los poderes públicos no es admisible. Abriría enseguida las puertas a la censura y desembocaría en un ataque metódico a la libertad de expresión. Por eso no queda otra que apostar de forma decidida por unos medios de comunicación pública capaces de asegurar su independencia más allá de los intereses de los gobiernos de turno. Y por eso son tan admirables los trabajadores de Telemadrid.

Periodistas, técnicos y administrativos de Telemadrid reaccionaron cuando el PP quiso hacer de ellos unos correveidiles de sus consignas. Desde entonces se han enfrentado a amenazas, despidos y externalizaciones. El conflicto laboral, la defensa legítima de sus derechos como trabajadores, no les ha hecho olvidar que sus demandas nacieron unidas a la defensa de la información pública y veraz, no manipulada, que necesita la democracia. Los trabajadores de Telemadrid han elaborado por su cuenta un plan de viabilidad económica y un marco legal de actuación independiente que suponen una reflexión modélica sobre la palabra “público”. El estudio se titula: “Ente público Radio Televisión Madrid. Un modelo de servicio público”.

El poeta Allen Ginsberg escribió en forma de aullido una famosa confesión: “He visto las mejores cabezas de mi generación destruidas por la locura…”. Todos hemos visto en estos meses muchas cosas y muchas buenas cabezas asaltadas por la vanidad, o por la inmadurez política, o por la melancolía, o por la fascinación ante lo nuevo, bailando siempre al ritmo que dictan las élites. Por eso me parece ejemplar la lucha de Telemadrid. Deberíamos encontrar la manera de que nuestras vanidades, nuestras melancolías y nuestro esnobismo estuviesen al servicio de esta gente y no a las órdenes descaradas de los magnates de la información.  


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