Según van pasando tiempos y circunstancias, cada día se hace más evidente que las crisis que sufrimos no son un caso puntual, una bajada de péndulo que tarde o temprano se acabará regulando por sí misma, tal que una gripe, como lleva siglos afirmando y cumpliendo a rajatabla la economía plutócrata de la engañifa. Haciendo ley universal de la aceptación del hecho inevitable -según ella, claro- de que es necesario el "sacrificio" de unas víctimas imprescindibles para que todo el aparato económico recobre el pulso y la fuerza productiva. Y esas víctimas, obviamente, ni son los economistas que pergeñan el invento, ni los millonarios que lo patrocinan para seguirse forrando in aeternum, ni los políticos y estadistas que sirven a ese comercio de deshumanización rentabilísima para las oligocracias en particular, pero que son una maldición para los demás seres humanos en general. Especialmente los más débiles en condiciones de vida, en educación y en recursos.
Es verdad que en determinadas zonas del Planeta se ha llegado a conseguir un cierto grado de evolución social que va permitiendo un cambio lentísimo con muchos retrocesos, en medio de zancadillas, amenazas y agresiones; un cambio de conciencia que va dando lugar a que los seres humanos y su civilización vayan viendo y comprendiendo el problema universal que plantea la gestión colectiva de la vida por medio de los recursos personales y naturales, y que en vez de asumirlo como irremediable, que es lo que el capital ha determinado desde siempre, con un primitivismo rupestre que hasta ahora sólo ha conseguido refinar y ejercer con crueldad intelectualizada y asumida, la ciudadanía haya comenzado a intentar resolverlo.
Una vez superada la experiencia revolucionaria basada en la violencia, la sociedad humana va desarrollando unas capacidades nuevas, al mejor estilo evolutivo de corte darwiniano: está desarrollando órganos nuevos para nuevas funciones. Los órganos de siempre no sirven para la nueva funcionalidad. Y partiendo de los problemas urgentes y concretísimos que padece, está desarrollando una visión mucho más amplia, que ya no sólo contempla un cambio en las leyes y en las relaciones laborales o ecológicas con el medio geográfico, sino también la necesidad de procurar un cambio radical (no de sumisión o de violencia, sino de "raíz" insumisa y noviolenta hacia la desobediencia inteligente y activa. O sea, imparable)
El reto fundamental es cambiar en la práctica social el concepto del Estado como experiencia. Hasta ahora el Estado ha venido siendo un incordio necesario para poder organizarse lo mejor posible y no destrozarse mutuamente en medio del caos. Los Estados de la Edad Moderna y Contemporánea se han establecido desde la herencia del concepto de poder heredada de los grandes imperios de la Edad Antigua y de su desmembramiento en comunidades feudales durante la Edad Media hasta derivar en las ciudades, en el nacimiento de la burguesía frente a la nobleza y las monarquías, basadas en un sistema de privilegios y donde no existía siquiera la posibilidad de imaginar derechos y dignidad para el resto de humanidad obediente, sometida y sustentadora del sistema. Todo en un contexto limitado a familias, dinastías e instituciones absolutistas. Mientras los seres humanos que no poseían nada más que su capacidad para trabajar pasaban de mano en mano sin libertad ni derechos. Más como objetos utilizables que como personas.
En el Renacimiento el Estado empieza a retomar los aires de la Edad Antigua pero en plan "moderno" y aparece el Estado como privilegio de los fuertes capaces de ejercer el poder. La hegemonía. Del griego Ηγεμονία = mando supremo, preferencia, jefatura, preponderancia. Ese concepto prepotente y, al parecer, necesario, al principio de la organización en las comunidades humanas ha ido disfrazándose paulatinamente con distintas apariencias según las sociedades y los individuos han ido avanzando a lo largo de las épocas hasta llegar a nuestros días donde las sociedades contemporáneas de Occidente han ido rediseñando el Estado democrático de la antigua Grecia unido a la organización republicana de la antigua Roma, todo ello, adaptado, lógicamente, a unos tiempos más avanzados en recursos, posibilidades, ciencia y descubrimientos. Pero al mismo tiempo también la sensibilidad perceptiva y reactiva de nuestra especie va cambiando y haciéndose más profunda y sutil. La reducción de las dimensiones psicológicas del Planeta, gracias a los grandes viajes, descubrimientos e intercambios culturales, primero a través de la imprenta, ganando luego velocidad e inmediatez, con el teléfono, la radio, la tv e internet, con la experiencia globalizadora de un mundo próximo por las noticias y la intercomunicación en red, ha ido dando lugar, como ya lo definió McLuhan, a una inmensidad convertida en "aldea global", fenómeno que también está influyendo poderosamente en el cambio de vida y de relaciones entre la ciudadanía su medio y el Estado, su organización en un mundo donde lo individual se funde con lo colectivo y en el que ambos planos se retroalimentan. Estamos pasando de la oligócrata y absolutista hegemonía de L'Ètat c'est moi , el lema de Louis XIV de Francia, a un natural y progresivo Nous sommes l'Ètat... Que será el lema de la nueva civilización que ahora da sus primeros y vacilantes pasos.
Es decir, la vieja hegemonía aunque se va disfrazando y camuflando como puede en el ego individual económico, financiero, político, religioso-ideológico, mafioso, acumulador y devorador voraz de experiencias superficiales de dominio sobre el entorno y el prójimo y más intelectualista que inteligente, más egocéntrica que amorosa y solidaria, va perdiendo fuelle a la misma velocidad que desarrollan la gigas de la fibra óptica que posibilitan la apertura de conciencia de millones de ciudadan@s en el mundo entero, al ponerse en contacto con la información y las innumnerables caras de una realidad cambiante y cada vez más líquida, gaseosa y transversal. Más sutil y rica en matices y destellos de lucidez que comunica y funde en un instante lo particular con lo universal, con muchas interferencias, manipulaciones y riesgos, es cierto , pero al mismo tiempo con una puesta en marcha de campos energéticos nuevos de expansión consciente y un reto estimulante para las neuronas y el córtex cerebral humanos. Apasionante. E imparable.
Hay un peligro más que evidente: que seducidos por esta experiencia impresionante y deslumbradora, los seres humanos pierdan pie en la realidad planetaria que los sostiene y no se hagan conscientes de lo que lleva consigo intentar vivir mimetizados con los medios y perder la finalidad del proceso, que no es crecer infinitamente en acumulación sensorial y cuantitativa de experiencias, recursos, riquezas, emociones, personas, objetos y aparatos, sino desarrollando la capacidad de superar ese estado para interiorizar lo vivido e iniciar un crecimiento cualitativo personal y social, para llegar a descubrir y en vez de ser colonizadores, dejarse colonizar por la eclosión de un nuevo Continente, el Sexto. El Continente de la Conciencia Colectiva. Que viene acompañado de un paisaje de valores como la empatía, la proximidad de las almas para que puedan valorarse los cuerpos y las mentes. Donde el reino del corazón pueda expandir la inteligencia sin causar daños colaterales. El territorio de la inteligencia emocional. Hasta ahora se ha considerado que la genialidad se reduce a dominar a la perfección un campo del conocimiento y la práctica de unas cualidades específicas. Ser un genio en la ciencia, en el arte, en el pensamiento escrito o predicado, en los negocios o en la empresa. Poco a poco se irá descubriendo que el genio es la normalidad del ser humano realizado y no desarrollado a trozos y tendencias, y no la excepción. La genialidad es el esplendor de la conciencia, la plenitud del Ser en cada individuo, que luego puede experesarse desde muchísimos planos de creación, en los que entra también la calidad de las conductas, la excelencia moral que acompaña a la fusión con la esencia espiritual que nos constituye y es nuestra sustancia real, pero que al mismo tiempo es nuestro trabajo.
Toda esta fuerza potencial es la que nos está conduciendo e inspirando a crear otra forma de Estado. De momento sólo se añora individual y colectivamente, y cada vez con más fuerza, un mundo sin barreras, sin injusticias, sin desigualdades, sin crueldad, sin miedo, porque ya nuestro intelecto superior intuye y "sabe" de algún modo, que todos somos la misma energía repartida en células individuales pero que constituyen el cuerpo infinito de la felicidad y del conocimiento natural, es el logro del verdadero "comunismo libertario", del que la intuición materializada en política e ideología es un atisbo pasado por la experiencia evolutiva del dolor, la desigualdad, la tiranía, el sometimiento injusto, la hostilidad y la frustración, que derivan en malestar y violencia, rechazo y desconfianza y en la creación de "soluciones" egoístas que den algo de falsa seguridad, como es la posesión bulímica de bienes, dinero y poder, de acaparar la vieja, desgastada y pocha hegemonía. Es el canto final del cisne de la egolatría. La única barrera que nos impide dar el salto cuántico de nuestra evolución. Un salto que vamos a dar a la fuerza como consecuencia de la acumulación de abusos en todos los sentidos que rigen las pulsiones del inconsciente colectivo aún sin sanar. Será el colapso energético, económico y social, la circunstancia que propiciará el paso de ese Rubicón al que las zonas más precarias y primitivas de nuestra psicoemocionalidad se resiste de un modo suicida. El ego humano "sabe" que sólo su 'muerte' y su desintegración puede liberar la energía del hombre libre, sano e infinito y se resiste segregando miedo y pánico finitos, letales para el hombre y para el mismo ego que tiene la dinámica hegemónica de las células cancerosas: morir matando o matar muriendo. 'Ganar' aunque sea a costa la propia destrucción. El Estado actual que sentimos como un tirano o un "padre" autoritario, exigente, marcantil sin escrúpulos y controlador, es obra del ego social. Es el espejo de lo que emana la mayoría de pobladores del Planeta. Pero actualmente las corrientes ciudadanas movidas por la indignación del momento, pueden cambiar el modelo gestor estatal, siempre que vayan cambiando la indignación por el apoyo mutuo, la rabia por la creatividad solidaria y el egoísmo y sus miserias por la riqueza de la generosidad y la confianza en los propios recursos y capacidades individuales al servicio cooperativo- -y no al mando-, de la colectividad.
En el Renacimiento el Estado empieza a retomar los aires de la Edad Antigua pero en plan "moderno" y aparece el Estado como privilegio de los fuertes capaces de ejercer el poder. La hegemonía. Del griego Ηγεμονία = mando supremo, preferencia, jefatura, preponderancia. Ese concepto prepotente y, al parecer, necesario, al principio de la organización en las comunidades humanas ha ido disfrazándose paulatinamente con distintas apariencias según las sociedades y los individuos han ido avanzando a lo largo de las épocas hasta llegar a nuestros días donde las sociedades contemporáneas de Occidente han ido rediseñando el Estado democrático de la antigua Grecia unido a la organización republicana de la antigua Roma, todo ello, adaptado, lógicamente, a unos tiempos más avanzados en recursos, posibilidades, ciencia y descubrimientos. Pero al mismo tiempo también la sensibilidad perceptiva y reactiva de nuestra especie va cambiando y haciéndose más profunda y sutil. La reducción de las dimensiones psicológicas del Planeta, gracias a los grandes viajes, descubrimientos e intercambios culturales, primero a través de la imprenta, ganando luego velocidad e inmediatez, con el teléfono, la radio, la tv e internet, con la experiencia globalizadora de un mundo próximo por las noticias y la intercomunicación en red, ha ido dando lugar, como ya lo definió McLuhan, a una inmensidad convertida en "aldea global", fenómeno que también está influyendo poderosamente en el cambio de vida y de relaciones entre la ciudadanía su medio y el Estado, su organización en un mundo donde lo individual se funde con lo colectivo y en el que ambos planos se retroalimentan. Estamos pasando de la oligócrata y absolutista hegemonía de L'Ètat c'est moi , el lema de Louis XIV de Francia, a un natural y progresivo Nous sommes l'Ètat... Que será el lema de la nueva civilización que ahora da sus primeros y vacilantes pasos.
Es decir, la vieja hegemonía aunque se va disfrazando y camuflando como puede en el ego individual económico, financiero, político, religioso-ideológico, mafioso, acumulador y devorador voraz de experiencias superficiales de dominio sobre el entorno y el prójimo y más intelectualista que inteligente, más egocéntrica que amorosa y solidaria, va perdiendo fuelle a la misma velocidad que desarrollan la gigas de la fibra óptica que posibilitan la apertura de conciencia de millones de ciudadan@s en el mundo entero, al ponerse en contacto con la información y las innumnerables caras de una realidad cambiante y cada vez más líquida, gaseosa y transversal. Más sutil y rica en matices y destellos de lucidez que comunica y funde en un instante lo particular con lo universal, con muchas interferencias, manipulaciones y riesgos, es cierto , pero al mismo tiempo con una puesta en marcha de campos energéticos nuevos de expansión consciente y un reto estimulante para las neuronas y el córtex cerebral humanos. Apasionante. E imparable.
Hay un peligro más que evidente: que seducidos por esta experiencia impresionante y deslumbradora, los seres humanos pierdan pie en la realidad planetaria que los sostiene y no se hagan conscientes de lo que lleva consigo intentar vivir mimetizados con los medios y perder la finalidad del proceso, que no es crecer infinitamente en acumulación sensorial y cuantitativa de experiencias, recursos, riquezas, emociones, personas, objetos y aparatos, sino desarrollando la capacidad de superar ese estado para interiorizar lo vivido e iniciar un crecimiento cualitativo personal y social, para llegar a descubrir y en vez de ser colonizadores, dejarse colonizar por la eclosión de un nuevo Continente, el Sexto. El Continente de la Conciencia Colectiva. Que viene acompañado de un paisaje de valores como la empatía, la proximidad de las almas para que puedan valorarse los cuerpos y las mentes. Donde el reino del corazón pueda expandir la inteligencia sin causar daños colaterales. El territorio de la inteligencia emocional. Hasta ahora se ha considerado que la genialidad se reduce a dominar a la perfección un campo del conocimiento y la práctica de unas cualidades específicas. Ser un genio en la ciencia, en el arte, en el pensamiento escrito o predicado, en los negocios o en la empresa. Poco a poco se irá descubriendo que el genio es la normalidad del ser humano realizado y no desarrollado a trozos y tendencias, y no la excepción. La genialidad es el esplendor de la conciencia, la plenitud del Ser en cada individuo, que luego puede experesarse desde muchísimos planos de creación, en los que entra también la calidad de las conductas, la excelencia moral que acompaña a la fusión con la esencia espiritual que nos constituye y es nuestra sustancia real, pero que al mismo tiempo es nuestro trabajo.
Toda esta fuerza potencial es la que nos está conduciendo e inspirando a crear otra forma de Estado. De momento sólo se añora individual y colectivamente, y cada vez con más fuerza, un mundo sin barreras, sin injusticias, sin desigualdades, sin crueldad, sin miedo, porque ya nuestro intelecto superior intuye y "sabe" de algún modo, que todos somos la misma energía repartida en células individuales pero que constituyen el cuerpo infinito de la felicidad y del conocimiento natural, es el logro del verdadero "comunismo libertario", del que la intuición materializada en política e ideología es un atisbo pasado por la experiencia evolutiva del dolor, la desigualdad, la tiranía, el sometimiento injusto, la hostilidad y la frustración, que derivan en malestar y violencia, rechazo y desconfianza y en la creación de "soluciones" egoístas que den algo de falsa seguridad, como es la posesión bulímica de bienes, dinero y poder, de acaparar la vieja, desgastada y pocha hegemonía. Es el canto final del cisne de la egolatría. La única barrera que nos impide dar el salto cuántico de nuestra evolución. Un salto que vamos a dar a la fuerza como consecuencia de la acumulación de abusos en todos los sentidos que rigen las pulsiones del inconsciente colectivo aún sin sanar. Será el colapso energético, económico y social, la circunstancia que propiciará el paso de ese Rubicón al que las zonas más precarias y primitivas de nuestra psicoemocionalidad se resiste de un modo suicida. El ego humano "sabe" que sólo su 'muerte' y su desintegración puede liberar la energía del hombre libre, sano e infinito y se resiste segregando miedo y pánico finitos, letales para el hombre y para el mismo ego que tiene la dinámica hegemónica de las células cancerosas: morir matando o matar muriendo. 'Ganar' aunque sea a costa la propia destrucción. El Estado actual que sentimos como un tirano o un "padre" autoritario, exigente, marcantil sin escrúpulos y controlador, es obra del ego social. Es el espejo de lo que emana la mayoría de pobladores del Planeta. Pero actualmente las corrientes ciudadanas movidas por la indignación del momento, pueden cambiar el modelo gestor estatal, siempre que vayan cambiando la indignación por el apoyo mutuo, la rabia por la creatividad solidaria y el egoísmo y sus miserias por la riqueza de la generosidad y la confianza en los propios recursos y capacidades individuales al servicio cooperativo- -y no al mando-, de la colectividad.
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