George Orwell: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario».
martes, 2 de julio de 2019
Refugiados: política, no misericordia
El
Gobierno español debe asumir la iniciativa de promover un consenso
europeo para la aprobación de un protocolo de desembarco y reubicación
seguro de estas personas
La Asamblea General de la ONU, en su resolución 55/76 de 4 de
diciembre de 2000, estableció el 20 de junio como Día Mundial de los
Refugiados. En este aniversario de 2019 hay poco que celebrar y mucho
trabajo pendiente: en 2018 había más de 70,8 millones de desplazados
forzados en todo el mundo, de los que el 52% son niños, según datos publicados por ACNUR
esta misma semana. Lo que es peor: hoy, la definición de refugiado, a
mi juicio, se ajusta sobre todo a la propuesta por el anterior alto
comisionado de la ONU para los derechos humanos, Zeid Ra'ad Al Hussein,
en su intervención ante la Asamblea General el 30 de marzo de 2016: "Son
personas con la muerte a su espalda y un muro en su rostro". Muerte y
muros son el bagaje al que hacen frente la mayoría de ellos. La paradoja
es ésta: cada vez hay más factores que provocan que un número creciente
de seres humanos se vea obligado a desplazarse de su hogar, incluso de
su país, para encontrar un lugar seguro. Al mismo tiempo, cada vez se
reducen más las posibilidades del ejercicio de este derecho a encontrar
un lugar seguro, porque se incrementan los obstáculos para poder
plantearlo.
Por eso, nuestra tarea es doble. Primero, en el plano preventivo,
reducir las causas que ponen a tantos seres humanos en peligro de
muerte: trabajar por impedir los conflictos bélicos de los que huyen y
también invertir en procesos de mejora de la democracia, los derechos
humanos y el desarrollo sostenible en esos países de los que se ven
obligados a huir. Y tenemos un deber perentorio en el segundo plano, el
de la respuesta: evitar que quienes huyen porque están en riesgo sus
vidas, sumen más riesgos e incertidumbres en su busca de refugio, que no
encuentren más muros. Establecer vías seguras y asequibles, para que
puedan plantear la protección que necesitan. En unos casos, el asilo. En
otros, la protección internacional subsidiaria o incluso los visados
humanitarios.
Nadie ignora que en Europa se están vaciando elementos básicos del
contenido del asilo. Basten dos botones de muestra. Buena parte de los
Gobiernos de la UE permiten la violación del principio básico del
sistema de asilo, el de "no devolución" al horror del que huyen (el
principio de "non refoulement"), al entregar a las personas
desesperadas que huyen del infierno libio a los guardacostas libios que
los retornarán a escenarios con los que no soñó el Dante. Y eso, pese a
que la ONU y las ONG que trabajan en esa zona han evidenciado que Libia
es cualquier cosa menos un país seguro y sus puertos tampoco pueden
tener esa consideración. Y añadan una mirada a la situación que viven
los demandantes de refugio en las islas griegas, en campos convertidos
en centros de concentración, sin noticias de resolución de su demanda,
privados de libertad y en condiciones infrahumanas que inducen al
suicidio, incluso de menores. Lo peor es la consecuencia que nos negamos
a reconocer: hablamos de "refugiados", al mismo tiempo que
multiplicamos los esfuerzos para que no lleguen a serlo. Deberíamos
hablar más bien de asylum seekers, de personas que buscan
protección, y ponen en riesgo su vida para conseguir plantear esa
solicitud. Y que en su inmensa mayoría jamás alcanzarán ese estatus.
Cada vez hay más factores que provocan que un mayor número de personas se vean obligadas a huir de su hogar
La razón de todas esas contradicciones no es fruto de la ausencia de
misericordia en el corazón de los europeos. Tampoco es que no se
conozcan nuestros indiscutibles deberes jurídicos respecto a quienes
buscan protección. Esa miseria moral, a mi juicio, es el resultado de
una voluntad política contraria a la asunción de tales deberes jurídicos
y que utiliza como coartada el desplazamiento de la cuestión a la
pretendida respuesta humanitaria. Una coartada eficaz, hasta rizar el
rizo: primero se nos dice que esta es una cuestión "humanitaria",
desplazando así la responsabilidad desde los Gobiernos a los agentes
sociales. Y luego, se estigmatiza esa respuesta humanitaria, llegando al
cinismo de los "crímenes de solidaridad", retórica en la que brilla
Salvini, que presenta a ONG abnegadas como cómplices, cuando no
responsables de la trata y explotación de seres humanos.
Y eso nos sitúa ante la crisis de Europa como proyecto político. Ivan Krastev, en su Europa después de Europa,
ha escrito: "La crisis de los refugiados ha transformado radicalmente
el statu quo en Europa, así como los argumentarios de los políticos, la
mentalidad de los ciudadanos, las identidades de las naciones y los
resultados electorales. La crisis de los refugiados ha acabado siendo el
11-S de Europa". No creo que este juicio sea exagerado. Pero estoy
convencido de que estamos a tiempo de reaccionar para hacer coherente la
política migratoria y de asilo con los valores que proclama la propia
UE. Para recuperar esa alma europea.
Buena parte de los Gobiernos de la UE permiten la violación del principio de “no devolución”
¿Qué hacer? A mi juicio, como han señalado la Comisión Libe del
Parlamento Europeo, la red italiana Europasilo y ONG como CEAR, que
celebra ahora sus 40 años de trabajo en defensa de los refugiados, la
reforma de la Regulación de Dublín es la clave para cambiar el déficit
fundamental que aqueja al soi- disant Sistema Europeo Común de Asilo
(SECA), que está todavía lejos de ser un sistema común. Ante todo, hay
que lograr un consenso básico: la protección de refugiados es una
responsabilidad compartida y obligatoria. Solo después de eso podríamos
hablar de armonización y estandarización del sistema. Esa armonización,
creo, debería establecerse sobre la base de dos criterios: primero, la
abolición del principio anacrónico que vincula la responsabilidad de
tratar la solicitud de asilo con el país al que al solicitante llega en
primer lugar: frente a ello, se trataría de introducir un mecanismo de
cuotas permanentes de reparto. En segundo lugar, establecer que el
criterio principal para determinar el Estado responsable del tratamiento
de solicitud de asilo sea el examen de los vínculos que el solicitante
tenga con un Estado miembro.
Dicho esto, podríamos avanzar en propuestas concretas, como las que
lanzó CEAR ante las elecciones del 28-A y el 26-M. Reproduzco dos, que
me parecen prioritarias y que espero y confío en que aborde el próximo
Gobierno que presidirá Pedro Sánchez: (1) para empezar, se debe dotar de
medios materiales y recursos humanos suficientes a la Oficina de Asilo y
Refugio y a la Policía Nacional, y velar por su formación específica.
Es absolutamente urgente concluir la instrucción de los más de 80.000
expedientes que sufren reiterados retrasos de manera injustificada.
Junto a ello, (2) en el ámbito europeo, en coherencia con el elemento
básico de protección internacional, que es el principio de no devolución
recogido en la Convención de Ginebra, nuestro Gobierno debe asumir la
iniciativa de promover un consenso europeo para la aprobación de un
protocolo de desembarco y reubicación seguro y predecible, que evite que
ninguno de los rescatados pueda ser devuelto a un país en el que su
vida pueda correr peligro.
Javier de Lucas es catedrático de Filosofía del Derecho y director del Instituto de Derechos Humanos de la Universitat de València.
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