lunes, 12 de mayo de 2014


¿De qué iba eso de Europa?

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Quizás el socavón que nos está separando como europeos desde el inicio sea, justamente, la falta de proyecto común, en algo más que comercio y finanzas, es decir, en valores humanos, éticos y jurídicos fundamentales para que las cosas funcionen y los proyectos conjuntos valgan la pena y se puedan realizar. Quizás sea el mismo socavón autista que nos hace no entender al vecino de región autonómica y marginarle y ningunearlo si no piensa o siente igual que nosotros. O simplemente lo expresa de otro modo, quizás sea que identificamos como "nacionalismo" la ampliación extensiva del ego personal, ideológico, religioso y cultural. El egoísmo puro y duro. Quizás sea inmadurez para convivir sin dominar ni ser dominados. Quizás sea que los países que no atinan a gestionarse a sí mismos con civismo inteligente y habilidad social, con honestidad y transparencia, no son capaces de integrarse en un conjunto de pluralidades que supone un esfuerzo, una ampliación de fronteras internas y de miedos ancestrales a la diversidad. Quizás tenga mucho que ver el descuido de la educación desde la infancia y durante toda la vida, que es mucho más que información, acumulación de datos  y aprendizaje de habilidades mentales mecánicas y lavado de cerebro religioso-apañador, para sustituir a la conciencia non-nata.

En particular los españoles, que es lo más a mano que tenemos, deberíamos conocernos a nosotros mismos, y no parece que tengamos mucho interés en esa disciplina imprescindible. Disfrutamos de una mezcla letal entre el orgullo maltrecho, la testarudez, la prisa por los resultados y la chulería falsamente autosuficiente como tapaderas de nuestra baja autoestima y de nuestros complejos de inferioridad sin asumir, que nos llevan a la exaltación de la imagen sin tener en cuenta el contenido esencial de esa imagen, que es la conciencia, el alma, al intelecto y su ética imprescindible que se manifiesta en la justicia, en la solidaridad, en el respeto a los derechos, deberes y libre albedrío, tanto propios como del prójimo. No tenemos paciencia para aprender y profundizar, para no considerar los reveses o contratiempos como "fracasos", por eso nos toca ejercitar la estoica resignación, a la que llamamos eufemísticamente "valor" y "aguante" y hasta "lucha", para cubrir expediente y no desmoralizarnos, sin darnos cuenta de que ya estamos desmoralizados previamente si carecemos de ética práctica en las conductas, y eso nos hace ser ciegos ante la falta de ética en nuestros gestores públicos, a los que no se les exige jamás algo que para nosotros mismos no es visible hasta que nos cae encima una injusticia o una abuso. Y sólo asumimos la acepción de "desmoralizarse" aplicada a perder ilusiones y motivación, dinero y poder adquisitivo, trabajo y derechos, cuando las cosas no salen como quisiéramos. Creemos que todo logro responde a una obstinación y no importa el método que se use para que la obstinación logre sus metas. De eso al comportamiento mafioso sólo hay un pequeño paso: que nuestra cabezonería vea obstáculos en las personas y no en las circunstancias y la tome con los individuos sin comprender la causa básica de los hechos.
Por ejemplo: sienta como un tiro que el Rey viva como un marajá y se haga millonario a costa de exprimir a los ciudadanos, en eso coinciden el 95% de los españoles, pero no se ve ni se quiere ver, cómo ha llegado ese rey hasta donde está ni qué responsabilidad tenemos nosotros en ello, obedeciendo ovinamente unas leyes cuyo cumplimiento deriva en injusticia masiva para todos. En verdadera delincuencia 'legal', que está sustituyendo a la legitimidad y a la licitud éticas y cívicas.
Nos domina el miedo a la catástrofe tremendista si no cumplimos con los mandatos de quienes ni siquiera tienen la mínima moral disponible para distinguir lo justo de lo injusto. Permitimos que nos gobiernen y nos apabullen los símbolos personalizados, los protocolos del quedirán y las liturgias. Y sólo hay que ofrecer el relumbrón de un cargo político-gestor para comprobar que en muy poco tiempo el 'representante' se identifica con sillón y poder absolutamente, hasta no ser capaz de separarse de ellos pase lo que pase. Y hasta disponemos de ideólogos fabricadores de moldes convenientes al poder financiero, que insisten en elevar el tono simbólico de lo mediocre hasta la categoría de lo absoluto, sin cuya divina intervención no es posible otra cosa que el caos. Así llevamos funcionando toda nuestra historia, con los resultados peores de toda Europa Occidental, al mismo nivel que Italia o Grecia. Hemos pasado por imperios desastrosos y rapiñeros donde no se ponía el sol, descubrimientos, viajes, guerras de religión, fratricidas y sucesorias, hemos inventado la Inquisición y el santo oficio de la tortura salvadora de herejías perniciosas, hemos sido el campo experimental previo de los nazis en la II Guerra Mundial del siglo XX, hemos tenido sólo tres intentos de democracia en todas esas centurias, y hemos llegado hasta aquí, sin aprender las lecciones de la historia. Estamos informatizados pero poseemos el mismo ímpetu elemental de Don Pelayo o Don Rodrigo, de Viriato y del felón que le entregó a los romanos. La sabiduría es la de Gila o la de José Mota o la de Martes y Trece. La de Tip y Coll o Muchachadanui. Y en vez de organizarnos para ir a los plenos del Ayuntamiento para empoderarnos como ciudadanos de la responsabilidad que tenemos y al Congreso en forma de plataformas legislativas populares con millones de firmas, o hacer, gandhianamente, una verdadera acción pacífica de impago general de impuestos, por ejemplo, hasta que los políticos coronados se repiensen lo que están haciendo, nos refugiamos cada noche en El Intermedio, porque es mucho más festivalero y divertido contemplar a Wyoming y Dani Mateo que asumir la responsabilidad de iniciar un proceso de cambio real. Nos encantan las tertulias de Maruhenda pero luego queremos un país donde no existan maruhendas. En fin, ¿cómo meter mano y voto consciente en Europa, si nuestra propia casa monárquico-nacional-republicana es un carajal del quince?
Para el resto de Europa del centro y del norte, que sudó la camiseta con una reforma luterana y unas experiencias sociales mucho más ricas y cronológicamente oportunas, la cosa puede que se entienda, pero para esta Europa católica-apostólica e imperial, el proceso pasa por despertarse y comprender por donde anda la conciencia individual y colectiva. Por qué hasta la izquierda es de derechas y por qué en la otra Europa, la derecha tiene el sentido social de las izquierdas, aunque las crisis aprieten lo suyo.
¿Puede ser porque cuándo en España mandaba Cesar Augusto, en la Europa del Norte no le obedecían ni de coña y le declaraban la guerra en las fronteras y no pararon hasta conquistar el imperio romano, tras tres siglos y medio de empeño, como "bárbaros" indomesticables, mientras en España, engullidos por el glamour de las cuadrigas y las armaduras, los escudos, los plumeros y las coronas de laurel, les regalábamos tan ricamente el garum, la plata de Extremadura, el cinabrio de Almadén, a Séneca, a Lucano, a Marcial, a Trajano, Adriano... y hasta a 'Gladiator'... y luego les imitamos perpetrando las masacres de indios en América?
La historia de los pueblos suele ser la radiografía de sus enfermedades. Y es necesario conocer las tendencias de los genes y el historial médico de los pueblos para intentar arreglar los estragos del inconsciente colectivo, reconocer los síntomas para cortarlos preventivamente antes de que se conviertan en males incurables, como parece ser nuestro caso territorial y político-costumbrista. Parece que se nos pasó el arroz hace unos dosmil y pico años. De momento no lo tenemos fácil, pero si logramos ahondar en los porqués y solucionarlos desde ahora, quitarle a la justicia la venda y tomar la responsabilidad que todos tenemos en lo que nos pasa, es posible que unidos, primero como miembros de un país de países y luego como europeos de verdad y no solo de geografía física,podamos levantar cabeza por primera vez en nuestro curriculum imperio-verbenero. Lo podemos conseguir; materia prima no nos falta. Solo que debemos animarnos a elaborarla de otro modo más inteligente, menos aturrullado e improvisador, menos pomposo y exigente en las tontunas y más exquisito en lo esencial, más cívico y menos cómodo. Menos histriónico y burlesco con los demás y con más sentido del humor con nosotros mismos y nuestras teclas. Más optimista y menos cenizo. Menos envidioso del bien ajeno y menos miserable, tacaño y bocazas con el bien propio. Y no es sólo con el bien del dinero y las pertenencias, sino con los bienes inmateriales del respeto, de la cooperación, de la comprensión, de la responsabilidad, de la disponibilidad y la gratuidad para lo común, de honestidad y la decencia en lo personal y privado como en lo público. El mejor antídoto contra la corrupción es conocerse a sí mismos como colectivo y como individuos. Ser autocríticos con la sabiduría y grandeza de la humildad. Y para eso es necesario reeducarnos humildemente y no tratar de pintarrajear los descochones en vez de arreglarlos de una vez por todas, para evitar que se conviertan en escombros.


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