jueves, 4 de abril de 2013

Y dále con "el qué dirán"

Hoy la prensa se despierta con este "terrible" notición: En España están muy preocupados por los efectos que la imputación de la infanta tendrá en el extranjero. Luego aclaran que esa preocupación es sobre todo cosa del PP y del PSOE. Y así tiene todo mucha más lógica. Al fin y al cabo la monarquía o monocracia y la partidocracia o partidoarquía se retroalimentan simbióticamente y se convierten en el engañabobos de esta democracia plastificada que "disfrutamos" y, sobre todo, sufrimos.

En un país donde la gente se suicida porque se ha quedado sin trabajo, sin atención médica y sin casa, lo que opinen en el extranjero de cualquier lío, imputación o penalización de infantas, infantes, príncipes, princesas, sus papás y demás apósitos adhesivos dinásticos, es una simple noticia digna de un programa de cotilleo televisivo. Nada más. A los españoles las únicas noticias que les interesarian al respecto serían las que anunciasen el fin de la monarquía que se lleva no sólo el 0'9 del PIB, sino también lo que puede afanar mientras se lo permita una constitución fuera de tiesto y de tiempo.
Como dice hoy Iñaki Gabilondo en su video, la justicia denuncia, imputa, señala y si puede y la dejan, castiga los delitos, pero eso significa muy poco en realidad si la sociedad no se sacude de encima este modelo de constitución sin sentido alguno; en su momento ayudó a salir del túnel, pero ya no sirve como guía institucional en unos tiempos completamente distintos. ¿Quién sigue lavando en lavaderos públicos? ¿Quién sigue cocinando con carbón vegetal y calentándose con braseros de picón bajo la mesa camilla? ¿Cómo es posible que en un mundo donde las redes informáticas nos desvelan toda la basura oculta bajo las alfombras imperiales, por miedo se siga manteniendo "la calma" y se siga esperando " a ver que pasa", a ver qué deciden los que sólo se dedican a vivir de la incertidumbre de los pueblos y la ciudadanía? ¿Cómo van a mover pieza los que han diseñado el ajedrez para dar jaque mate por inmovilidad? ¿Alguien cree que si los franceses no se hubiesen movido en su día, Francia sería el país que es hoy? Con la ventaja a nuestro favor de que ahora el cambio no sería cruento ni terrible, como lo hubiese sido en el pasado, sino una sustitución civilizada de un sistema momificado por un sistema vivo. El rey y su familia no nos molestan como personas, ni tenemos nada contra ellos; es el rol que dempeñan en la sociedad lo que ha caducado. Y esa caducidad acompaña a la constitución que les adjudicó el papelón de representarnos sin que nosotros nos sintamos representados ni deseemos que se nos represente sin nuestro permiso, por medio de unas conductas impropias, dobles, falsas, hipócritas , amorales y sinónimo de lucro absoluto. Un modo de ser y estar que marca "estilo" en el tejido corrupto. ¿Cómo pensar que la corrupción no es un mal endémico en las institucines si el propio rey y su entorno están enfangados hasta el cuello? Aunque la infanta fuese inocente y Urdangarín un santo canonizable, los elefantes, las corinnas, las juergas y la irresponsabilidad de un anciano inmaduro y frívolo, al que se obliga a pedir disculpas a la fuerza en público por hacer lo que le da la gana en los peores momentos de su teórico país, y con los dineros públicos, que le pagan nuestros impuestos y el pastón que nos cuesta mantenerle el cuerpo de jota, serían motivos más que suficientes para hacernos reaccionar. Y en vez de eso se persiguen militares que no se sienten representados por su malestad . Eso es lo que molesta, preocupa y enfada a los españoles.

 Lo que se opine en el extranjero de esa vergonzante "marca España" es peccata minuta, comparado con lo que hay que soportar cada día y no sólo por causa de la realeza, sino también por causa del gobierno, la oposición, la ley electoral y los partidos que tampoco han encontrado el Norte, sino el cohecho como estrategia, el sobre como divisa y la misma amoralidad prevaricadora que los duques apócrifos. Los partidos expertos en el lanzamiento mutuo de basura. Políticos que, como Consuelo Císcar, Camps, Feijoó y Rajoy, confraternizan alegremente con el mafias chino, con el DonVito autóctono , con el narco paisano o con el Bárcenas aborigen, "sin saber lo que hacen. Políticos desmanteladores del sector público a favor de sus propios bolsillos, subvencionados por nuestros impuestos hasta para pagarse clases de tenis, o el negocio de los ERES andaluces con sindicalistas que luego chillan en la calle y asaltan supermercados como si fuesen Curro Jiménez.
Todo este retablo de maravillas no sería posible con una Constitución inteligente y adecuada, un jefe de Estado impecable, con un poder legislativo, un gobierno y unas leyes verdaderamente a la altura de las necesidades del país. No se pueden recolectar mangos donde se siembran repollos, ni rosas donde se plantan melones. Y mucho menos se puede esperar que fructifique una tierra sin cultivar, que la educación no ha roturado, que la cultra no ha arado , que el ejemplo no ha sembrado, que la inteligencia y la ética no han regado y que la justicia y la honestidad no han ido despejando de malas hierbas, que no son personas, sino manías ideológicas, beatas, atávicas y cerriles, estructuras letales de poder y programaciones primitivas disfrazadas de "tradición", de "casticismo", de "raíces", de "religiosidad" y de "lo nuestro".

¿Cómo podría preocuparnos un problema de imagen internacional si ni siquiera somos capaces de sanear la cloaca que apesta desde dentro? Al fin y al cabo en el extranjero sólo se conocen detalles anecdóticos. El verdadero marrón que nos agobia es lo que nos debería importar sobre todo lo demás. Pero ¿hay conciencia de que ese marrón es de todos y de que existe porque entre todos lo permitimos? Lo más cómodo es echar la culpa a la infanta, a los corruptos y demás hierbas aromáticas. Pero si ellos están ahí es porque se lo consentimos y no nos movemos lo suficiente para hacer que se vayan y porque muchísimos de nosotros no estamos muy seguros de que aprovecharse de los chollos públicos que se dan en la bandeja del poder no sea una virtud y una habilidad encomiable, en vez de un de un gravísimo e imperdonable delito.

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