domingo, 23 de abril de 2017

El fútbol y yo


Publicada 23/04/2017
 
Voy a escribir contra el fútbol. Para que nadie se lleve a engaño, aclaro que no me he convertido en un intelectual espeso, ni en un poeta puro. Confieso además que soy socio de dos equipos, el Granada y el Real Madrid, y que mi relación con el  balompié, iniciada en las calles de mi barrio, está llena de tardes de domingo, glorias deportivas, lágrimas de descenso, copas de Europa, queridísimos seguidores insoportables del Atleti, estadios con banderas y horas nerviosas buscando una radio o un televisor para seguir el partido con el corazón en un puño.

Como cualquier persona, estoy obligado a tomarme en serio a mí mismo y a mis debilidades. Así que tomo muy en serio que una de mis aficiones más queridas se haya convertido en un asunto antipático. Lo que empezó siendo el rito familiar de los domingos por la tarde con mi padre de la mano y el postre en la boca, se ha roto en un aluvión invasivo de lunes, martes, miércoles, jueves, viernes, sábados y domingos, con programas, tertulias, escándalos, atropellos, impudor, prepotencia, apuestas manipuladas y desfachatez.

Confieso que las gotas que colmaron el vaso no han sido las imágenes del hincha argentino arrojado hacia la muerte desde la tribuna por la barbarie popular. Mi quebradura es más modesta. La semana pasada fui al fútbol con mi padre para acompañar al Granada una vez más en su descenso. La melancolía forma parte decisiva de la identidad. Y el fútbol tiene que ver con la identidad: su fenómeno social nació como una búsqueda de sentimientos de pertenencia de la clase obrera inglesa cuando las grandes ciudades industriales estaban imponiendo los códigos del anonimato y la falta de raíces. Fui en busca de mi melancolía y me encontré no sólo con una derrota, sino con un equipo sin ningún jugador granadino, ningún español, once atletas o tahúres de once nacionalidades distintas, un entrenador inglés y un presidente chino.

Y tú que eres internacionalista, ¿por qué protestas? Bueno, es que una globalización al servicio de los mercaderes, saltando por encima de cualquier valor humano, no es la idea que tengo de la supresión de fronteras. Hay palabras como lugar, base, camiseta, ciudad, historia, cantera… que merecen una consideración a la hora de ser borradas por un viento de intermediarios, agentes y comisiones al calor de la mercadería.

El fútbol se ha convertido en un negocio de las televisiones de pago. Eso afecta a la propia evolución del juego, al entramado de los fichajes y a la prensa deportiva. Más que informar de lo que ocurre, los periodistas del fútbol parecen agentes comerciales en la tarea de crear audiencia  a través de escándalos empachosos, remontadas, debates arbitrales y ofensas. El espectador de fútbol ya se parece mucho al tonto pasmado de la telebasura que sigue como un rebaño al gritón que la pastorea.

La inmediatez de las redes no ha limitado abusos, no ha resuelto oscuridades con una llamada a la decencia, sino que nos acostumbra a convivir en el reino pornográfico de la impunidad. Todos se contentan con el “y tú más”. Que si el Barcelona, que si el Madrid, que si el Atleti…  En todos los sitios hay presidentes que cultivan el negocio en sus palcos; en todos los vestuarios hay estrellas multimillonarias que defraudan a Hacienda, engañan en sus contratos y luego hacen gala de buen corazón con limosnas ruidosas. La hinchada aplaude en la puerta de los juzgados.

Eduardo Galeano nos enseñó que el fútbol era la cosa más importante de las cosas sin importancia. Así que tiene poca gracia que se haya convertido en la parte más importante del tiempo social e informativo, de lunes a domingo, para hacernos respirar junto a héroes huecos, defraudadores y negociantes.

El fútbol de hoy es antipático porque encarna lo peor del discurso televisivo, la fiscalidad,  la política y la sociedad globalizada. ¿No hay modo de regularizar este juego para que podamos ir sin mala conciencia a ver un partido? ¿Por qué los acontecimientos populares son hoy el lugar de la estafa?

Es posible que algún lector me vea esta noche en el estadio de fútbol emocionado con un derbi. Pensará entonces que este artículo es inútil. Tendrá una parte de razón. Pero si me he decidido a escribirlo es porque mi malestar con el fútbol  se parece a la insatisfacción que muchos demócratas sienten hoy con sus democracias.  

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Emocionalmente puede que exista un sentir paralelo entre el disgusto del futbol y el desconsuelo democratico, pero bajo la piel de la emocion laten diferencias evidentes y definitivas entre ambos sentires. El futbol es un deporte, que se puede practicar o contemplar en diferentes estados de animo, segun la pertenencia y el marcador, desde las gradas de los estadios, pero la democracia es el tejido social y politico del que no solo dependen nuestros estados de animo sino tambien la salud colectiva y la supervivencia mas perentoria. 

Sin futbol se puede sobrevivir, con menos excitacion y menos efervescencia, es cierto, pero sin democracia la politica, la sociedad y la conciencia se nos mueren a todas y a todos. De hecho en la dictadura el futbol era una de las valbulas de escape mas valoradas por aquel regimen horrible.

Recuerdo yo tambien a mi padre cada domingo con doble sesion de futbol, una en directo a las cuatro, en el estadio del Calvo Sotelo de Puertollano, de segunda division, y otra en la tele a partir de las siete, con el encuentro ya ritual, retransmitido por la radio en los anyos cincuenta y luego televisado, proximos a los sesenta, entre dos equipos de primera.
  
Mi padre, que tambien era de Granada, me llevo' un par de veces al estadio, siendo una chiquilla de 11 o 12 anyos, cuando jugo' alli' el equipo granadino. Confieso que en ambas ocasiones me aburri' como una ostra y me dedicaba a contar los pasos del segundero y los minutos, porque aquello se me hacia eterno, pero, en cambio, me compensaba ver a mi padre, que era muy callado y serio normalmente, animadisimo y dicharachero, poniendo verde al guardameta cuando fallaba la parada y el gol del equipo rival se convertia en un apoteosico gooooool!!!, o abucheando a los jugadores que no daban una con los corners y penalties o al arbitro cuando, segun el, fallaba descaradamente y con alevosia contra su equipo. 

Creo que, lo mismo que nuestra fisiologia dispone de un sistema excretor, los instintos y emociones humanas han necesitado convertirse en explosion externa colectiva para no reventar internamente y hacernos pure'. El deporte de masas tiene, en segun que' casos, esa funcion liberadora. Lo mismo que los desfiles de las tropas en los regimenes militaristas que ven la patria en peligro constantemente, las arengas de los dictadores insufladas con sus propios egos repartidos en el inconsciente colectivo inflamado por la oratoria manipuladora o el fenomeno de los fans en la musica pop y rock, donde la devocion religiosa busca y formatea a sus dioses efimeros, pero imprescindibles y forrados a base de admiracion y embobamiento borreguil.

Curiosamente ni la contempacion de la belleza apabullante de un amanecer sobre el mar o de un crepusculo magico en medio de una llanura sin fin, el canto magico de un pajaro en la barandilla del balcon, ni la musica clasica y sinfonica, ni el teatro, ni la opera, ni la zarzuela, ni el circo, ni los nenufares de Monet o un paisaje de Van Gog, un Velazquez o un Rembrand, provocan semejantes subidones explosivos de adrenalina en una colectividad.
  
Sin embargo hay personas como yo misma, a las que nos es muy dificil exultar con los goles o con la ausencia de ellos, no por culpa del deporte sino seguramente porque nos falte tal vez algun resorte de adaptacion que nos facilite la conexion emocional con el trance casi extatico que experimentan los hinchas. Aunque ha habido dos ocasiones en mi vida en que si' el futbol me ha conmovido hasta las lagrimas y el escalofrio, y me encanto' experimentarlo, lo confieso: cuando en 2008 la seleccion espanyola jugo' el mundial en Sudafrica, primero un partido con Alemania que fue un recital de elegancia y juego transparente, que parecia una partitura de Bach en carne y hueso, una belleza integral, struggente como dicen en Italia, -una expresion que en espanyol no tiene traduccion exacta, y luego con Holanda, una final terrible, durisima, vergonzosa y hasta limitrofe con el delito de lesa deportividad, y al mismo tiempo para el equipo de Del Bosque, digna de un trabajo de Hercules mezclado con la inteligencia de Ulises frente a unos ciclopes robotizados capaces de dar patadas en la boca del estomago o en cualquier parte del cuerpo, en vez de darselas al balon, que es de lo que se trata en el futbol. Balon-pie, no costillas-pie, espinillas-pie, estomago, espalda o mandibulas-pie. Y si', me emociono'  a tope la valentia y el autocontrol de los jugadores espanyoles que en ningun momento bajaron su liston del buen juego y la deportividad siempre por encima de los vandalos y tramposos, para quienes ganar como bestias aunque fuera destrozando el sentido del propio deporte, lo era todo en aquella apoteosis de barbarie. Y no me emocione' porque fuesen espanyoles, sino porque eran aquellos seres humanos tal cual. Me hubiese emocionado lo mismo si hubiesen sido de otra nacionalidad y me habria indignado y avergonzado igualmente si los espanoles para ganar hubiesen jugado como aquellos holandeses, jugaron aquel dia, -o como jugaron los paraguayos la jornada anterior- unas exhibiciones en las que solo vertieron odio y brutalidad en el estadio. Aun no comprendo como la UEFA no establece unos canones serios de humanidad en el juego del futbol y no expulsa definitivemente de su federacion a quienes incluyen los malos tratos, las torturas, las trampas y juegos sucios como normalidad en el deporte, con lo que lo degradan y lo anulan como valor social, que en una cultura civilizada es una manifestacion imprescindible de excelencia. 

Los clubs de futbol deberian educar y exigir a sus socios un comportamiento respetuoso y sano con los demas seres humanos miembros de otros clubs, y que nunca mas haya que soportar espectaculos como el que hace unos dias hubo en la Plaza Mayor de Madrid a cargo de unos hooligans ingleses, maltratando y humillando a los mendigos de otras nacionalidades, como la rumana, y gritando que Gibraltar es ingles y no se lo va quitar nadie...en fin. 
El futbol bien canalizado podria ser una herramienta pedagogica fantastica, -de hecho en Catalunya la cantera infantil y juvenil del Barca es pionera en educacion, solidaridad y conviencia para los chiquillos y sus familias-,  pero reducido a negocio, en plan especulador, trampas y mercachifle, es un verdadero asco; cualquier deporte por noble y muy de base que sea su origen proletario pierde todo su valor si los medios no estan a la altura de los mejores fines y viceversa. Y asi' solo sera' un vivero de monstruitos y un archivo de patanes en conserva. Una pena, de verdad. 

Tal vez esto ocurra porque no es posible mantener un deporte decente y sano en una sociedad que en etica, economia, derechos, politica, justicia,educacion, igualdad y decencia ha perdido los papeles y el oremus hace mucho tiempo, tanto que ya ni nos acordamos de si alguna vez los ha tenido, los papeles y el oremus de verdad, o sea, el que etimologicamente significa 'hablemos", porque del otro, del oremus de pacotilla, nos sobran existencias desde ni se sabe cuando, Uuuuuuuu!!!! diria el viejo y entranyable Hermano Lobo.

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