lunes, 22 de abril de 2013

Las trampas del "ayer" que no permiten ver el Hoy

Que mal rollo es no atreverse a crecer. El empeño en quedarse enanos y encogidos toda la vida prisioneros del recuerdo. 
Una cosa es la memoria necesaria e imprescindible. Y otra la incapacidad absoluta para salir de la ratonera y de las redes tramposas del tiempo. Para superar lo obsoleto y/o lo que puede representar una cárcel para el justo avance de la madurez.
Conocí a un profesor de Filosofía al que dieron la baja definitiva porque no podía olvidar ni un solo detalle de lo que había estudiado y de lo que había vivido. Se había vuelto loco. Su presente era el trastero y el desván de todo el pasado. Y el pobre hombre no distinguía lo que le pasó cuando tenía cuatro años de lo que le estaba pasando a los cuarenta y cinco. Ni los textos de Rousseau de los de Ortega y Gasset. Era un ar-chivo explicatorio de memorias inconexas. La sana capacidad para el olvido es salud y la incapacidad para olvidar y desactivar emociones en le recuerdo, una enfermedad, como la avaricia del que vive acumulando objetos y pertenencias en  perpetuo síndrome de Diógenes.

Para quienes no son capaces de vivir el presente, soltar las cadenas del pasado es una especie de infidelidad apócrifa, que realmente es el mayor obstáculo para seguir evolucionando libres y sin trabas inútiles ni ataduras inservibles e, incluso, perjudiciales para el desarrollo y el crecimiento personal. Para la salud psicoemocional y social. Es el mantra miedoso que tantas veces hemos escuchado: "Con Franco esto no pasaba". En efecto -pensamos inmediatamente- con Franco no pasaba nada. Nunca. Todo lo que pasaba era él. El resto de los mortales era una insignificancia. Suele ocurrir en las dictaduras. El personaje-emblema eclipsa todo lo que no es él mismo. 
Cuando se dice nazismo, todos piensan en Hitler, cuando se dice fascismo, en Mussolini, cuando se dice caudillo, en Franco. Cuando se dice comunismo, todos piensan en Stalin y evidentemente, eso es el triunfo postmortem de la aberración histórica. 
En la perversión  de la memoria colectiva, inducida por el miedo y trastornada por el terror y el vértigo de asumirse como individuo independiente y sin cadenas egocéntrico-ideológicas, se borran los nombres de las víctimas y se exalta el nombre del tirano que las sacrificó. Es el protocolo de la masa. El rito de quienes no se saben capaces de iniciar nuevos tiempos y nueva conciencia, porque se quedan enganachados del paradigma-patrón. De ese "padre" freudiano que no son capaces de superar en su miedo a no ser nada sin alguna atadura que les recuerde que están ligados a algo superior a ellos que les da sentido y un porqué. 

Por ejemplo, es el síndrome de la viuda jovencísima de un prócer o de un estrello de la quinta de Matusalén. De la muchacha mediocre y trepa que se deslumbró en su adolescencia ante un anciano famoso y brillante al que ayudó a soportar los años más decadentes y tristes, mientras ella encontraba la estabilidad y el reconocimiento social a la sombra del famoseo. Las nietas incestuosas que acompañan al abuelo en sus últimas voluntades. Cuando aquél desaparece, se convierten en plañideras del recuerdo; en pulidoras de fotos y legados; no hacen nada por sí mismas nunca más, dedican el resto de sus vidas a cultivar el brillo social y el testamento del desaparecido, de modo que sería impensable reconcerlas sin el vínculo con el muerto ilustre. Pues ese mismo ejemplo valga para la sociedad española y sus tics, que sigue prisionera de los fantasmas heredados. Con el agravante de que no es ninguna Lolita acomplejada que se aferra al mascarón de proa para no hundirse en el mar del anonimato. No. Es una sociedad que ha envejecido sin madurar aferrada al paternalismo de figuras y modos del pasado y no deja crecer a quienes no conocieron el "esplendor" del ayer. Más falso que los euros de plástico, pero lo único que han conocido como "seguridad" y "certeza". Así los define Antonio Machado: Ese hombre no es de ayer ni es de mañana/sino de nunca, de la cepa hispana./ No es el fruto maduro ni podrido/ es una fruta vana/ de aquella España que pasó y no ha sido/ de ésa que hoy tiene la cabeza cana.

Lo mismo ocurre con el lastre católico. Exactamente. O con la ilusión de la ideología política que nunca se realiza, porque cuando llega al poder le pasa como a Grillo, el clawn italiano: se convierte en dictadura y falacia "purista", intransigente y tan manipulable y personalista como cualquier tiranía al uso. Y aún peor que aquello que tanto combatía antes de subirse al burro del poder, porque ni siqueira es capaz de escuchar ni apreciar lo que no viene de sí mismo. Por no hablar del peperismo español o del socialismo pesoísta descafeinado y vacuo que se le opone -salvo casos como la parte sana de Andalucía, Bono o Patxi López- . 

Si se vive de las "rentas" del pasado, del recuerdo magnificado y falseado por la visión mediocre que se tiene de lo que acompleja y minimiza los egos enanos, nunca se sale del bucle. Y la historia se repite con una monotonía indeleble e insuperable. Nunca cambia nada. Los muertos se convierten en totems y en negocio; se reeditan, se rediviven, en forma de oferta editorial o recordatoria. Pasa muchísimo también con las reelecturas de la Segunda República Española, que se veneran como un evangelio perfecto e intocable. Se habla sobre ellos, se escribe sobre ellos. Pero nunca se hace lo que ellos propusieron, porque no se comprende, sólo se repite como lo hacen los loros y cacatúas. Todo decae, se deteriora y se pudre, después de fermentar. Entonces la reacción ante del desgaste sin solución, es radicalizarse. Asustarse. Cerrarse en banda. Endurecerse y anquilosarse. "Tomar medidas contundentes" y vivir a la defensiva de cualquier innovación que sobrepase las expectativas de la mediocridad y del desconchado permanente de la inteligencia. El miedo congela las ideas y apaga el fuego del ingenio. La sociedad se queda inerme en manos de la tocinidad garbanza cocinando un cocido incomible de siglo en siglo. Racio y sin alimento.
Los que podrían aportar la frescura del cambio, dan miedo o risa. Se ningunean y muchos se van a otros lugares donde se aprecia y valora lo que son capaces de hacer.  Si además esa adinamia endémica coincide con una crisis global del sistema, ya la cosa desborda todos los pronósticos. No hay talentos a los que creer porque no existe la capacidad para distinguirlos de lo mediocre, juzgón, envidioso y cretino, que es el habitat "lógico" del ensamblaje social contra natura que se soporta por costumbre hasta convertirlo en "lo nuestro", en el "somos así", "Spanish is different", et, etc...

El pasado tiene un valor inolvidable: el aprendizaje que nos modifica y nos va abriendo al horizonte de la libertad responsable de elección. Esa experiencia que nos enseña a distinguir lo que hay que conservar de lo que hay que olvidar y no volver a repetir para poder sobrevivir sanamente. Y crecer . Y avanzar. Fuera de ello, hay que saber pasar las páginas para poder leer la obra completa y seguir con los libros nuevos del presente para poder ir escribiendo los del futuro.

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