Cinco escaños, atuendos informales, una insolente
juventud, y ya están los sospechosos habituales de los partidos de
costumbre poniendo el grito en el cielo, al tiempo que los medios de
comunicación afines, es decir, los que se dedican a muñir las tetas del
sistema, sea en su versión política o en la bancaria y empresarial, o en
todas a la vez, sacan sus vocablos de producción masiva para confundir
al personal. "Ingobernable" (la situación, si esto sigue así),
"radicales" (metiendo en el mismo saco a todos los que les sobran para
su prudente proyecto de hipnosis nacional, mezclando a lepeneros
con izquierdistas); y, también, frikis. Echo en falta algo sabrosón
procedente de Ana Botella, pero si no lo regurgita antes de que este
apunte se publique, podemos recurrir a su inagotable fondo de armario.
Su famosa comparación del sentir de la calle con la Revolución Francesa
-que guarda en el estante de los sombreros para cabezas cortadas- nos
viene ahora y, nunca mejor dicho, al pelo.
De todas
las palabras a cuya prostitución por parte de los distintos poderes
hemos asistido en los últimos años, lo que peor me sienta es el nuevo
significado que se les atribuye a liberal -que era, antes, la definición
de un pensamiento muy respetable- y a radical, que en la nueva
interpretación de estos violadores del verbo engloba a cualquiera que no
esté de acuerdo con ellos. En cuanto a la ocurrencia del frikismo, ya
ha sido contestado por columnistas de fuste.
Por el
momento me hallo muy ocupada esperando que el ministro de la Porra y la
Cruz aproveche que está en el Valle de los Caídos para escalar ese
monumental grupo escultórico, obra de Juan de Ávalos, que hay en la
entrada, y que muestra a un pedazo de travestón disfrazado de Dolorosa
con un señor en bragas muerto en su regazo. Eso sí que es el monte
Rushmore de los frikismos patrios.
Volviendo al
principio, yo, que no les voté -soy una clásica, lo hice al Partido
Verde- observo a Podemos con aprecio y respeto, le tengo, además, un
gran cariño histórico a Jiménez Villarejo y, sobre todo, me han colmado
de gozo las reacciones de los otros en el después. Cómo les pica.
Es posible que estos sepultureros que ahora se palpan a ver si les han
robado la cartera no estuvieran tan alterados si el millón de votos que
ha ido a Podemos hubiera votado a Falange Española, la cual cosa
equipararía su desdicha a la de Hollande y Cameron.
Mira por dónde, en España siempre estamos a la contra. Cuando en Europa
pintaban bastos aquí teníamos al Zapatero del primer mandato, y, ahora
que allí pintan neonazis, aquí pensamos que ya tenemos bastante derecha
extrema con la que gobierna. Crece la esperanza entre la gente que se
niega a ser aplastada. Un poco a la manera de Portugal y Grecia, países
que, como nosotros, no olvidan que sufrieron dictaduras.
El gran tótem de la Transición, ese obstáculo plantado a las puertas de nuestro futuro, sigue tambaleándose. Hurra.
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