El ocaso de Pablo Iglesias
El ciclo político del líder de Podemos se ha acabado. Incluso si pudiera extenderlo con alguna responsabilidad ministerial
Tampoco consiguió completar una verdadera coalición dirigente al frente de Podemos, porque el propio predominio del hiperlíder los obstruye, expulsando de la cumbre a aquellos que pretendan embridarlo. De la foto del primer Vistalegre, hoy solo queda Iglesias. Esto no solo dificulta su sustitución, sino que ha acabado hipotecando sus expectativas electorales.
En último extremo, Iglesias ha acabado eclipsado por la réplica sistémica que él mismo provocó. Ha sido otro hiperlíder, Pedro Sánchez, con una organización con más experiencia, quien acabó protagonizando la expectativa de renovación que Iglesias sí supo encender. Tres variables para reflexionar a partir de mañana en la nueva izquierda.
Por el camino, Iglesias nos habrá dejado algunas lecciones sobre el alcance de la personalización en la nueva política. Carreras políticas fulgurantes que no están hechas para durar, liderazgos tribunicios poco aptos para subsistir en la oposición. Y que dejan pesadas herencias: a menudo, este partito personale, que tan bien definió Mauro Calise, solo consigue renacer tras su mutación en un objeto nuevo, donde otro líder pueda remodelar a su imagen y semejanza las cenizas heredadas. Pero eso solo será posible allá donde existan errejones dispuestos a rebelarse contra el creador para ejercer esa dirección emblemática. Ese será el último servicio de Iglesias a Podemos: encontrar a quien pueda hacerle desaparecer para que el proyecto permanezca.
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