martes, 1 de diciembre de 2020

Estas reflexiones de Llamazares son acertadísimas en este momento, en el que los pueblos y la ciudadanía corren el riesgo de ser abducidos por los populismos. Lo de Podemos contra Adelante Andalucía debería alertarnos como sociedad democrática que elige a sus representantes para que sirvan al bien común, no para que utilicen a los pueblos para sus intereses de partido, en plan peronista. Gracias a Llamazares y a Cuarto Poder


Partidos digitales y democracia parlamentaria

Recientemente una buena parte de los partidos políticos, incluyendo a los nuevos partidos populistas y a los partidos tradicionales, se han puesto de acuerdo en una sustancial ampliación de la definición y del ámbito de aplicación del llamado pacto antitransfuguismo. Probablemente una de las contadas y sorprendentes excepciones de unidad a la regla de la polarización política típica del periodo populista en que nos encontramos.

Los antecedentes de lo que se conoce ya como Adenda III al pacto antitransfuguismo están en el conflicto vivido en el parlamento andaluz en el grupo parlamentario de la coalición Adelante Andalucía, como consecuencia de la ruptura entre Teresa Rodríguez y la dirección de Unidas Podemos. Sin embargo, tampoco se entendería al margen de los recientes congresos de Ciudadanos y de la asamblea de Podemos y Vox, donde se consolida el modelo personalista del nuevo partido populista, el carácter monolítico de sus direcciones y el tratamiento estatutario de la pluralidad, tanto política como territorial, como la disidencia. Algo que también se ha extendido al funcionamiento de los partidos tradicionales y a su relación con sus respectivos grupos parlamentarios, sensibilidades internas y organizaciones territoriales. De hecho ya no se puede hablar de partidos de masas, ni siquiera de cuadros o de partidos contenedor, nos encontramos ante un nuevo modelo de partido como guardia personal y parte necesaria de la política de consumo digital.

La mencionada Adenda no es sólo una vuelta de tuerca más al pacto de caballeros frente al transfuguismo que había venido operando, sobre todo en el ámbito local, hasta ahora. El nuevo pacto es un salto cualitativo que amplía el calificativo de tránsfuga a lo que determine la dirección del partido respectivo, más allá incluso de la usurpación de siglas o de la disidencia, sino que además pretende trasladar la deriva de control y sancionadora de las minorías de los actuales estatutos más allá de los partidos, pasando por encima de la autonomía de los grupos parlamentarios. Por si esto fuera poco, aspira a convertirse en un marco interpretativo por encima de las leyes y reglamentos que regulan el funcionamiento de los parlamentos y los procesos electorales. Ahí es nada.

Sin lugar a dudas, nos encontramos ante una extralimitación y un ejercicio de autoritarismo sin precedentes, que como voluntad del partido pretende cerrar el paso a las consecuencias de la crisis de los proyectos políticos y al riesgo de nueva competencia parlamentaria y electoral en tiempos populistas.

Esta medida mal denominada "anti-transfuguismo" supone un rechazo de la democracia material y de la cultura cívico política que es la materia oscura que conforma la democracia representativa. Utilizando despóticamente la apariencia de formalidad democrática se pretende anular el parlamento, sede central y pieza fundamental de la democracia representativa.

Porque el parlamentarismo y la democracia representativa presentan riesgos: el riesgo de la disidencia, del personalismo, incluso de la traición. Lo que hay que entender es que ese riesgo es parte consustancial de la libertad democrático representativa, no se puede evitar. La destrucción del parlamentarismo es el objetivo a alcanzar por parte del pensamiento denominado anti-régimen y del pensamiento populista que avanza intelectualmente. Lo peor de este pensamiento es que ofrece una servidumbre de paso a los postulados intelectuales de la extrema derecha.

Porque el parlamento es controlable por la sociedad. Y sus carencias se solucionan con más y mejor parlamentarismo. ¿Son los partidos controlables por la sociedad? No tanto. Los partidos son piezas esenciales e insustituibles de la democracia representativa, son elementos sin los cuales no existe esa democracia, no abogamos por una democracia sin partidos, esto es otro mito totalitario y muy del agrado de las clases altas. Lo que decimos es que el partido tiene que, como todo en la democracia representativa, tener límites. Todo lo que hace crecer la cultura material de la democracia representativa puede destruirla, por eso, este es un sistema de límites. La libertad de prensa puede destruirla, los partidos pueden destruirla, los parlamentos, los ejecutivos, los jueces, entonces la fórmula no es someter unos ámbitos a otros sino que todos se limiten entre sí mediante el arbitrio de la Ley Constitucional. Ninguno de ellos es sometible sin dañar el conjunto. Hay que entender que los fallos del sistema democrático son parte del indispensable sistema que, claro, tienen que ser paliados pero nunca podrán eliminarlos porque hacerlo supondría pérdida de libertad. La búsqueda de la perfección es siempre totalitaria. Que exista la posibilidad de que los diputados y diputadas puedan alejarse de su partido es esencial para la democracia. El partido tendrá que esforzarse en gestionar esas situaciones, no en hacerlas desaparecer. Tampoco se debe unificar toda diferencia, incluso la muy problemática, bajo una misma categoría de transfuguismo. La categorización de toda disidencia como transfuguismo es una práctica totalitaria. Las contradicciones con los parlamentarios pueden ser groseras, injustas con el partido que los nombró, malas, oportunistas o gratuitas, que pueden ser muy criticables por una sociedad que ya tendrá ocasión de enjuiciar los hechos en las elecciones. Lo importante en la definición de democracia es que estas prácticas no son disfuncionales, antes al contrario, esa posibilidad de contradicción y conflicto es necesaria para la salud de la democracia. Incluso que puedan darse tránsfugas, y que de hecho se den, es un síntoma de salud del sistema general aunque tengamos que luchar por contener esta pésima práctica. No confundamos la salud general del sistema con las condiciones particulares de cada caso concreto. El transfuguismo corrupto nunca debe ser evitado, debe ser castigado. Si se quiere evitar se elimina la libertad. Tampoco el periodismo corrupto podrá nunca ser evitado, hay que hacerlo visible y denunciarlo pero nunca pretender interferir ex ante. Toda actuación ex ante sobre las condiciones de posibilidad de la democracia acaba pudriendo el sistema.

En definitiva, parecería que sus anteriores coaligados pretendiesen administrar a Teresa Rodriguez una dosis su propia medicina. Digo esto porque ambas partes, ahora en litigio, forman parte de un pensamiento alternativo a lo que define la democracia representativa, que no es otra cosa que el reconocimiento del pluralismo y el pacto, también el interno. Ese pensamiento ha incentivado el desarrollo de un pensamiento de devaluación de las instituciones y en particular del parlamento. Como era de esperar, el proyecto populista anti- Transición-Constitución o anti-régimen se ha roto y ahora, al parecer, las instituciones sí son importantes para el desarrollo de los partidos, de manera que unos tratan de evitar que los otros disfruten de aquellas condiciones y recursos públicos que hacen funcionar a la democracia y que antes eran descalificados como instrumentos de la casta.

Este pensamiento contrario a la política y al pacto en democracia puede ser rastreado desde el inicio mismo del conglomerado populista compartido entre otros por Podemos y es la matriz desde la que surgen todos los criterios que ahora se están aplicando para que pueda pervivir su estructura orgánica. Tan antipluralista ha sido el movimiento de Podemos y sus círculos como este intento de sacralizar el partido a fuerza de blindar los mecanismos de la democracia formal. Ambas son expresiones de esa nueva cultura política y cívica populista ajena a la cultura de la democracia representativa. El ataque, antes y ahora, es a la cultura pluralista, a la sustancia de la democracia representativa. Ahora tratan de instrumentalizar en su favor la democracia formal, cuya utilización puede como se ve llegar a ser tiránica.

Su impugnación de la política no entiende que los fallos de la democracia representativa lo son de su funcionamiento y no principalmente provocados por los agentes y personas que ocupan las responsabilidades. Los fallos de la democracia no los provoca la mala voluntad, ni la falta de ética o moral, ni el ánimo de robar a ese sujeto mítico llamado pueblo. Son fallos que residen en la estructura y desarrollo institucional de la democracia representativa, cuya corrección hay que abordar desde la propia lógica de la democracia representativa, no hay que abandonar la categoría porque fuera de ella no hay nada. O lo hay, pero sin duda es mucho peor.

Tampoco comparten que además de esas estructuras que hay que corregir, insisto desde dentro la misma categoría, también hay que desarrollar la democracia material que en resumidas cuentas y de una forma muy elemental podríamos definir como cultura de pacto, acuerdo, pluralidad o sea la gestión de la diferencia, la imperfección y la disidencia. Esta nueva política populista se sitúa fuera de la categoría de la democracia representativa y la impugna radicalmente desde otros paradigmas míticos: la democracia real, directa, popular, en definitiva una democracia sin disidencia, ya que no tolera conceptualmente esta idea. Al ser todo construcciones míticas, todos esos conceptos quedan esterilizados al situarse Podemos dentro de las principales instituciones y, entonces, empieza la gran debacle producida por efecto de la realidad: en primer lugar las personas de Podemos son como las demás y, por tanto, no crean nueva política sino que caen en las mismas contradicciones. En segundo lugar, al rechazar la democracia representativa no pueden mejorarla ni agotarla, no la comparten ni la entienden. Al no entenderla no alimentan la democracia material y por tanto los déficit de antes persisten y las contradicciones aumentan.

Ahora Podemos (desgajado ya a su derecha e izquierda) se aferra a un oportunismo izquierdista que utiliza categorías políticas periclitadas y todas ellas nocivas para la democracia parlamentaria para sostenerse en las instituciones. En su caso la disidencia es un problema porque son un conjunto multi-ideológico que se irá desmembrando a medida que la realidad los haga avanzar en una dirección que no puede satisfacer a toda esa amalgama o a medida que la decepción con los mitos hagan que existan personas que quieran recuperar los discursos iniciales. Luego Podemos conceptualmente no puede soportar un parlamentarismo convencional ni mucho menos uno mejorado. La derecha se apunta a esto de una manera entusiasta por razones evidentes: la democracia censitaria sería mucho más de su agrado pero se contentan con el debilitamiento de la democracia vía partido.

El proyecto Podemos supone un retroceso intelectual de muchos años y todos sus logros positivos se deben a la puesta en práctica de paradigmas que ellos mismos combatían (gobiernos plurales de la izquierda, gradualismo, pactismo). No obstante, la obsesión de Podemos sigue siendo la democracia representativa, por esta razón hay que construir una izquierda transformadora democrática o el tiempo populista y la socialdemocracia populista no encontrarán sus límites dentro de un pluralismo democrático como el nuestro. No hay más que analizar la deriva de los partidos actuales y en particular del PSOE y del propio Podemos.

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