EDUARDO ROJO
La mujer, en situación
de exclusión social, denuncia ante el Defensor del Pueblo andaluz el
procedimiento irregular que ha seguido el Ayuntamiento de Cádiar
(Granada) para conceder las viviendas
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Y no para ahí la cosa. Aún hay más. Esta señora, esta ciudadana, cuando se ve abrumada por la miseria y con las puertas cerradas por el Ayuntamiento, se acerca a la parroquia de su pueblo, pide ayuda, y el párroco se la niega "porque vive en pecado". ¿Qué habría que hacer con él, aplicando su propia exigencia 'legal', que vive en el peor de los pecados según Jesús de Nazaret: la crueldad con el prójimo más débil y oprimido por la injusticia, usando la manipulación de la 'moral católica' para anular la ética cristiana y universal del amor al prójimo como a uno mismo? ¿Cómo es posible que una iglesia empantanada en la pederastia, en la hipocresía y en saqueo de los bienes públicos, como hace en España, se permita acusar a nadie de "vivir en pecado" para negarle una ayuda de la que sólo es administradora, porque el dinero lo recibe de los impuestos de una ciudadanía que mayoritariamente nunca negaría ayuda a una madre de familia maltratada y desahuciada social, como está demostrando con su solidaridad diaria en esta crisis? Como diría don Antonio Machado en un caso como éste: Caravanas de tristeza, soberbios y melancólicos borrachos de sombra negra, que saben porque no beben el vino de las tabernas. Mala gente que camina y va apestando la tierra'.
No merecemos esto y tenemos que hacer todo lo posible por erradicar esa inclinación denigrante, sustituirla por la apertura del corazón y de la mente para recuperar el alma y nuestra esencia humana.
No hay que ir contra las personas, ni ponerse a nivel ínfimo, a la misma altura de la trocidad, porque esa crueldad ciega de la hipocresía inoculada en vena desde la infancia, en escuelas, catequesis y seminarios, es mucho más miserable que la miseria material, hay, sencillamente, que cambiar de rumbo, de orientación y de educación, para que lo monstruoso no siga infiltrado en nosotros. Llegar a un punto donde no se necesite un párroco estúpido pagado por todos ni un alcalde cacique alimentado por la misma sopa boba, sino que ciudadanos libres, educados y despiertos elijan a las personas adecuadas para gestionar el bien de todos y no la rapiña de unos cuantos. Las instituciones las hacen las personas. Personas desorientadas por una pésima educación resultan monstruosas creyendo ser 'santas' y justísimas, porque cumplen las leyes que su mismo sistema atroz inventa y sanciona, pero desconocen que la justicia no es justa si carece de compasión.
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