El veneno del fascismo
Para la libertad sangro, lucho, pervivo.
Para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos…
Miguel Hernández
Debo reconocer que he querido esperar a que pasaran algunas semanas antes de escribir este artículo y, a partir de ahí, comprobar si aún sentía necesidad de hacerlo. Como comprobarán la respuesta es sí, y por eso les entretengo con algunas reflexiones que no serán del agrado de todos, o que, incluso, algunos estimarán trasnochadas o de poco interés con la que está cayendo. Pero miren, pienso que no está de más, especialmente cuando aún se sigue estigmatizando a quienes en España representaron la legalidad republicana frente al fascismo.
En la noche del domingo 22 de noviembre, la Junta Municipal del madrileño distrito de Chamberí fue remozada con carteles en honor al político socialista Largo Caballero. En ese mismo lugar, el Ayuntamiento madrileño de PP y Ciudadanos había eliminado a martillazos, a instancias de Vox, la placa que en su honor habían decidido instalar allí, años atrás, todos los grupos municipales. Eso significa que, frente a la arbitrariedad, el odio y la incongruencia de la ultraderecha, los madrileños no están dispuestos a que les priven de la memoria.
Miguel Hernández dio voz con su poema Para la libertad al anónimo soldado herido que reflejaba a millares de compañeros que en 1936 intentaron frenar el golpe de Estado contra la democracia con titánica voluntad y escasos medios. El franquismo se impuso con el concurso de sus aliados fascistas, ramas nacidas de un mismo tronco común, gracias a la fuerza y a una intendencia mejor nutrida, acabando con la esperanza de democracia, apenas vislumbrada, que había traído la República.
Desde entonces, han pasado ochenta y cuatro años durante los que España ha vivido la guerra, la dictadura, una transición y la democracia, asentada hasta el punto de que sería impensable el retorno a épocas oscuras, a pesar de los intentos que algunos hacen y otros desean (a estos dediqué aquí otro artículo hace unos días). Pero los fascistas que conmocionaron el siglo XX continuaron aquí, matando todavía a mediados de los 70; intentando la involución a principios de los 80; velando por la construcción de un cuento de hadas sobre la historia que protagonizaron y corrompieron durante todo el tiempo y transmitiendo el relato espurio a sus herederos.
El franquismo se revolvió con furia cuando las asociaciones de víctimas se personaron en mi juzgado el 14 de diciembre de 2006 reclamando localizar los restos de sus seres queridos y pidiendo justicia ante la enormidad de lo sucedido: más de 114.000 españoles desaparecidos, que, en su mayoría, todavía hoy siguen en cunetas y en fosas. Los franquistas y sus émulos volvieron a levantarse proclamando su ira contra la Ley de Memoria Histórica del Gobierno socialista que presidió José Luis Rodríguez Zapatero, y terminaron ante el Supremo pidiendo mi cabeza en una alianza de fuerzas rancias personadas con mayor o menor fortuna: Falange Española de las Jons, los añorantes de Blas Piñar y los que siempre reivindicarán a Franco y sus privilegios. El nuevo gobierno del PP, en sintonía, dejó claro que no habría un solo euro para rescatar los restos mortales de las víctimas del franquismo a las que les han negado, a esta fecha, su condición de tales.
Una ultraderecha más peligrosa
Afianzados en su ideología y gracias a la impunidad obtenida, fueron más allá, buscando otros horizontes y renovándose. Los franquistas de siempre han ido dando paso a otra ultraderecha más peligrosa porque se ha modernizado sin dejar de lado los ideales de los viejos del lugar. Las antiguas concentraciones de correaje y bandera con cantos rancios se han convertido en consignas, bulos y mentiras que corren por las redes sociales, a velocidad de vértigo. José María Aznar llevó a cabo su idea de concentrar todas las derechas en un Partido Popular potente y presto a gobernar, acogiendo en su seno a todos estos nostálgicos. De allí salieron algunos críticos, buscadores de una derecha más extrema, que crearon Vox y que pronto se interesaron por el movimiento internacional que el entorno de Trump supo, bajo su protección y la dirección de Steve Bannon, anclar en América Latina y en Europa, obteniendo lamentablemente la presidencia de algunos países. Ahí tenemos a Bolsonaro en el hemisferio sur y aquí, bien cerca, los ejemplos cada vez más perniciosos de Hungría o Polonia. Y a Vox en España y sus 52 escaños en el Congreso o, entre otros lugares, sus diputados por Madrid, Andalucía y Murcia, que tienen cautivos a sus socios del PP y Ciudadanos.
Reivindican por derecho propio la desigualdad, la xenofobia, el racismo y niegan la violencia de género, caballo de batalla cotidiano. En las tribunas insultan, desprecian y utilizan los hemiciclos como estudios televisivos para anunciarse, y para influir. Tienen vocación de gobernar y utilizan en el ínterin el sistema enredadera de hacerse imprescindibles para que otros manden sin pedir cargos, pero cobrando en especies los favores prestados. Así, la presidencia de Madrid, del PP, denuncia la falta de libertad que, a cuento de la pandemia, el Gobierno central impone a los ciudadanos —rutinario eslogan de Vox— o la ultraderecha exige a Ciudadanos y al PP en Andalucía que se reduzcan al máximo los presupuestos y los organismos dedicados a la mujer y al colectivo LGTBI, por dar solo unas pinceladas de una situación mucho más dura, mucho más hiriente.
Reescribir la historia
En definitiva, lo que tratan es de mantener la acción implacable contra todo lo que suponga recuperar la historia silenciada. Sin ir más lejos, en el debate de los Presupuestos Generales del Estado, Vox y su aliado, el PP, arremetieron desde la tribuna del Congreso de los Diputados contra la dotación de once millones de euros destinados a la Memoria Democrática, una partida que se había omitido de las cuentas públicas desde 2012, año en que llegó Mariano Rajoy a la presidencia del Gobierno. Esta cifra tiene como primer objetivo impulsar nuevas exhumaciones de las víctimas del franquismo a las que, en su rechazo frontal, el diputado de Vox Francisco José Contreras se refirió como “los caídos hace 80 años". El detalle, no menor, que olvida este diputado es que todos ellos fueron derribados, masacrados, torturados, asesinados y desaparecidos por un régimen fascista y corrupto, en sentido estricto. Por su parte, con tenacidad de argumentario, la popular Macarena Montesinos afirmó que el Gobierno de coalición se centra en hechos “ya superados hace 84 años”, acusando de obviar a las víctimas de ETA.
Tanto Contreras como Montesinos hicieron caso omiso de la referencia de la vicepresidenta primera Carmen Calvo sobre las obligaciones que imponen los organismos internacionales de atender al derecho humanitario y a los objetivos de verdad, justicia y reparación que se debe a las víctimas así como las garantías de no repetición. El contrapunto estuvo, en el hemiciclo, en las palabras del socialista Odón Elorza, quien manifestó alto y claro: “El neofascismo quiere reescribir la historia. Son lobos disfrazados de corderos”.
El veneno de la ultraderecha impregna a todo aquel que se le acerca. El Ayuntamiento de Madrid es hoy una institución al servicio de la venganza y una vergüenza para la democracia. El pleno municipal del consistorio que preside el alcalde y portavoz nacional del PP José Luis Martínez Almeida, al que pretenden hacer pasar por la derecha dialogante, aprobó el 29 de septiembre pasado, con la aquiescencia de Ciudadanos, la proposición del concejal de Vox Francisco Javier Ortega Smith de retirar la simbología dedicada a Francisco Largo Caballero e Indalecio Prieto. Las palabras del ultraderechista en la sesión provocan rubor e indignación ante la ignorancia supina y las ganas de revancha en su exposición. En su respuesta, no fue capaz el PP de recordar siquiera que sus propios correligionarios en ayuntamientos anteriores aprobaron e impulsaron estos homenajes. Pocos días después, sin que mediaran informes ni consultas, el PP y Ciudadanos dieron la orden de arrancar a martillazos la placa de Largo Caballero, histórico dirigente del PSOE y de UGT y ministro de la República.
La barbarie
No se podía esperar otra cosa de un bárbaro como Ortega Smith, capaz de afirmar con toda contundencia que las jóvenes fusiladas por orden de un tribunal franquista cinco meses después del fin de la guerra, a las que se conoce como Las Trece Rosas, “torturaban, asesinaban y violaban vilmente en las checas de Madrid”. Pero cabía pensar que partidos en apariencia de otra calidad, como el PP o Ciudadanos, no estuvieran de acuerdo con el brutal analfabetismo histórico de Ortega. Aunque también era lícito suponer que el Tribunal Supremo no iba a absolver al edil por delito de odio.
Con el mismo y conocido talante de involución, Vox exigió la retirada de una placa, una estatua y el nombre de una calle de Indalecio Prieto que el Partido Popular promovió en 1995. Los del PP de ahora, junto a Ciudadanos, aprobaron de manera unánime la moción, como viene siendo habitual. En este sentido, el antiguo ministro y presidente del Congreso José Bono escribía en un artículo publicado en El País. “Sea cual sea la mirada por el retrovisor de la historia, solo desde el desconocimiento o desde la ignorancia flagrante se puede situar a don Indalecio en el pelotón de los malos españoles, de los matones o de los antipatriotas”.
No es desde luego la primera vez que los dos socios, el alcalde Martínez Almeida y la primera teniente de alcalde Begoña Villacís, bailan el agua a la ultraderecha en estos asuntos. Lo que significa que, o bien les tiene atemorizados o comparten su ideología de corazón. Porque si estas últimas barrabasadas provocan enfado y rabia, los principales mandatarios municipales ya dieron muestra con anterioridad de una insensibilidad democrática sin precedentes.
Fue en febrero de este año cuando decidieron eliminar los casi 3.000 nombres rescatados del olvido al que les había arrojado la dictadura, escritos sobre piedra en un memorial del cementerio de la Almudena. Todavía insatisfechos, borraron también los versos de Miguel Hernández, los que dan inicio a este artículo que escribo sin poder ocultar mi agitación, mi inquietud e indignación.
He conocido el fascismo en diversos países y en diferentes facetas y sé cuándo lo tengo delante. La derecha convencional lo alimenta en su seno hasta que crece y la devora. La ponzoña que evidencia Vox comienza adormeciendo las intenciones y después las inunda de resentimiento y de indecencia, a la vez que difunde su mensaje hostil sobre la sociedad. Los progresistas debemos plantar cara, porque no se puede consentir que la derecha y la ultraderecha desmantelen la concordia duramente conseguida y avancen en su tarea de aniquilar la libertad. No permitamos que intenten borrar más recuerdos de demócratas. Que no asesinen de nuevo la memoria y los versos del poeta.
Baltasar Garzón es jurista y presidente de Fibgar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario