El sobeteo de las palabras, el hecho de pronunciarlas constantemente sin venir a cuento o viniendo a cuento mixtificador, como coartada, como excusa, como instrumento manipulador, acaba por dejarlas vacías de contenido. Insípidas y sobrepuestas a la realidad como un caparazón que la esconde en vez de aclararla y hacerla evidente. Sucede con todas las referencias lingüísticas importantes que manejamos para organizar la existencia y poder soportarla sin hundirnos en el absurdo. A base de subsistir en la rutinaria y "normalizada" inconsciencia de sí mismo/a, se acaba por desconocer por completo y descoyuntar eso que Isabel Coixet tituló en su estupenda película La vida secreta de las palabras.
Amor, Justicia, Verdad, Bien común, Bienestar social, Belleza, Tolerancia, Respeto, Igualdad, Fraternidad universal, Democracia, Libertad, Derechos humanos, Humanidad, Paz, Sabiduría, Espíritu,Vida, Madre, Padre, Hijo e Hija, Esposa y Esposo, Pareja, Familia, Religión, Institución, Tradición, Evolución, Revolución, Partido, Estado... Son palabras de uso muy común que han perdido y pierden constantemente su significado para hacerse sustancia dúctil y maleable, no al servicio del ser humano, sino a las órdenes de su "ello" freudiano, de sus mecanismos inconscientes y por ello, tergiversadores del conocimiento y de la realidad como hecho objetivo y no como interpretación autómata y subjetiva de esa misma realidad.
En este tiempo acelerado y convulso constantemente escuchamos y pronunciamos la palabra "Estado". O bien como definición de un modo concreto de estar y comportarse, o como alusión al órgano que constituye la esencia de un país, de un pueblo, de una comunidad política. El Estado está presente por todas partes, pero ¿qué es el Estado? ¿Cómo llenar de contenido esa palabra trisílaba y átona que tanto se manosea y que produce tan encontradas reacciones y aplicaciones?
Lo que más y mejor suele ayudar a entender una idea es acudir a su raíz primigenia, para luego ver su recorrido y sus cambios, que acompañan a la evolución de la historia y de la conciencia; así el lenguaje nos va iluminando y descubriendo los rincones del conocimiento y el conocimiento a su vez nos va cargando de sentido el lenguaje. Nosotros somos, pues, los inventores, los descubridores, los artífices de lo que vamos asumiendo y poniendo en marcha, en la medida en que aprendemos y crecemos en consciencia y vamos abandonando los automatismos, las 'herencias' endosadas, los tics 'sagrados' de la imitación que derivan en tradición, necesaria al principio, como referencia, pero que puede volverse castradora y paralizante si nos abandonamos al hábito repetidor de la comodidad acrítica, que da por bueno hoy lo que fue bueno para las circunstancias de anteayer sin pararse a ver las diferencias en el tiempo y en las culturas. A ser "conservadores" de lo aprendido sin ponerlo nunca bajo la lente de la crítica objetiva, del análisis, de la duda, de la pregunta, del contraste, de la lógica y de la intuición. De la inteligencia racional-emotiva.
Tomemos, por ejemplo, la acepción política del término Estado. Ya en su origen, el término latino statum significa dos conceptos: por un lado equivale a res publica que que alude a la gestión de lo público y de otro lado, se refiere a lo que está establecido, organizado en cualquier sentido que se aplique. ¿Cómo se define hoy? Fundamentalmente se define también de dos modos, que corresponden a dos conceptos y experiencias distintas, una más anquilosada e inmovilista y otra mucho más avanzada y progresista:
1) Estado, tal como era en el antiguo régimen, tal como lo acuñó Maquiavelo en el renacimiento en vista de lo que iba viendo en su entorno observador, como poder y autoridad de un grupo minoritario sobre un gran colectivo social, que rige una nación desde lejos, desde "lo alto". Es el principio de imperios, monarquías, oligocracias y dictaduras. Este viejo Estado decidía lo que el pueblo debía necesitar y suprimía lo que no veía conveniente para sus intereses propios, sin contar con los gobernados, que sólo pagaban impuestos y obedecían las leyes por imposición aunque fuesen injustas bajo la amenaza constante de castigos tremendos. La norma era el miedo y la intimidación era herramienta del control de masas.
2) Estado, tal como lo define actualmente el Derecho Internacional:
Agrupación permanente de individuos unidos entre sí por lazos de solidaridad, legalidad y autoridad, establecido en un territorio determinado. El nombre de "estado" es el más usado para denominar unidades políticas que se gobiernan por medio de acuerdos, leyes y normas consensuadas y aprobadas entre todos por medio de consultas entre los ciudadanos representados y propuestas por los ciudadanos representantes, libremente elegidos en votación popular, con la intención de mejorar, servir y organizar el bien común mediante el acuerdo de todos o de la inmensa mayoría.
Está clarísima la diferencia entre estos dos conceptos de Estado y por ello se comprende perfectamente que se puede estar pronunciando las mismas palabras en un discurso y estar entendiendo y enunciando conceptos y acepciones completamente opuestos e incompatibles entre sí. Donde Rajoy dice Eshtado, o Cospedal, Aguirre, Pons o Cañete lo incluyen en su vocabulario, están invocando un poder omnímodo total, de gestor político-cacique sobre los representados, que, por supuesto no son nada más que números obedientes en la lista electoral, en la de Hacienda y en la del padrón del IBI municipal. Para pp el Estado como núcleo coordinador y servidor de las fuerzas sociales, de la ciudadanía, no es posible, porque le sale carísimo a su emppresa. No considera que la fuerza del trabajo es el motor del progreso, sino la fuerza del dinero, que sale del trabajo, es cierto, pero que se multiplica deshaciendo la vida de los trabajadores. O sea, que se mata la gallina ponedora, que daba huevos para todos, para darse un festín de consomé en la cena de los "lishtosh". Y mañana no habrá huevos ni gallina y después tampoco habrá consomé para las urnas y los shobrehs de los lishtosh. Una verdadera entelequia inasumible, por eso cuando la economía de los estados sólo se basa en la especulación con dinero, el Estado se hunde sin remisión. Por eso hay que darse prisa en privatizar a saco el dinero antes de la debacle final que descubra el pastel. Y guardarse los dineros del rescate y del pufo con Europa en la Cueva de Alí Babá para que no se malgaste creando puestos de trabajo ni en dar de comer a la gallina ponedora. Mejor que rente calladito en cualquier preferentismo ad hoc.
Pero cuando Baltasar Garzón, Ada Colau, Pablo Igesias 'A', Pablo Iglesias 'B', Iñaki Gabilondo, Mónica Oltra, García Montero, Julio Anguita, Juan Carlos Monedero, Pepa Bueno, Ana Pastor, Teresa Forcades o José Luis Sampedro (qepd), dicen o escriben "Estado", están diciendo algo muy distinto, están haciendo referencia a la necesaria justicia social y distributiva que debe presidir y fortalecer los lazos convivenciales entre una verdadera ciudadanía, que es mucho más que un corral lleno de vigilantes armados, distribuidores de pienso y agua, según el capricho del amo del corral, y explotadores a latigazo limpio, de la producción de cerdos, ovejas, gallinas, pollos, patos o burros de carga.
En el primer grupo está incluido también el actual gobierno de la UE con Merkel al frente, el BCE dándole cuerda y Durao Barroso de felpudo. Y, por supuesto nuestro marrullero, pomposo, borderline y momificado partido popular de acólito reverente y sumiso, echando incienso al paso de la oca.
Antes de votar el próximo domingo, procuremos identificar a qué concepto de Estado se refiere cuando habla, y sobre todo cuando actúa, cada candidato a gobernar Europa desde su país y a éste desde Europa.
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