Cada día comemos más carne, es decir proteína de origen animal, y menos frutas y hortalizas. También los lácteos están menos presentes en nuestro día a día, así como las legumbres y los cereales integrales.
El resultado es una dieta sumamente pobre que solo suma proteína
animal, azúcares procedentes de harinas refinadas y grasas saturadas o
hidrogenadas: una autopista hacia la obesidad.
Este desequilibro tiene un precio sobre el medio ambiente, al que forzamos cada vez más con el aumento de la demanda de carne en todo el mundo, ya sea de pescado, marisco, aves o mamíferos. También supone unas implicaciones éticas en el modo en que se trata a los animales productores de carne que no siempre queremos ver.
Pero más allá de las necesarias reflexiones
sobre la sostenibilidad desde el punto de vista ecológico y moral del
consumo de carne, existen otras razones para tratar de reducir la
proporción de la proteína animal en nuestra dieta que refieren directamente a nuestra salud.
La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN)
aconseja un consumo máximo en no deportistas de 0,8 a 1 gramo de
proteína por kilo de peso de la persona, que serían de media entre 50 y 70 gramos diarios.
Frente a esta recomendación, la realidad nos sitúa a españolas y españoles en los 160 gramos diarios de consumo medio, más del doble del máximo recomendado. Se trata a todas luces un exceso peligroso,
que nos iguala a los países del norte europeo y nos aleja de la dieta
mediterránea, con los consecuentes peligros que ello acarrea. A
continuación te damos siete razones para reducir tu consumo de carne y devolverlo a los límites que recomienda AESAN.
1. El exceso de proteína animal reduce el porcentaje de fibra vegetal en nuestra dieta
Cuanta más proteína animal haya en tu menú diario, a no ser que seas un
deportista que precise de grandes cantidades de alimento, menor será el porcentaje de verduras, hortalizas y frutas varias. Esto representará una reducción de la fibra vegetal, que tiene muchos efectos positivos en la dieta, como su poder saciante,
su capacidad para secuestrar tanto los excesos de azúcares como de
colesterol de origen alimentario o su papel como alimento de la flora intestinal,
fundamental tanto en el control de las reacciones autoinmunes y la
prevención de múltiples enfermendades, como en la optimización de la
digestión.
2. Aporta un excedente de grasas saturadas
La carne, salvo en casos como el del pescado azul o determinado tipo de
aves, suele tener grasas saturadas en mayor o menor medida. Por sí
mismas las grasas saturadas no son malas necesariamente ni contribuyen
significativamente al colesterol malo, como se ha creído durante mucho
tiempo. Pero tienen un alto poder calórico.
Por lo tanto, en exceso tienen a acumularse en los pliegues de nuestro
cuerpo dando así lugar al sobrepeso. Es decir que indirectamente
contribuyen a los problemas relacionados con la obesidad: sedentarismo, problemas cardiovasculares, problemas articulares, etc.
3. Aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares
El sodio está muy presente en la carne animal, que es músculo, sin
contar, claro está, el que viene añadido con la sal de cocinar. Por lo
tanto, la ingesta excesiva de carne aumenta sensiblemente los niveles de sodio, con lo que eleva considerablemente la presión arterial y por tanto el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares.
4. Fuerza al hígado y al riñón a trabajar más de la cuenta
Gran parte de los metabolitos que genera la ingesta de proteína cárnica son derivados del nitrógeno, sobre todo amonio (NH4+), una toxina que se acumula en el plasma
celular acidificándolo, por lo que debe ser rápidamente transformada.
El hígado se ve forzado a trabajar más en exceso de amonio para
transformarlo en urea, un compuesto menos tóxico pero que también se
debe eliminar porque se produce de repente en grandes cantidades.
Aquí es donde le toca al riñón a ponerse a trabajar a tope para
excretar la urea en la orina. Pero para poder hacerlo precisa rebajar la
concentración plasmática de urea, lo que hace reteniendo el agua
corporal para diluir la urea y poder así expulsarla, con lo que sufrimos un cierto nivel de des hidratación.
Si comiéramos más fruta y verdura sería más fácil rehidratarnos, pero
ya hemos visto que el exceso de carne en la dieta va acompañado de la
reducción de los demás elementos.
5. Podría derivar en una descalcificación ósea (aunque no está claro)
Por otro lado el cuerpo tiende a neutralizar la acidificación del
amonio haciéndolo reaccionar con fosfato cálcico. El calcio del fosfato
puede tomarse del plasma. Pero si no hay suficiente, hay cierta controversia sobre si podría usarse como fuente el cacio óseo, con que sería posible que produjese una descalcificación de los huesos.
Si mantenemos los excesos en el consumo de carne, aumentaríamos, de ser
cierta esta teoría, el riesgo de fractura ósea, sobre todo en
deportistas o con la edad. Ahora bien, otros estudios aseguran lo contrario e indican que una dieta alta en proteína podría favorecer la consistencia ósea (gracias Darío Pescador por la aportación :)).
6. Aumenta el riesgo de sufrir cálculos renales
Otro problema del exceso continuado de consumo de carne, especial de
las carnes rojas, es que los músculos de los mamíferos acumulan unas
bases nitrogenadas conocidas como purinas, que se metabolizan como ácido úrico
en lugar de urea. El ácido úrico puede cristalizar en las
articulaciones produciendo grandes dolores, o bien precipitar en los
conductos renales provocando cálculos si su presencia es abundante.
7. Se relaciona su consumo con el riego de padecer cáncer de colón
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya advirtió, con gran escándalo,
en octubre de 2015 de que las carnes rojas y las procesadas podían
incidir significativamente en el aumento del riesgo de sufrir cáncer de
colon. No significa que por consumir carnes y embutidos vayamos a sufrir
este tipo de tumores con toda seguridad, pero es innegable que un abuso de estos productos, con proteína animal, aumentan la probabilidad de sufrir una complicación tumoral en la zona intestinal.
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