Habrá quien crea que el PP está muy preocupado
porque el presidente de la autonomía murciana tenga que dimitir, pero si
yo fuese Rajoy me mearía de la risa contemplando cómo cada día todos
los medios de comunicación se dedican a hacer filología de la política
murciana. Que si corrupción poca o mucha, cuando tenemos el Gobierno más
corrupto desde Arias Navarro con la política más salvaje, con el ataque
a las libertades, policía política incluida. Si soy Rajoy daría la
orden a todos los medios domesticados: "¡Murcia a tope!".
"Murcia a tope" en la proa y "Gibraltar español" en la popa ("A España
mostró el camino de la verdá/ por eso le estoy cantando a su libertáaa",
de Los Tres Sudamericanos). A eso se reduce el debate político en este
reino donde el dominio ideológico de la derecha es tan absoluto que
hasta impone los titulares de las noticias.
Hace unos años, incluso meses, escribíamos aquí sobre el
fin del periodo nacido de los pactos de la Transición pero creo que hay
que rectificar, es cierto que lo viejo está muerto pero no acaba de
nacer una etapa nueva. Del descontento nació Podemos, pero ese proyecto
político que se alimentó de ese descontento demostró con creces sus
limitaciones desde entonces. Demostraron una lógica inmadurez de sus
líderes y cómo la política mediática crea un personalismo disparatado
que se acaba volviendo contra el proyecto. Los dirigentes de Podemos
resultaron unos nuevos políticos que supieron hacerse portavoces de una
serie de reivindicaciones sociales y ocupar un espacio pero sin un
proyecto político. Y esto último no se le puede criticar porque puede
que hoy no sea posible generar un proyecto político realizable en esta
parte del mundo.
Podemos se basa en una una
ciudadanía informatizada, en la práctica sectores sociales con estudios
universitarios fundamentalmente, mientras que la izquierda tradicional
nació y se justificaba en las organizaciones sociales y, sobre todo, en
los sindicatos "de clase". Los sindicatos no representan lo que fueron
en otra época y esa izquierda tradicional que invoca a la clase
trabajadora en su retórica es una burocracia política que se justifica
por sí misma.
Ahí está la propuesta que hace el
aparato del partido con Susana Díaz, "puede ganar". No hay mucho más que
decir, se trata del poder por el poder. Hay muchos votantes socialistas
que, viendo esos tres candidatos a dirigir el partido, se preguntan,
"¿de verdad que el PSOE no tiene otra cosa que ofrecernos?".
Frente a ese panorama de derrota y falta de horizonte, la sociedad
catalana vive un tiempo histórico completamente distinto, fatigada pero
manteniendo vivo su propio proceso político. Va a haber referéndum, el
resultado será el que sea pero lo va a haber. República catalana,
monarquía borbónica, Estado propio o no…, opine lo que opine esa
sociedad que se mantiene en debate y movilizada desde hace años hay
cosas que ya no tienen vuelta atrás, ha ganado una madurez política
incomparable y también han aprendido definitivamente que España no la
quiere.
La visión de una Catalunya egoísta,
insolidaria, preocupada por una identidad étnica, la utilización de
Pujol y su 3% para escuchar o tapar cualquier debate..., todos esos
tópicos venenosos que se han instalado en buena parte de la población
española tienen un doble efecto. Han servido para que la población del
Estado cierre filas en torno al españolismo y los intereses
centralistas, sí, pero también han hecho que la sociedad catalana tome
buena nota de ello y se sienta ofendida.
Sin duda el
papel que juegan los medios de comunicación españoles en todo ello es
decisivo. Es su gran responsabilidad el haber ocultado el punto de vista
de la mayor parte de la sociedad catalana y haber difundido esa visión
mezquina de esos millones de personas, pero todos tenemos nuestra parte
de responsabilidad por acción u omisión.
Esas
personas esperaron todos estos años voces desde la sociedad española que
quisiese escucharlas, que tuviese curiosidad y consideración para
intentar comprenderlas. A mucha gente allí les resulta incomprensible
esa actitud y el mutismo de muchos. Esos reproches son los que tuve que
oír hace unos días en una vuelta por esas tierras.
Lo
escuché de Rosa María, inspectora de educación, presidenta del Omnium
de Tarragona, de Carles, de familia castellanoparlante, asesor laboral,
presidente de la Asamblea Nacional Catalana de la misma ciudad. Se lo
escuché a Pedro, jubilado de la Olivetti, catalán oriundo de Tetuán, a
Giulia, administrativa de sanidad, a Lluís, abuelo y jubilado de un
centro de menores... A tanta gente que cree que de España ha recibido un
trato humillante de los amos del Estado y el silencio de los demás. A
esa gente que ni España ni sus intelectuales quieren ver porque no les
interesó, gente a la que ya no podrán ganar porque es demasiado tarde.
Esos millones de personas no son ninguna burguesía egoísta, son gente
humilde y con un sentido cívico que se echa en falta en otros lugares y
que se han transformado en militantes por la democracia. Qué envidia dan
y qué pérdida si se van.
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