Esta semana nos han dejado personas muy conocidas. Bigas Luna, Thatcher, Sara Montiel y José Luis Sampedro. Un variopinto muestrario de conductas y formas de entender la vida y la esencia. Porque vivir y ser no siempre coincide. Por desgracia todavía "vivir" se identifica más con vegetar, reaccionar y "sentir" en plan periférico, que con SER y hacerse consciente de la propia "seridad", que es la de todos, o sea, el amor en estado permanente, en medio de los cambios naturales e imprescindibles -que nada tienen que ver con los cambios de humores, manías intermitentes y caprichos varios- aunque no todos lo experimentan ni lo acaban de entender. Pero de algún modo todos lo intuimos y aspiramos a que la "seridad" nos llene el rincón más inaccesible de nuestra estructura humana. Le llamamos felicidad. Libertad plena. Conciencia despierta. Autonomía solidaria. Realización esencial o iluminación. Y mil cosas más. Los creyentes le llaman "encuentro con Dios", como si fuese posible que las gotas de agua que componen las olas puedan "encontrar" la sal... o que el perfume busque y encuentre su origen, que la luz no encuentre sus haces y rayos...o que la lluvia se vuelva loca buscando su nube y los copos su nieve...La "seridad" es el cemento vital que nos revela la unidad que somos y en la que existimos. Quienes lo han rozado o descubierto en esta vida no "mueren" aunque se vayan. Y los que no lo descubren están vivos a medias aunque no estén muertos... todavía.
A los que se marchan se les puede echar de menos o echar de más. Eso depende de los frutos que hayan cultivado y dejado a su alrededor mientras estuvieron por aquí.
Echando un vistazo a las señales de cada viajero vital que nos ha abandonado en estos días, podremos mirar de paso dentro de cada uno de nosotros, a ver que nos ha quedado de cada uno de ellos. Como siempre no hay recetas ni reglas de juicio. Y voy a implicarme yo también.
Bigas Luna. Le conozco poquísimo. A penas sé nada de su vida ni de su pensamiento, ni de su persona. Tampoco he tenido curiosidad hacia su mundo, es cierto. No he visto sus películas. Tampoco me avergüenzo por ello. Me gusta el cine con cuentagotas. Me gusta mucho cuando me atrae y me conmueve; no lo veo como espectáculo, sino como espejo y caja de resonancias. Y no sabría decir porqué "la luna" de Bigas no era un espejo en el que mi ignorancia cenéfila deseara proyectarse. "Las edades Lulú" no eran un reclamo para mi interés. Bastante tengo con mis edades particulares como para meter las narices en la cronoteca del prójimo. Cotillear a la pobre Lulú desde la oscuridad de una sala de cine, camuflada de espía, me hubiera sabido fatal. En cuanto al Jamón, jamón, sólo puedo decir, con todo el respeto del mundo, que soy vegetariana. Con eso basta. Por lo tanto, salvo una mirada cariñosa al alma del finado y un deseo de que en otros planos le vaya muy bien, no tengo nada más que aportar.
Thatcher es otra historia. La verdad es que a ella, reconozco que se la he tenido jurada desde que la vi pelar la pava y marcarse la cumparsita -contubernio con Reagan a espaldas de Nancy, no la muñeca, sino la mujer del inenarrable y hortera cawboy presidencial. Desde que esas cucamonas entre los dos empezaron a trastornar el mundo que tanto trabajo estaba costando a mi generación adecentar y limpiar de basura injusta, guerrera, abusona e indecente, le empecé a tener manía. No digo nada cuando declaró la guerra a los argentinos para conservar el honor patrio de las Malvinas con sus focas, leones marinos y hielos casi perpetuos. Con ese mantenella y no enmendalla de la Commonwealth, que es una especie muy rentable de imperio territorial bajo la batuta cada vez más desnortada de la corona británica. El Gibraltar de los argentinos. Inglaterra entiende así la historia: a quien la guerra se la dé, el poderío urbi et orbe, se la bendiga; da igual que no haya nada que ver, ni cultura ni lengua que compartir, ni empresas conjuntas que gestionar. Donde el inglés imperial puso su zarpa, no cabe otra cosa. Y la Thatcher era la nave insignia de la escuadra depredator que encontró en Reagan su alma gemela y complementaria. A él le cayó el touche del payaso a sueldo del capital internacional y a ella, el glamour de la coraza: Margarita y su honor de brigadier. Un poema épico sin pizca de encanto ni de tirón. Pero con una mala leche del quince que se cargó sin remordimiento ni considerción alguna, el prestigioso y solidario sindicalismo inglés para derivar en la sociedad británica amarillenta y cursi como siempre, pero resignada a lo peor, y rezando para que las cosas no se estropeasen más. Que tenga una buena travesía en su fragata todo terreno. Y que no le vaya en el más allá tan mal como, por su causa, le fue, y sigue yendo,a tanta gente en este plano de la existencia. Como mi padre diría, si estuviese aquí:"Que Dios la eche por donde no haga más daño y tanto descanso lleve al otro mundo como deja en éste"
Sara Montiel. Sarita. Como le decían cuando yo era chica y ella un pimpollo treintañero, que es cuando recuerdo haberla descubierto con "La violetera" y "Fumando espero" en el último cuplé. Muy artificial y forzada en sus papelones de pícara y sexappeal para las generaciones de los cincuenta, sesenta y setenta, con sus maridos de quita y pon cuando en España nadie se separaba y mucho menos se recasaba, por dos y tres veces seguidas ni alternas, y sin encomendarse a nadie. Frescachona, irreverente y casposa. Muy casposa y recosida en los últimos veintenios. Hijos adoptivos, casas barrocas-rococó, espectáculos que nunca vi, pero que se anunciaban por todas partes con los mismos comentarios de fondo "pero esta mujer no para con la edad que tiene", "ya, pero es que es un puro pespunte, el otro día la vi de costado en el programa de Sardá y tenía un costurón detrás del cuello, de oreja a oreja". "Sí, dicen que entre los estiramietos de todas las folklóricas, se puede tapizar el Palas". Era su glamour. Pero seguramente dentro de su alma, esa mujer,que nació en La Mancha, como yo misma, y que para sobrevivir en la postguerra tuvo que hacer de todo, lidiando con su belleza para no caer en lo peor, ha guardado dolores que nunca contó a la prensa rosa. Lo llevaba impreso en su voz ronca y gastada por la soledad, y en los ojos cansados de ver lo que no hubiesen querido ver jamás. A ella le hubiese gustado casarse con Miguel Mihura, que hubera podido ser su padre, sentirse querida y querer a un hombre inteligente, honesto y bueno, ser madre de verdad y no de adopción y poder salir cada mañana a comprar el pan por la calle mayor de Campo de Criptana, su pueblo. Y cantar cuplés en las fiestas patronales y pasodobles en la verbena, por la noche, bajo bombillas de colores y olor a pisto, a perrunillas y a pestiños. Y que todo el mundo la llamase La Antonia.
Seguro que ahora está como una reina, sentada en la antesala del cielo, junto a Miguel Mihura y a su querido Pepe Tous.
La estrella de este catálogo de seres en transición, es mi admirado y querido profesor de decencia,ética y belleza humana: José Luis Sampedro. El sabio. El hombre lúcido. El narrador del alma. El hombre de bien. Mi primer recuerdo de su existencia viene del Instituto. Estudiaba sexto de bachiller y en un dictado nos pusieron en clase un texto de su novela "El río que nos lleva". Cuando salimos del aula le pregunté al profesor de Literatura de quién era el texto, porque me había encantado. Y me dijo ese nombre que nunca olvidé. A lo largo de los años le fui descubriendo no sólo como novelista sino como pensador y hombre de conciencia. Una de las conciencas más despiertas, junto a López Aranguren y Julián Marías, que se podía encontrar en la España de los sesenta, setenta y ochenta. Los "viejos profesores", de los que también compartían denomindación de origen García Calvo y Tierno Galván. Un profesor de Clásicas y un jurista.
Más tarde me llevé una sorpresa encantadora: mi amiga y compañera de aventuras literarias y radiofónicas, confidencias y militancias, Olga Lucas y él se encontraron un verano, creo que era el 97, en un balneario a donde Olga fue a pasar unos días, animada por mí....y desde entonces no se han separado nunca. Tampoco creo que el viaje de José Luis les separe. Ambos son dos piezas fundamentales del mismo engranaje cósmico. El matrimonio verdadero. Alquímico. Y nada, nada, les separará nunca. Tanta bondad y tanta inteligencia, tanta creatividad y además, por duplicado, no tienen solución de continuidad.
A Jose Luis le imagino sentado en un banco en el balneario del séptimo cielo y mirando en la pantalla del arcoiris los reportajes sobre el 15M y escribiendo para Olga abrazos infinitos en el chat de la eternidad.
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