El traje nuevo del rey
por David Torres (Público)
Lo más sorprendente de las revelaciones de Wikileaks sobre el
rey es que no nos sorprenden. En cualquier otro país se descubre que el
futuro jefe del Estado trabajaba de correveidile y de chivato al
servicio de una potencia extranjera y se caga la perra. Se resquebrajan
los muros del poder, se caen hasta los palos del sombrajo, se descoyunta
el eje terrestre, arde Troya. Aquí eso no nos pilla de nuevas porque ya
habíamos visto a Juan Carlos yendo y viniendo entre jeques árabes,
banqueros engominados, princesas de pega, osos ebrios y elefantes de
todos los colores.
Un español es un señor que ya lo ha visto todo, hasta al príncipe de
todas las Españas llevándole un café a Kissinger. Un español entra a un
bar, se sienta en el taburete, apoya los codos en la barra y soporta el
tonelaje inmenso de la realidad como el que oye llover. Entonces abre el
periódico y la actualidad, respetuosamente, le orina encima.
Un presidente del gobierno que se aparece a través del UHF. Un ex
tesorero que juega al mus con la justicia. Una ministra a la que le
crecen deportivos en el garaje. Un conductor homicida promocionado a
patadas hacia arriba. Un yerno olímpico que confundía las arcas públicas
con su propio bolsillo. Un presidente autonómico en una foto de
recuerdo sonriendo junto a un narcotraficante. Una amiga íntima del
monarca que trapicheaba secretos de estado por el extranjero y a la que
pagamos a escote la reforma de su residencia en El Pardo. Y ahora, para
rematar la faena, un borbón al servicio de la Casa Blanca en plena
crisis con Marruecos. Ponme otro carajillo, Manolo, que invito yo.
En España no hay monumento al soldado desconocido porque aquí nos
conocemos todos. La frase está atribuida al conde de Romanones, que
sabía más por español que por aristócrata. Pero lo sorprendente, repito,
es que no pase nada, que nadie diga nada. Aquí el rey se pega un
planchazo de boca contra el cemento y saltan diez periodistas diciendo
que no, que se ha puesto a hacer flexiones. Llevan ya tantas décadas de
adulación bajo la bota que tienen la lengua adormecida de tanto lamer
suelas.
Con la exclusiva de Público, el rey ha quedado más campechano que
nunca. Le han hecho un traje que le sienta como su misma piel: no falta
ni una prenda que quitar, ni una coma que poner. Desnudo de la corona a
los pies pero, igual que en aquel bonito cuento para niños, todos los
cortesanos comentan lo bien que le sienta la vestimenta, lo regio que va
en pelota viva por ahí.
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