FRANCISCO ARTACHO | Sevilla
Joaquín Urías, profesor
de Derecho Constitucional en la Universidad de Sevilla y autor de
Derecho a la Información, plantea si es necesario regular Fecebook o
Twitter. (Público)
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Pero, inocente Profesor Urías, si las tertulias en tv ya están reguladísimas desde 2012. ¿No se ha dado usted cuenta aún? Si sólo se puede participar por orden de las autoridades in-compententes para gobernar, pero siempre a la carga contra cualquier cosa que les huela a libertad de expresión contraria a sus opiniones oficiales o a crítica constructiva que deje en evidencia el poder destroyer del mishmo poder. ¿Cree usted que el moderador de El Gran Debate en Telecinco Jordi González desapareció de repente junto al programa porque estaba haciendo pinitos con las recetas mágicas del Gran Houdini y se le fue la mano en los ingredientes? Pues no. Lo quitaron de un día para otro porque estaba haciendo con demasiada frecuencia entrevistas a personajes inconvenientes como Sánchez Gordillo, Ada Colau, Miguel Ángel Revilla, Jorge Verstringe o Julio Anguita, por ejemplo, y evitaba en lo posible a Pons, a Fabra, a Cospedal o a Ignacio González ni era muy adicto a Maruhenda, que como todo el mundo sabe tienen tantas y tan interesantes cosas que aportar para hacernos reflexiones cargadas de inteligencia simulada y diferida y así cooperar a nuestra educación en valores cívicos y anticorrupción.
Lo peliagudo y terrible son las puñeteras redes sociales y esa reducida y concentrada mala uva en pocos caracteres de twitter que consigue apretujar en pocas palabras las peores y más certeras intenciones y, claro, así se nota mucho, la cosa va muy directa al grano y sin circunloquios ni paños calientes. Aquí te twitteo y aquí te pongo a caldo sin que lo puedas impedir y ya te apañarás. Y si me cierras una cuenta, pues me abro otra con otro nombre y a correr. En cuanto a Facebook la cosa no es tan grave ni tan vertiginosa Se lo toman con más calma y las fotos distraen más, lo mismo que los elencos de amigos, los cotilleos variados y una especia de distancia revistera Pero twitter es el golpe zen en el entrecejo, o sea en el tercer ojo, que es como dejar a la víctima en estado catatónico hasta que reacciona y te denuncia para que te cierren la cuenta sus esbirros; luego está el morbo de que puedes tutear al papa o al mismo Juancarlos de Borbón en su papel de rey del twit, un nuevo palo de baraja mediática que da mucho juego para echar partidas y despacharse a gusto con la corona de espinas que nos exprime y abochorna, eso sí, sin perder las formas ni el protocolo.
¿Por qué cree usted que los moderadores/as de tertulias televisivas en riesgo de rozar la verdad en algún momento, llevan siempre un pinganillo en la oreja? ¿Para que les hablen del tiempo y les indiquen los cortes publicitarios? Pues no solo para eso. Deje correr su imaginación y a ver qué se le ocurre. La tv es pan comido para los proveedores de shobres en B, que son los capitalazos dueños de los medios televisivos, pero las redes, que también lo son, tienen un doble papel que les pone más: jugar a que todo está permitido para poder espiarnos y cotillearnos a fondo, y darnos el mazazo cuando les apetezca, algo que en la tv es imposible, porque no estamos presentes. Y al poderío lo que más le mola, después de censurar todo lo que le molesta oír, ver o leer, es conocer de tapadillo el pensamiento, los deseos, las emociones y las tendencias políticas del personal globalizado y atontado por la misma falsa libertad que se le ofrece. Todos hemos picado en el mismo anzuelo y somos un wikiboccato di cardinale. Las redes son ahora como una pecera planetaria. Todos los cibernavegantes somos peces alucinados girando dentro de una inmensa burbuja, creyéndonos ilusamente libres pero encerrados realmente en esta especie de show de Trumann diseñado para experimentar hasta donde llega nuestra gilipollez innata e inducida, donde los cuatro paranoicos multimillonarios del Planeta se juegan a los chinos nuestras vidas, trabajos, viviendas, salud, escuelas y nos llevan por donde quieren.O sea por la calle de la amargura pagadeudas fantasma al FMI.
Le aseguro que el único modo de librarse de ese cenagal es evitando entrar en las dichosas redes, que son como el pantano de la tristeza en La Historia Interminable, o caer en poder de los hombres grises de Momo que viven de fumarse nuestro tiempo y nuestra atención, -Michael Ende no daba puntada sin hilo- el que entra en ellas nunca más sale, se hunde en el vacío para siempre, si no se somete a una purga voluntaria de su albedrío abducido y nada libre y deja de interesarse por el cotilleo universal que no aporta nada pero se nutre de nuestro precioso tiempo de vida. Con razón se llaman redes. Porque nos pescan como si fuésemos merluzas y merluzos. Besugos y besugas.
Si uno quiere comunicarse en serio sólo tiene que buscar direcciones on line y escribir en concreto a quien desee comunicar algo y sobre todo procurar estar cerca de personas de verdad para que la comunicación sea viva y completa. Y luego, pasar con uno mismo/a, entrando en "casa", o sea en nuestro interior, ese tiempo que se pierde en un mundo irreal, con amigos intangibles que no lo son, en asuntos sin interés, en vidas prefabricadas donde ningún confidente es lo que dice ser. Salir de esa filial de la CIA que nos controla a saco como ya han demostrado sobradamente Assange y Snowdon con los informes sobre el espionaje mundial, que por cierto, menuda les ha caído por hablar y colgar cosas en la bendita red".
Sería estupendo pinchar entre todos la burbuja artificial del cibernegocio que se nutre de nuestro ego y con nuestros recursos modestos consigue que los suyos sean multimillonarios a costa de vendernos a precio de oro una libertad virtual que en realidad no existe fuera de nosotros. La auténtica libertad de expresión no consiste en poder decir lo que te dé gana en cualquier sitio sino en tener despierta la conciencia y la lucidez para saber donde, como, cuando y a quien se pueden decir las cosas adecuadas para que valga la pena decirlas.
Ya lo intuyó y profetizó Orwell. Qué pena que no se haya quedado en una simple fantasía.
Ya lo intuyó y profetizó Orwell. Qué pena que no se haya quedado en una simple fantasía.
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