Un dos de mayo
por Luis Gracía Montero
Las guerras sacan lo peor de los seres humanos, suponen una radicalización de los bajos instintos que merodean bajo la normalidad. Parece que las campañas electorales sólo sirven ya para extremar los defectos de la política en su mentira y su mezquindad cotidiana.
Estamos en la precampaña de las elecciones europeas. Sólo hemos vivido unas pocas declaraciones y unos pocos enfrentamientos de los dos partidos mayoritarios. Y ya sentimos un infinito cansancio. Ese es el síntoma: el infinito, insoportable cansancio que provoca la política oficial en España y en Europa.
El PP y el PSOE crispan la campaña electoral con enfrentamientos muy subidos de tono en los parlamentos de España y Andalucía. Deben saber por qué lo hacen. La agresividad convoca a sus fieles. Llaman a votar a sus seguidores en nombre del rencor que sienten contra el adversario, ya que no pueden ofrecer una ilusión propia.
Pero hay algo más: esa crispación extiende entre muchos ciudadanos el desprecio, el cansancio ante el griterío inútil de la política. La crispación innecesaria es una forma de recordar que la política es espectáculo, que no sirve ya para solucionar nuestros problemas. Favorece la abstención de los que no se contentan con las peleas teatrales entre el PP y el PSOE.
Se pelean por la herencia de Zapatero, por los sobresueldos, por la corrupción, por el aborto… Pueden ser asuntos importantes, pero convertir en griterío cuestiones de política española sólo sirve para ocultar el debate sobre Europa. No quieren, no pueden decir la verdad: la construcción de esta Europa ha sido una gran estafa. Y los ciudadanos maltratados se merecen que todos digamos la verdad: esta Europa es una estafa.
La cuestión nacional es importante, pero situada en otro sentido. ¿Cómo defendemos la dignidad de los ciudadanos españoles ante la humillación económica sufrida por intereses extranjeros?
Los ciudadanos tienen derecho a oírlo. Todos debemos decirlo: políticos, sindicalistas, intelectuales, economistas. Y quien sea responsable debe pedir también perdón. Pedir perdón porque el proceso de construcción europea ha sido un experimento político dirigido para acabar con los derechos sociales y empobrecer a la población en favor de las élites económicas.
Pedir perdón porque la Unión no sirve para defender los derechos humanos en el mundo, no sirve para borrar fronteras interiores, no sirve para que los ciudadanos europeos dejen de ser maltratados como extranjeros en Europa según su raza, su desempleo o su poder adquisitivo.
Pedir perdón porque es inadmisible que en una democracia no sirva para nada lo que votan los ciudadanos. En Europa no decide el Parlamento, sino las instituciones no votadas. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea imponen sus decisiones a los Estados. La dichosa Troika, tres personas distintas y un solo Dios: el dinero. La especulación ha empobrecido la vida de los trabajadores para acumular la riqueza de los que se dedican a mover sus capitales sobre la deuda forzada de los Estados.
Este juego lo pagan sobre todo los países del Sur. Los españoles, los portugueses, los griegos, los italianos y, ahora, los franceses, no somos vagos, no vivimos por encima de nuestras posibilidades. Somos las víctimas de una política colonial impuesta por el Banco Central en nombre de la banca alemana.
Dejemos de mentir. O se cambian las cosas o no merece la pena seguir. A los países del Sur no les merece la pena mantener la avaricia colonial del capitalismo alemán. O se aceptan las reformas necesarias e inmediatas que hacen falta para democratizar la economía europea o es mejor salirse de la moneda única y de la Unión Europea. Habrá que empezar de nuevo.
De esto es de lo que hay que discutir. Lo demás es engañar a los ciudadanos y mantener una Europa concebida como una estafa cívica.
La identidad cívica nacional es prioritaria, pero en relación con Europa. Este 1 de mayo debe tener mucho de 2 de mayo: una defensa orgullosa de los intereses cívicos de España frente a la economía especulativa de la Troika. Salir a la calle para defendernos de una injusticia extranjera y para luchar por una justicia nacional. Sin identidad solidaria es imposible una política social. Busquemos la identidad que permita la defensa de los trabajadores. Es la mejor forma de evitar un resurgimiento de las identidades de extrema derecha.
Del dos de mayo no salió en realidad el patriotismo clerical y absolutista de Fernando VII. Salieron las Cortes de Cádiz, la Constitución, la conciencia del pueblo, sus derechos como fundamento cívico de una comunidad. Eso salió. Por desgracia las élites españolas quisieron conservar sus privilegios y le abrieron las puertas a los Cien Mil Hijos de San Luis, un ejército europeo de depredadores.
Ahora parece bastar con un ejército de 3: la Troika. ¿Basta para siempre, por siempre? Empecemos por no mentir. Esta Europa es una estafa.
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