martes, 12 de mayo de 2015

La voz de Iñaki


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Sin ofender, joven

EL PAÍS  


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Hay dos maneras de ser joven y de ser viejo. La manera sabia y la manera estúpida. La sabiduría del joven consiste en no hipertrofiarse con la euforia de la edad, en no perder de vista el suelo que se pisa y en saber mirar alrededor con la fresca humildad de la ignorancia para no perderse en el abismo de su inmenso ombligo, desde el que se confunde fácilmente la heroicidad con la fanfarronería cantamañanas y el liderazgo exitoso con el ridículo de la prepotencia bocazas. La teoría se confunde con el regusto de la experiencia ajena por superar, rebañada de películas, fantasías, mitos, relatos y textos pensados por otros y que suele acabar en una nada precaria e inútil. Friki. Hueca. Y repitiendo las mismas letanías habituales del pasado, pero repintadas de modernidad e incluso de postmodernidad. La idiotez del joven consiste en tomarse a la tremenda ese proceso de narcisismo ampuloso y entusiasta de su expansión hormonal, y en creer que lo que a él se le ocurre es lo más grande e importante que ha sucedido jamás en el Planeta. La sabiduría del joven está reservada a la calidad de su percepción cognitiva. A más salud psicoemocional y a mejor calidad de valores descubiertos y asimilados en su educación. 

La sabiduría del viejo tampoco la da la edad, como en el caso del joven; la edad lo único que proporciona es el tiempo y las oportunidades para experimentar y aprender, pero, igual que en el joven, eso depende de los mismos factores: de la inteligencia emocional equilibrada y calidad de valores vitales con los que se esté dispuesto trabajar; el tiempo puede favorecer el proceso, relativamente, porque eso solo se comprueba a toro pasado, tanto en la juventud como en la vejez, es decir, no en el presente, que es cuando todo nos sucede en el vértigo de su fuerza de arrastre; la función objetiva del tiempo es la misma para jóvenes y viejos . La única diferencia es el archivo íntimo y subjetivo de la experiencia. El viejo tiende a recapitular y a comparar el presente con el pasado y ahí corre el riesgo de relativizar tanto que el presente y su frescura se le escapen entre los dedos de la memoria, que, en su momento, tampoco fue para tanto ni en lo bueno ni en lo malo, pero eso también depende de la valoración e intensidad personal con que se vivan los acontecimientos; el joven tiende a absolutizar y a sobredimensionar el presente  y a dejar de lado la consideración del pasado, no está dispuesto a perder el tiempo en darle vueltas al ayer si no es para ponerle peros, porque le motivan más el presente y el futuro que ve por delante, mientras el viejo se desapega de un futuro que subjetivamente cree inalcanzable, -pura especulación en realidad, porque un viejo puede llegar a centenario y un joven morir a los 25- y trata de estar presente aplicando muchas veces la lupa del pasado con demasiada devoción, tal vez porque la huella en la memoria de la intensidad juvenil le da bríos en una época ya de bajada por la cuesta de la energía física sobre todo. 

El caso es que siempre podemos elegir en qué tesitura deseamos pasar vejez y juventud. Hay quienes se limitan a creer que estamos tan condicionados por lo que sucede y por las circunstancias, que no somos libres para optar. Esa actitud  nos victimiza y nos limita. Nos encierra en un círculo vicioso. Nos aliena y nos hace resignados con la edad, pero el entusiasmo juvenil tampoco garantiza que haya profundidad en lo efusivo. Simplemente vivir anclados en la periferia perceptiva del instinto emocional y su condición efímera y volátil, nos impide entrar en nosotros - a cualquier edad- para descubrir nuestros potenciales y así, verdaderamente,  nos quedamos enganchados en el acontecer y en la trampa periférica de los sentidos más elementales sin que consigamos descubrir otros modos  y planos más sutiles de percepción sensorial, como pasa con quienes se dedican a experiencias relacionadas con lo trascendente como el arte, la filosofía y el espíritu como forma de vida más que como profesión rutinaria y apegada a los automatismos; se puede hacer automático absolutamente todo aprendizaje, hasta el más sublime, al convertirlo en técnica rutinaria en vez de integrarlo en el conocimiento profundo y gozoso del ser. Como igualmente toda experiencia por basta y elemental que parezca, puede convertirse en sabiduría y en metafísica; en mística de lo cotidiano. En poesía y música callada, como decía y demostró con su propio camino, Juan de Yepes en su magnífico tratado de espiritualidad. O como explica con sus cuentos y relatos mínimos Tony De Mello. O Jorge Bucay. O sin ir más lejos, Il Cantico delle Creature , del entrañable poverello d'Assisi. Que ni siquiera conservó el nombre de pila y se quedó con el apodo de il francesco. El francesico. Por su madre provenzal. 

Jóvenes y viejos, querido Iñaki, estamos muy tocados del ala. Unos por exceso y los otros por defecto, a la recíproca. Si nuestros jóvenes están tan perjudicados y tan perdidos, seamos honestos, algo nos ha fallado muy en lo hondo. Un Rivera o un Iglesias y sus miles o millones de fans alienados que no saben por donde les da el aire, no se improvisan así como así. 
Como dicen los budistas, la repetición es el karma y las nuevas vías liberadoras son el dharma. Equivale a lo que explica Pablo de Tarso en el primer tratado del camino cristiano que conocemos: sus cartas. Vivir según la Ley o según la Gracia. Vivir atados y encadenados al ego y sus culpabilidades, acusaciones, violencias y juicios o libres de él, con la responsabilidad adulta de los bienaventurados y gozosos, capaces de transformar el fatalismo condenatorio del fatum, del destino, en la sorpresa y el milagro de lo providente, mediante la desaparición del drama y la tragedia dentro de uno mismo. La verdadera resurrección de los muertos es ésa. O sea, todo lo contrario de lo que nos han predicado las religiones ancestrales y el catolicismo  -un retroceso bestial en la vía de la liberación- , y que  a su vez ha impregnado las culturas y leyes civiles, militares, religiosas, económicas, que rigen la sociedad, los mercados, el poder y los tabúes del egocentrismo, que el mismo poder fomenta para no desaparecer en la libertad de los felices comunitarios y ya liberados del estado de necesidad y de angustia, por el crecimiento en calidad y en cooperación y apoyo mutuo, plural y libre. Los "viejóvenes" anarquistas lo vieron desde siempre. Un poco Marx, y un mucho más Proudhon, Kropotkin, Bakunin, puede decirse que también en cierto modo, Tolstoi, Gandhi o Lanza del Vasto, iban en la vía, como exploradores y pioneros del futuro. Ese rodaje nos falta. A los unos y a los otros. Y quizás seamos los viejos los que conformados y contentos con el canto sirénico del "bien estar" de medio pelo y desalmado, hayamos abocado a los jóvenes a la ceguera y al destierro de ese territorio imprescindible para cambiar las cosas: la lucidez. La democracia, los derechos y las libertades poco significan si el ser humano no despierta y se comporta como una máquina de consumir y acumular. Nada más.Y creo que ese detalle se ha escapado de los contenidos educativos, de las reformas de las leyes de enseñanza y de las relaciones familiares, laborales e interpersonales.

Tan peligroso es negar la realidad , sus causas y consecuencias, para los jóvenes como para los viejos. Seguro que este tiempo es un paréntesis de luz en las tinieblas globales, donde todo lo oculto desde hace décadas se está haciendo público y si queremos cambiar, podremos hacerlo, porque todo se está cayendo ahora como la Torre de Babel, y se pueden hacer otras construcciones mucho más humanas, útiles y hermosas, con el aprendizaje que llevamos, siempre que no dinamitemos lo que vale y elijamos los cascotes y el serrín para seguir en línea con la chapuza de siempre. 
Vale el diálogo, vale el respeto, vale la escucha, vale la cooperación, vale la denuncia sin violencia ni insultos, vale la Justicia y el coraje de reconocer los propios fallos sin sentirse humillados ni haciendo un mal papel por haber errado, sino asumiendo el error y enmendándolo bajo un control social y no policial. De conciencia ética y no de ley externa. Hay que acabar con los roles, poses y apariencias y ser de verdad lo que parece y parecer lo que se es, si es que deseamos el cambio real y no un apaño en falso. Siendo pacientes y teniendo en cuenta que no todos y todas están en el mismo grado de despertar y de conciencia. Pero el amor es eso: comprender y estar cerca, aunque no se piense lo mismo, aunque se pertenezca a otra generación más joven o más veterana. 
Sí se puede. Pero hay que querer que se pueda. Y de ese "querer" unívoco y solidario, dialogante, paciente, humilde y conciliador, sin intentar barrer para adentro, sin tretas ni zancadillas, depende todo.   

                                                 
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