El barbero de Picasso
Actualizada 23/05/2015 a las 19:23
Nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar.
Las lecciones de la vida son tan lentas que a veces se cubren de rutinas
y hojas secas. Aunque caminamos sobre ellas y en el fondo nos
sostienen, tendemos a olvidarlas. Por eso se agradecen las sorpresas que
invitan a recordar lo que importa. Es verdad, nada tiene más valor en
el mundo que lo que no se puede comprar.
Esta campaña electoral me llevó una mañana a la Sierra Norte de Madrid.
Quería conocer sobre el terreno las infraestructuras del Canal de Isabel
II y algunas opiniones expertas sobre su estado. En el plan previsto se mezclaron de pronto la poesía, el arte y la amistad.
Una compañera de Torrelaguna me llevó a la iglesia donde está enterrado
Juan de Mena. Los caminos acaban devolviéndonos siempre a nuestro punto
de partida. Pasé de pronto a las aguas de la poesía sin necesidad de
olvidarme de los debates sobre el poder. Ahí estaban Juan de Mena, Juan
II, don Álvaro de Luna, la poesía del siglo XV y el deseo arriesgado de
cabalgar sobre la Fortuna y domar su cuello con ásperas riendas.
Del Laberinto de Fortuna me sacó una parada en Buitrago. Pensé
que iba a rendirle homenaje al Marqués de Santillana, pero en realidad
–siguiendo la ruta– me encontré con Eugenio Arias, el barbero de Picasso, y con viejas historias que me había contado Rafael Alberti hace muchos años.
Eugenio Arias nació en Buitrago, fue primero sastre y después barbero,
se hizo comunista, luchó en el Quinto Regimiento durante la Guerra
Civil, sufrió la derrota, salió al exilio, vivió la experiencia de los
campos de concentración, participó en la resistencia contra el nazismo,
esta vez venció y acabó instalando un salón de peluquería en Vallauris,
un pueblo del sur de Francia. Aunque había coincidido con Picasso en
1945, en la celebración del 50 cumpleaños de Dolores Ibárruri, la
verdadera amistad se consolidó cuando el pintor decidió alejarse de la
espuma parisina, que le impedía trabajar con tranquilidad, y buscó una
casa con sol y con Sur. En Vallauris encontró la casa, pero encontró también un salón de peluquería.
Las complicidades surgen donde menos se piensan. El vértigo ofrece
compromisos, citas, éxitos, fracasos, condecoraciones, ruidos… Pero la
vida, con el sedimento de sus lecciones minuciosas, ofrece también raíces humanas, maneras naturales de vivir un sentido de pertenencia.
Picasso y Arias buscaban ocasiones para acudir a las corridas de toros
de Arles y Nimes, o para quedarse solos y hablar de España, la
República, la política, el amor, las bodas, las separaciones, el arte
del siglo XX y las intimidades que confiesan hombres y mujeres cuando se
sientan en el sillón de una peluquería. Nadie suele cortarse si el
barbero cumple bien con su oficio.
Esta amistad dejó muchas huellas en forma de dibujos, libros con
dedicatorias ilustradas, cerámicas, grabados y una caja para las
tijeras, el peine, la brocha y la cuchilla decorada por la mano del
artista. Eugenio Arias donó a su pueblo esta herencia millonaria de
amistad, que nunca quiso vender, y ahora puede visitarse en Buitrago un
museo singular y valioso. La sensación de la vida cotidiana, de los días compartidos, de las comidas y las cenas está convertida en arte. Y es que al arte no le gusta tener las manos quietas, siempre aprovecha lo que tiene a mano.
En la entrada del Museo se reproduce una frase de Eugenio Arias: “Nada tiene más valor en el mundo que lo que no se puede comprar, el respeto, la amistad, la confianza y la fidelidad”.
Es un buen consejo, una lección minuciosa de la vida. Incluso es un buen
consejo para entrar en política. Aunque haya que discutir mucho de
presupuestos, inversiones, infraestructuras y carencias, quizá lo más
importante para un verdadero cambio político está en lo que no puede
comprarse. O dicho de otra forma: en lo que uno debe negarse a vender.
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