Ciegos y sordos
Lo nuestro es como una sinestesia en negativo. O sea, que nos hemos convertido en asensoriales, como si tuviésemos un callo gigante en la sensibilidad. A base de vivir sobrestimulados por las sensaciones externas se han ido bloqueando nuestros sentidos y se han enrarecido las percepciones de la normalidad, atiborradas por la frecuencia de la anomalía que ha acabado por convertirse en lo más natural. Las ciudades que huelen a rayos ya no apestan para nuestro olfato, sólo lo notamos, a veces, al regreso de una estancia en el campo o en la montaña. El ruido constante de nuestro entorno es ya como el hilo musical de nuestro ambiente; hay personas que no pueden conciliar el sueño si las rodea el silencio nocturno de una aldea lo suficientemente alejada de un centro comercial o de una autopista o con difícil cobertura para móviles y wifis. Cada vez es más difícil encontrar y asimilar el reposo, la quietud y el silencio. No hay diálogo entendible, no hay escucha, no hay comunicación nuclear entre los individuos, pero sin embargo todo es ruido. El silencio no existe. Ha sido reemplazado por la calladura. El resto de alma humana que pulula como humo disperso sobre el asfalto, los tejados o las bocas del metro, no puede manifestarse y se difumina en sensaciones insípidas, pero persistentes como lluvia ácida y cansina. Los olores han sustituido a los perfumes y aromas de la naturaleza. De la vida. Todo huele a tufo de taxidermia, de embalsamamiento, de momia rancia y peripuesta. Colonias y mejunjes varios, con firma exclusiva, que lejos de embellecer, atufan y degradan la percepción del aura sutil de los seres humanos, llenos de prótesis, de siliconas, bótox, peluquines, implantes, extensiones.
El sabor de los alimentos tampoco aporta demasiada frescura que digamos; congelados, precocinados, enlatados, embotellados, plastificados...tiesos como el caucho y listos para cocinar(?) en el micro ondas. La visión del paisaje nada en niebla contaminada aunque el día sea espléndido en azules, el aire espeso y pastoso distorsiona el roce imperceptible de la luz entre los objetos y volúmenes, que se vuelve lechosa, opaca y molesta. Todos con gafas de sol para protegerse a la sombra de los cristales oscuros.
Amanece un domingo en calma; es primavera, se abren los botones de las flores, aún en medio de la cutrez-ambiente, los pájaros en los árboles cantan a sus anchas a pesar del entorno de cemento y asfalto, la brisa mueve las hojas que brillan entre los vapores ascendentes de las latas de cerveza y refrescos de cola, las botellas vacías y los charcos apestosos de calimochos y vomitonas. Casi no circulan coches ni motos, sólo tus pasos atravesando calzadas vacías y aceras sin transeúntes. Algún autobús vacío corre paralelo a ti, de vez en cuando, por un instante fugaz y se pierde al doblar hacia las avenidas del fondo. Las ventanas de las casas están cerradas y un gato se encarama en plan furtivo sobre un contenedor a medio cerrar, del que emana ese repugnante hedor a pescado podrido. La ciudad duerme tras el zafarrancho nocturno. Los seres supuestamente humanos duermen con ella o le dan al wasap alucinógeno mientras van dando detalles a su lista de fans cotillas de su ropa interior, de sus legañas, mocos, estornudos, ruidos intestinales o de la pelea con el ligue de ayer, sumergidos en su mundo descarademente inhumano y artificial. Contrahecho.
Poco a poco se eleva la luz en el cielo. Los coches se multiplican. Los padres y los niños invaden los parques con sus bicicletas en fila de tres en fondo y los paseantes de perros incontinentes les acercan a los alcorques, a las farolas y a las jambas y umbrales de las puertas, para que las decoren, como hacen con las aceras, con sus fluvios sólidos, líquidos y gaseosos...La carencia de afecto natural hacia los humanos se ensaña como neurosis cuidadora de mascotas mucho más manejables que personas predispuestas al trueque entre aburrimiento y conflicto como única manifestación convivencial. Un grupo de tres o cuatro amigos pasa junto a ti contando a voz en cuello las hazañas del partido arrasador de ayer noche y el golazo del Ronaldo de turno, mientras te envuelven por completo en el humo de sus cigarrillos y alguno de ellos te sacude encima la ceniza al pasar.
A veces se me ocurre multiplicar esta ciudad por miles de ciudades en el mundo. El resultado es terrible. Y siempre llego a la misma conclusión: ¿por qué rasgarse estúpidamente las vestiduras ante las catástrofes aparatosas del cambio climático si la catástrofe diaria ya está en marcha desde hace más de un siglo y nadie parece advertirlo hasta que le cae encima un huracán o un tornado, una sequía, una cadena de incendios provocados o una ola de calor infernal o de repentino frío polar y ni siquera son capaces de relacionar el fracking con los tsunamis y los terremotos devastadores o el cáncer o las enfermedadess degenerativas con los venenos que se respiran, se beben, se comen, se visten y se utilizan como medios fantásticos de comunicación? ¿Es necesario sacrificar al hombre para perfeccionar la forma de liquidar su propia especie ye el Planeta que la contiene? Es incomprensible que la rutina y la falsa comodidad de lo absurdo sea el motor de este disparatado simulacro de civilización.
De repente Obama se dirige al mundo y el mundo se despereza y sale de una rutina catatónica teledirigida para meterse en otra. ¿Acaso no llevan años celebrándose las conferencias sobre el cambio climático, los científicos haciéndose de cruces y alarmados ante lo que ven y confirman cada día, mientras nada cambia ni nada importa? ¿Qué han hecho los políticos y jerifaltes en todo este tiempo, aparte de pasearse, viajar a cuerpo de rey de país en país haciendo turismo a costa de todos los trabajadores paganinis? ¿Qué opinaba Obama cuando se le llenaron de petróleo las playas del Sur de su país y no hizo nada de particular sobre las petroleras contaminantes ni puso el dedo sobre la llaga de los carburantes derivados del petróleo y sus venenos? ¿Cómo les ha ido el cambio climático a Libia, Irak, Afganistán, Somalia, Siria o Vietnam o Camboya o al Sahara Occidental, a la liquidación de la Amazonia o al entorno palestino de la Franja de Gaza? ¿No estará preparando un golpe estratégico el gran capital consumista para convertir en negocio el caos climático que él mismo ha provocado? ¿Qué piensan recortar ahora? ¿Pondrán pluses y tasas a los pobres del mundo por consumir lo necesario mientras ellos se lucran con el lujo del despilfarro y el derroche de la pijería prescindible? ¿Harán en la ONU un plan educativo internacional para cambiar el modo de vivir de todos valorando y premiando las actitudes ecológicas y penalizando a los grandes trusts contaminantes con multas tan altas como graves sean los daños causados, castigando así la insolidaridad con el Planeta y con todos sus habitantes más débiles y en riesgo? ¿Crearán organismos que equilibren y regulen las normas y las conductas peligrosas o seguirá habiendo políticos que no respetan esas normas, que embisten con sus coches contra lo que les molesta, conducen borrachos, y afirman que a ellos nadie les dice lo que deben o no deben beber si conducen? ¿Y los ciudadanos normales, estaremos decididos a pensar por cuenta propia cómo abandonar los hábitos egoistas de la contaminación, del perro cagón y con cistitis sin control ni responsabilidad, de las motos estrepitosas, de los coches atufantes aparcados en triple fila, de los plásticos innecesarios, del consumismo exagerado e inservible, de los cibertrastos irreciclables y el ruido ensordecedor en la música o el humo del tabaco en la cara del vecino no fumador y las basuras esparcidas en cogorzas callejeras del finde etílico, perpetrado contra el prójimo deambulante y soportante?
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