El último libro del gran economista John Kenneth Galbraith se tituló La economía del fraude inocente.
Afirmaba en sus páginas que era un fraude porque "rinde un servicio
sigiloso a ciertos intereses particulares" y lo calificaba generosamente
como inocente porque, en su opinión, "la mayoría de los que lo
perpetran no se sienten culpables".
A mí me parece, sin embargo, que cada vez cuesta más
trabajo seguir pensando que se trata efectivamente de algo tan inocente
como pensaba Galbraith, por muy poco responsables que se sientan los
economistas que engañan cada día a la gente. Bien sea a base de grandes
mentiras o de las formas más sutiles de engañar como pueden ser las
medias verdades, los silencios o las manipulaciones estadísticas.
Por muy marcada que sea la aureola de grandes científicos que tienen
los economistas de mayor impacto mediático, lo cierto es que casi
siempre terminan dando gato por liebre a la opinión pública, produciendo
mucha confusión y, a la postre, logrando lo que se busca, que la gente
crea a pie juntillas lo que le dicen y dé por buenas las políticas que
en realidad menos le convienen.
Unas veces, los
economistas engañan presentando como si fueran juicios técnicos y
neutros y, por tanto, fuera del debate de los no entendidos lo que no
son sino simples preferencias ideológicas de quien las formula. Típico
ejemplo de ello es afirmar que las empresas o las entidades financieras
privadas son mejores o funcionan más eficientemente que las públicas,
que las pensiones privadas son más deseables que las públicas, o que
conviene que no haya determinado tipo de impuestos, como ocurre en los
últimos tiempos con el de sucesiones.
Ninguna de esas
afirmaciones es técnica sino política. Ninguna tiene detrás una
evidencia empírica que la haga irrefutable, un análisis científico que
pueda demostrar taxativamente que es una verdad indiscutible. Una
empresa o un banco público, por ejemplo, puede ser tan eficiente o más
que uno privado, o viceversa; ninguno es intrínsecamente o por
definición superior o mejor que el otro. Es legítimo optar por una u
otra solución pero es un engaño decirle a la gente que la elección que
cada uno adopte es el resultado de un juicio técnico o científico y, por
tanto, objetivamente "mejor" que su contraria.
Otras
veces, se trata de convencer a la gente de que determinadas propuestas
no son controvertidas como resultado de un análisis científico
incuestionable e incuestionado y, por tanto, que igualmente deben quedar
fuera de la discusión. Se dice, por ejemplo, que los modelos económicos
demuestran que las pensiones públicas son insostenibles, que la
investigación económica ha demostrado que es preciso moderar los
salarios para crear empleo, reducir los impuestos para que suba la renta
per cápita, que a partir de un determinado nivel de deuda no habrá
crecimiento económico, o que los bancos centrales son imprescindibles
porque allí donde lo son la tasa de inflación es menor.
Pero se oculta que detrás de esas afirmaciones, como he demostrado en mi libro Economía para no dejarse engañar por los economistas, hay hipótesis concretas que si se cambian dan lugar a resultados completamente diferentes.
Y, por supuesto, muchos economistas engañan también a la gente cuando
al hacer sus propuestas no hacen mención de los resultados distributivos
que van a tener, haciendo creer, por tanto, que se toman con
independencia de ello, cuando en realidad se sabe perfectamente que son
mucho más favorables para unos grupos sociales que para otros.
Y no se crea que los engaños han hecho mella solo en la gente normal y
corriente, que solo la menos formada es la que ha llegado a creerse a
pies juntillas ese tipo de afirmaciones. Para hacer eso posible ha sido
necesario que previamente se haya generalizado y asumido por la mayoría
de la profesión una "sabiduría" económica que en realidad no es sino un
relato de la realidad lleno de errores metodológicos y de prejuicios
ideológicos.
Son cientos los profesores de economía
que día a día siguen enseñando a sus alumnos que la función de demanda
de mercado es decreciente cuando hace decenios que se demostró que eso
es falso porque puede tener cualquier forma. O que los bancos obtienen
el dinero que prestan de los depósitos que previamente les han hecho sus
clientes, cuando se sabe perfectamente que es al revés, que primero
prestan (con dinero que crean de la nada) y de ahí nacen los depósitos.
¿Cuántas veces hemos oído que la enorme deuda que tiene España y
especialmente la pública es el resultado de que "hemos vivido por encima
de nuestras posibilidades"? Miles de veces, pero casi nunca (por no
decir que nunca) se recuerda que la deuda es en realidad el negocio de
la banca y que ha sido esta quien ha usado su enorme poder para imponer
un modelo de crecimiento económico basado en la deuda. Y, sobre todo,
que si la deuda ha aumentado tanto es por los intereses que cobra la
banca por prestar un dinero que crea de la nada y sin coste alguno. En
el caso de nuestra deuda pública, por ejemplo, el 61,4% de toda la que
se ha generado desde 1995 se debe a intereses.
Se le
dice a la gente que hay que moderar los déficits públicos e imponer
recortes brutales en el gasto que se traducen en grandes pérdidas de
bienestar social (y en nuevos negocios privados) porque esa es la única
forma de que no aumente la deuda, pero se le oculta que desde que en
Europa se impuso la regla del 3% como límite del déficit público la
deuda ha aumentado más de 20 puntos en porcentaje del PIB (exactamente
5,3 billones de euros desde 1995 a 2015). Por no hablar del gran engaño
que supone decir que nadie predijo la crisis. Sí lo hicieron los
economistas (de izquierdas o de derechas, críticos u ortodoxos) que
contemplaron sin prejuicios ni intereses espurios de por medio lo que
estaba haciendo con la deuda el mundo de las finanzas, que es el gran
padrino del fraude intelectual en que se ha convertido la economía de
nuestro tiempo
Pero el problema principal que
conllevan los engaños de los economistas ni siquiera es que, como he
dicho, sus afectados sean siempre los mismos. Lo malo es que sus
responsables gozan de casi total impunidad.
Podríamos
dar también muchos ejemplos traídos de todo el mundo, pero en España
creo que tenemos el que podría ser el paradigma de todos ellos, la mejor
y más terrible expresión de los males que hoy día aquejan al análisis
económico como instrumento imprescindible de las políticas públicas.
Me refiero al que fue gobernador del Banco de España, Jaime Caruana. En
su día fue acusado por sus propios inspectores de mirar hacia otro
lado, de mantener una actitud pasiva y un "complaciente optimismo" ante
los peligros que se estaban generando y que los inspectores contemplaban
ya como muy ciertos, o de realizar "imprudentes análisis de la
realidad". En la carta dirigida al entonces ministro de Economía y
Hacienda y vicepresidente del gobierno, Pedro Solbes, los inspectores
denunciaban "la pasiva actitud adoptada por los órganos rectores del
Banco de España, con su gobernador a la cabeza, ante el insostenible
crecimiento del crédito bancario en España", o también que la creciente
acumulación de riesgos en el sistema bancario español tenía su origen en
la "complaciente actitud del gobernador del Banco de España" y en su
"falta de determinación" (la carta puede leerse aquí).
¿Alguien le pidió cuentas al exgobernador Caruana por esa evidente
responsabilidad en todo lo que sucedió en el sistema financiero español y
que tanto daño ha hecho a millones de hogares y empresarios?
La mejor y más clara respuesta a esta pregunta consiste sencillamente
en saber dónde se encuentra hoy día empleado quien dirigió el Banco de
España con un comportamiento de ese tipo, tan pasivo y complaciente
hacia la banca que gestaba el daño tremendo que terminó produciendo:
Jaime Caruana es actualmente nada más y nada menos que el Director
Gerente del Banco Internacional de Pagos, es decir, la máxima autoridad
financiera y bancaria internacional.
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