Juan Carlos I, republicano del año
Por J.José Téllez
Llega tarde Esperanza Oña, alcaldesa del Partido Popular de
Fuengirola y una de las presuntas aspirantes a la vacante que cotidiana
rebela Juan Ignacio Zoido al frente de la presidencia andaluza de dicho
partido. De nada sirve que intente reconvertir en su ayuntamiento la
histórica efeméride del 14 de abril en el Día del Perro. A la República,
en tiempos como los que corren, se le recuerda todos los días y sin
necesidad de almanaques. Y quizá sea porque Juan Carlos I y su entorno
se estén haciendo merecedores al título de republicanos del año. Desde
que volvió de la cacería de elefantes, las escopetas de la opinión
pública se volvieron precipitadamente hacia su corona.
Liquidada las supercherías que fijaban el origen divino de los reyes,
a la monarquía parlamentaria sólo le asistía un contradiós, la de
igualdad de todos ante la ley. Cuando Juan Carlos de Borbón se convirtió
en el primer monarca español en visitar La Habana, las autoridades
cubanas le mostraron el trono que Eusebio Leal guarda celosamente en el
Palacio de los Gobernadores. Se construyó para Fernando VII, pero El
Deseado no lo usó nunca, máxime cuando lo primero que hizo fue abolir
aquella primera Constitución de Cádiz que pretendía amparar a los
“españoles de ambos hemisferios”. Cuando nuestro actual Jefe de Estado
fue invitado a sentarse allí, repuso sensatamente que no podía hacerlo,
porque la soberanía la compartía con cuarenta millones de españoles.
Buena parte de ese padrón español se está dando cuenta que por mucha
soberanía compartida, las desigualdades ante la ley son tan flagrantes
que La Zarzuela corre el riesgo de convertirse en ópera bufa. El último
episodio de esa profunda raya divisoria entre la Casa Real y el resto de
los domicilios de este país se ha vivido con la suspensión inicial de
la comparecencia de la Infanta Cristina como imputada por el Caso Noos.
Tampoco olvidemos, sin embargo, la pretensión de que Palacio se someta a
la futura Ley de Transparencia, ma non troppo, como un hasta aquí puedo
leer de aquella memorable Mayra Gómez Kemp en el Un, dos, tres de
nuestra infancia democrática.
Acaba de cumplirse el primer aniversario del célebre escándalo real
en Africa. La ola de indignación que desató su cacería de elefantes no
obedeció a la discutible simpatía de la españolidad por la protección de
animales, ni a la extrañeza de que Su Majestad viajase a Africa de la
mano de una señora que no era su legítima. La ira pública se sustentaba
en una pregunta capciosa, la de cómo aquel tipo campechano que hablaba a
sus súbditos de austeridad y sacrificio en los mensajes de fin de año,
se embarcaba en un safari cuya valoración en el mercado oscila entre
7.000 y 30.000 euros. Dicha suma, en tiempos de estrecheces, venía a
sumarse, valga la redundancia, al hecho de que a los presupuestos reales
sólo le recortasen un piadoso 7 por ciento; una quita que
probablemente, como supimos luego, no afectaría a la célebre herencia de
Don Juan que todavía ignoramos si sigue depositada en un banco suizo.
Quizá por todo ello el viaje solidario a Tanzania que protagonizó la
infanta Cristina a finales de año se nos antoje ahora como una mueca
grotesca: una burla al sentido común, si se tiene en cuenta que la
esposa de Iñaki Urdangarín sigue a punto de sentarse como imputada –a
poco que la Audiencia resuelva este asunto con sensatez– por su supuesta
implicación en un caso de dinero negro, muy alejado de su habitual y
entrañable apariencia de jipipija con la que tanto simpatizábamos.
¿Iguales ante la ley cuando la imagen de la Casa Real sigue estando
tan protegida del resto de los mortales como para que una simple
caricatura supusiera en 2007 el secuestro de la revista El Jueves y la
imposición de 3000 euros de multa a sus autores? Y no se trataba
entonces de jugar con la intimidad de los príncipes, como ahora pretende
un libro a punto de salir –y cuyo autor y editorial silencio
intencionadamente–, que juega abiertamente con la privacidad de Letizia
Ortiz. ¿Iguales ante la ley cuando la Ley Sálica sigue chocando
frontalmente con la ley de Igualdad o cuando, por ponernos estupendos
como Max Estrella, tanto ellos como el presidente del Gobierno siguen
viviendo en formidables palacios en la España de los desahucios y de los
sintecho?
Ante esa perdida flagrante de glamour democrático, incluso los
monárquicos le piden al Rey que abdique, en un intento último de salvar
la institución. Saben que sólo un relevo podría salvar in extremis esa
ola de republicanismo que nos invade y que ya alcanza incluso a aquella
derecha que en cierta forma es la heredera ideológica de quienes
sostenían durante la transición y aunque fuera en privado que el Borbón
había traicionado al Caudillo, cuyos crímenes por cierto sigue tampoco
sin poder investigar la justicia.
Aquellos que siempre entendimos que la sangre azul no está registrada
en la cadena genética de la libertad, la igualdad y la fraternidad,
siempre fuimos republicanos por motivos éticos. Ahora, decididamente,
también creemos que es lo más práctico. Y que, sencillamente, resulta
inevitable. España no era monárquica sino juancarlista y está dejando de
ser ambas cosas.
Así que, en vísperas del 14 de Abril, Día del Perro en Fuengirona,
preparémosnos para la Tercera República. Pero hagámoslo bien.
Agradezcamos al ciudadano Juan Carlos de Borbón los servicios prestados
al país, que hubo muchos. Incluso en sus más recientes días del reinado,
resulta estimulante su decidida contribución a devolverle el morado a
nuestra bandera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario