miércoles, 14 de mayo de 2014

El necesario punto final

Los conflictos y las tensiones se producen porque existen dos centros opuestos que se enfrentan entre sí y se desactivan cuando uno de los dos, o los dos en el mejor de los casos, dejan de lado la tensión y pasan a la reflexión y a mirar desapasionadamente el litigio en cuestión para ver el modo de solucionarlo sin daños colaterales e inútiles para nadie.
Se ha montado un problema artificial basado en un crimen privado contra un personaje público y, al parecer, bastante polémico, y corremos el riesgo de  que la atención se disperse en él, justo, cuando las encuestas dan un vuelco hacia el abandono del bipartidismo y estamos al borde de dar un paso transcendente en la configuración de la próxima legislatura europea. 
Ahora se trata de demonizar las redes sociales y de una oportunidad para meter baza penalizadora contra la libertad de expresión.

Este problema pertenece exclusivamente a la familia de la asesinada y a la de la asesina. Los motivos no han sido políticos sino personales, aunque es muy difícil separar el ámbito de influencias de la normalidad de un personaje público. Ni es cosa del pp como partido ni es cosa de la Diputación de León, ni es cosa de nadie más. Son la Justicia y la Policía las únicas que deben ocuparse del caso, porque es un asesinato. El delito más grave que se puede cometer contra un ser humano. Ahí debemos parar el carro. Ni las redes son un arma letal, ni hay muertos por violencia más muertos que otros. Ni internet mata a nadie, si no hay una disposición previa para agredir de cualquier manera. La patología de una personalidad enferma puede manifestarse de mil modos y así lo ha hecho a lo largo de la historia. Las herramientas no tienen la culpa de los delitos; si eso fuese así, ¿qué tendríamos que hacer con los bancos y con el dinero, por ejemplo, que tanta violencia, guerras, tramas criminales, ruinas, odios, envidias, asesinatos y suicidios "provoca"? ¿Qué tendría que hacer el marido de la asesina con su arma reglamentaria, quemarla, abandonar el cuerpo de policía porque le exige tener un arma igual que la usada por su mujer, como herramienta de trabajo? ¿Qué habría que hacer con los tratamientos de quimioterapia en los que mueren los enfermos como chinches? ¿Y con los coches, que cada día dejan varios cadáveres en las cunetas de la vida y de las carreteras? La responsabilidad es de los individuos que  manejan los medios y herramientas de uso habitual. Sólo de los individuos que deciden cometer una atrocidad valiéndose de cualquier cosa.
Ni los escraches, ni las reivindicaciones justas y noviolentas, ni las ideas diferentes a las que uno profesa son culpables de las decisiones patológicas de una personalidad enferma o psicopática, crónica o pasajera. Que se haga un comentario desafortunado o poco delicado en un momento de dolor ni es un delito ni es una ofensa. Tomárselo de ese modo sólo significa histeria, sobrevaloración inmadura de algo que por sí mismo es una bagatela. Histrionismo social propenso a la alarma y al desajuste del orden social. Una paranoia. ¿Qué hacer ante casos de este tipo? El vacío. Salir del juego. Abandonar la trampa emocional del ego personal y colectivo.

Hay en estos casos una lección que deberíamos tener en cuenta: Los únicos responsables de un crimen son los ejecutores materiales. Por mucha incitación que hayan recibido por parte del exterior, la última decisión de cualquier acto, bueno  o malo, sólo depende uno mismo. De quien decide o rechaza apretar un gatillo o empuñar un arma contra otra persona. Es cierto que las series de tv y películas o novelas o teatro basados en la violencia o los comentarios agresivos en la red, siembran miseria, miedo y basura emocional en el inconsciente humano, pero sin la voluntad y aceptación de hacer daño, no consiguen nada más que amuermar a las personas y enrarecerlas. Ya basta con demonizar siempre el exterior del desastre, las circunstancias. Hay que educar la responsabilidad de elección que cada uno posee en forma de libre albedrío. Otra cosa es que la educación que recibimos en países como el nuestro no favorezca en absoluto el despertar de la conciencia individual ni social.

Estos casos deberían servir más como pedagogía social y análisis de nosotros mismos que como intoxicación o coartada cargada de inmundicia contra "el otro", o sea contra el que disiente o no está en nuestro lugar. Es importante  adquirir la sana costumbre de cortar por lo sano el desparrame de la basura emocional, porque no arregla ni evita lo que ya ha sucedido, sino que lo agrava, tensa los ánimos, distorsiona el juicio sereno y provoca que siga adelante un proceso de deterioro general en la sociedad.

Lo mejor es cortar por lo sano y dejar que lo enfermo se agote en sí mismo, justo, por falta de atención y de seguimiento. Si no se alimenta, pronto se extingue. La basura es mejor no removerla, sino convertirla en abono usando el compostero de la inteligencia emocional y del sentido común. Que al parecer viene siendo una rareza cada vez más difícil de encontrar.

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