miércoles, 21 de mayo de 2014

Quino




Un premio siempre resulta reconfortante como reconocimiento de que un creador y expendedor de talento no está loco ni delira. O de que al menos su locura y su delirio son compartidos por otros muchos, lo que no deja de ser un raquítico consuelo para la poca lucidez que siempre se queda perdida  por el fondo, como los posos del café, en el vaso de la conciencia.

El talento, el ingenio y la valía de Quino merecen todos los premios del mundo; el humor es la salud del alma y el respiradero de la inteligencia. Y el humor inteligente, hermoso, tierno, irónico, crítico y sano, como es el suyo, no tiene listón ni medidores que lo clasifiquen. Eso no hay quien lo discuta. Y Quino es un As. Pero yo habría preferido que le ofreciesen un sillón en la Academia de la Lengua Española y otro en la de Bellas Artes. Sí, en las dos al mismo tiempo. Porque Quino está mucho más cerca de la cultura profunda y sabia que despierta y anima a crecer, que del marujeo principesco-zarzuelero, que aturde y banaliza, que pulula por Jauja, sin aterrizar jamás en la realidad  de los ciudadanos, con cuyo dinero se dan la vida padre, como domesticados y artificiales marcos de una cultura(?) que es como un barniz superficial donde la monarquía intenta lavar su cara indiferente a todo lo que no es ella misma, y en especial, a todo lo que significan los valores que Quino impulsa, por medio de su trabajo y su creatividad. Es como cuando se lo dieron al Padre Ángel y a la obra social para la que trabaja. Parece una burla más que un premio.

Si los príncipes de Asturias entendiesen el trabajo de Quino como el del Padre Ángel, trabajarían para que su mensaje se concretase en la vida normal cada día. O sea, que hace mucho que habrían dejado de ser príncipes de Asturias ni de nada y el dinero que se gastan en ellos mismos, tanto como en festejos y exaltaciones del glamour del prójimo, estando la economía española como está, pues se podría invertir en hacer en la práctica que esos valores se condensasen en proyectos tangibles para que de verdad la cultura y el saber, la justicia y la igualdad y la solidaridad ocupasen lugar en el día a día de los españoles y de todos los seres humanos, porque cada ser que crece, mejora, aprende, crea y trabaja para el bien común, y no carece de sus derechos ni ve mermada su calidad de vida, es parte de ese mismo bien común. Y eso sí que es un premio de verdad para todos. Un regalo.
El mejor reconocimiento de que los valores que premian se han comprendido, sería que los príncipes se bajasen de la peana y demostrasen con su normalidad, viviendo en una casa normal, en una calle de un barrio, haciendo vida normal como todo el mundo, que se han coscado de lo que premian, que se aplican el cuento de lo que les han contado y de lo que han comprendido. 

Lo malo de estar siempre en la cúspide del poder es la esterilidad humana que se deriva de vacunarse cada día contra la misma humanidad sobre la que se alza el poder mismo. El poder es el ogro de los viejos cuentos, y se alimenta de los humanos que lo mantienen. Por eso le gusta dar premios a los ejemplares más suculentos y alimenticios para su vanidad bulímica y pomposa y como justificación de su propia parafernalia, que sin el combustible del trabajo y los impuestos del menú, no sería nada ni nadie.

Menos mal que a Quino le llevan premiando muchos años millones de seres humanos con los pies en la tierra y con sus libros de viñetas en las estanterías y en las mesitas de noche.
Habrá que preguntarle a Mafalda si le apetece recoger ese premio y le merece la pena cruzar el charco para ver la performance de Letizia Ortiz transmutada en Avatar. A lo mejor sólo están disponibles para  venir a recogerlo Susanita Chirusi y Manolito Goreiro. Mucho más afines al estado actual de la nación.



 





 

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