Gumersindo Lafuente
El 14 de abril de 1931, con la proclamación de la II
República, se abrió un periodo de la historia de España lleno de luces,
de esperanzas, de logros. También de sombras y violencia. Muy pronto se
vio que el camino no iba a ser fácil. El 18 de julio de 1936, un golpe
de estado alentado por la derecha y ejecutado por el Ejército terminó
con el sueño y dio paso a una sangrienta Guerra Civil y a una no menos
violenta dictadura. Hoy, 14 de abril de 2017, 86 años después de la
proclamación republicana, por orden del Ministerio de Defensa, las
banderas de los cuarteles españoles ondean a media asta por la muerte de
Jesucristo. En España es Viernes Santo.
Si leemos las noticias de las últimas semanas, da la sensación de que estamos entrando en un oscuro túnel del tiempo.
Hace unos días, José Antonio Sánchez,
el impresentable presidente de RTVE, en una conferencia en Casa de
América, glosaba las virtudes evangelizadoras de la conquista de América
y aseguraba que "lamentar la desaparición del imperio azteca es más o
menos como sentir pesar por la derrota de los nazis en la Segunda Guerra
Mundial". Por tonto y por ignorante debería haber dimitido
inmediatamente. Ni lo hizo, ni sus jefes le han destituido. Tampoco que
se sepa le han recriminado sus palabras desde la institución que pagamos
entre todos para estrechar los lazos que nos unen cultural y
solidariamente con América Latina.
Y es que el gobierno del PP no es de meterse en estos asuntos. Como tampoco le ha importado mucho a Soraya Sáenz de Santamaría, nuestra
vicepresidenta, de la que depende Patrimonio Nacional, que los monjes
del Valle de los Caídos se nieguen a cumplir una sentencia que les
obliga a permitir la exhumación de los restos de los hermanos Lapeña.
Imbuidos en este ambiente de sacristía, tampoco puede sorprendernos que
no se haga nada con el escándalo de las inmatriculaciones. Un resquicio
dejado en la ley hipotecaria, aprobada en la época de José María Aznar
como presidente del Gobierno, ha permitido a la Iglesia Católica hacerse
por casi nada con la propiedad de una gran cantidad de inmuebles a lo
largo y ancho de toda España. El caso más emblemático, la Mezquita de
Córdoba. Hace unos días, el alcalde de Zaragoza
se dirigió por carta al Papa para abrir un debate "tranquilo y
respetuoso" sobre este asunto. Aquí nadie hace nada, ni tan siquiera
disponemos de un listado que nos revele la magnitud del expolio.
Lo que sí es público, no hay más que acercarse a alguna de las clínicas, es la renovada campaña de acoso
a las mujeres que haciendo uso de su libertad y de la ley que las
protege deciden abortar. No es un capricho, ni una
situación precisamente agradable. Parece que en este caso la piedad
consiste en agobiar, coaccionar y humillar públicamente. ¿Dónde está la
autoridad para defender la intimidad de estas mujeres?
Tampoco sorprende la absolución del padre Román
en la Audiencia Provincial de Granada. Este hombre parece que pudo
pasarse un pelo en su "amor cristiano", pero prescritos sus más que
probables delitos, la imposibilidad de demostrar que hubo penetración le
ha librado de la cárcel. Leyendo la sentencia, más parecía que se
estaba juzgando a la víctima que al acusado, pero ya saben, la justicia,
cuando se enfrenta a los poderosos, tiene estos defectos.
En Madrid también sufrimos lo nuestro. Ahora nos rasgamos las vestiduras porque en un colegio concertado de Alcorcón,
del que ya sabíamos que separan a niños y niñas en diferentes aulas y
que su director comparó la ley contra la "LGTBfobia" con el fanatismo
terrorista, se ofertan extraescolares de ganchillo para las niñas
mientras mandan a los niños de visita al Bernabéu. ¡Qué se puede esperar
de una ideología educativa ultraconservadora! Lo vergonzoso es que se
siga sufragando con nuestros impuestos. No sé en qué estará tan ocupada
Cristina Cifuentes que no interviene ya mismo en este asunto.
Así estamos, en 2017 la santa madre iglesia nos sigue metiendo la mano
en el cerebro, en el bolsillo, en la bragueta o en el Boletín Oficial
del Estado. Eso sí, con indulgencia plenaria.
Por eso, de nuevo, y aunque a pesar de ser tan razonable no esté de moda: ¡Viva la República!.
!!!!Viva!!!!
!!!!Viva!!!!
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