martes, 15 de diciembre de 2020

La voz de Iñaki | 15/12/2020 | Dos exámenes: la Navidad y la vacuna

   


Está claro que solo la sensatez y la conciencia pueden asumir y gestionar de verdad situaciones al límite, en las que ningún gobierno puede intervenir aunque quiera hacerlo porque ni son de su competencia ni es posible asumir esa función si cada individuo no sabe autogestionar y hacerse cargo de sus responsabilidades, personales, irreemplazables  y al mismo tiempo, compartidas en sus resultados, como ya se va experimentando de día en día. 

Nadie se salta en vano unas normas fundamentales para mantener la salud en buen estado y evitar la propagación contagiosa de una pandemia como esta. Se ha demostrado que en este caso no es posible "normalizar" en masa el contagio leve, para minimizar la agresividad vírica y que el propio contagio "leve" se convierta en vacuna colectiva, pues lo que  para unos resulta asintomático en otros puede ser mortal. Ese sistema ha resultado un fracaso, por ejemplo en Suecia y en los USA. Así que de nosotros y de nuestra sensatez depende, mucho más que de las instrucciones que recibimos, el que la Navidad resulte lo más inocua posible o vivida a lo loco y desquiciado, el virus se convierta en Herodes liquidando a los Santos Inocentes después de la juerga sin frenos. 

Una buena opción es tomarse estas circunstancias tan poco halagüeñas como un entrenamiento y una oportunidad de reeducación para nuestros impulsos más viscerales y primarios, como los describe Iñaki tan acertadamente. Aferrarse a "lo de siempre" cuando está en peligro la vida y la salud, es una baza egocéntrica, narcisista, inmadura y completamente demoledora, si solo se piensa en la propia alegría y disfrute, en plan carpe diem muy mal entendido. En cambio, tomarnos la práctica de las medidas de seguridad como un ejercicio de autoconocimiento personalizado, de paciencia, de humildad, reconociendo nuestros límites, debilidades de carácter, tirones del instinto, tiranía de las emociones sin autodominio, de los hábitos e inercias tomadas como "así soy yo", "no puedo hacer otra cosa que lo que se ha hecho siempre en estas fiestas tan entrañables", "es mi libertad y hago con ella lo que me da la gana", "no pasa nada", etc, etc...

Es curioso que ir al gimnasio para entrenar y fortalecer el cuerpo sea tan importante en esta sociedad y que entrenar y fortalecer el carácter, los impulsos, la sensibilidad humana, la lucidez responsable, la serenidad, la empatía, la compresión y el alcance de lo que nos supera y y nos desborda porque no es posible controlarlo, no se tenga en cuenta como ejercicio reconstituyente para la calidad de vida personal y social. No estamos solos y todo lo que hacemos, bueno o malo, tiene secuelas. En eso también es imprescindible la libertad para ejercer y gestionar la vida con inteligencia verdadera o en destriparla con una idiotez de antología, que no solo puede ser suicida sino además, genocida.  

No podemos controlar el virus, pero sí podemos gestionar sus brotes de un modo adulto e inteligente o abrirle las puertas de casa y del cuerpo para que se multiplique a lo bestia. 

En Navidad se celebra el nacimiento de la vida, el retorno de la luz solar que durante el adviento otoñal llega a ser mínima en su duración. Las antiguas civilizaciones siempre lo celebraron y de ahí se derivó que en el Sacro Imperio Romano Germánico posterior al Edicto de Milán, se instaurase en esa fecha el nuevo orden mundial con la celebración del Nacimiento del Cristo, el símbolo necesario para sustituir la juerga pagana por la celebración religiosa. Creo que no fue muy acertado el implante; ese tipo de cambio nunca se puede hacer por decreto y pretender que tenga buenas consecuencias, se tiene que hacer por evolución, por entrenamiento y búsqueda personal. Ya lo estamos viendo: en realidad la Navidad sigue siendo una celebración pagana, solo cambió la iconografía y el glamour, porque en realidad no hay conciencia colectiva despierta para otra cosa mejor. 

Así que tenemos dos opciones: o seguimos la llamada de la selva celebrando las saturnales romanas del desmadre, el derroche, el atracón y la resaca, o elegimos celebrar la conciencia despierta y compartida de unos aprendices del Ser  capaces de entrenarse en la adversidad para encontrar en lo más sencillo y humilde de sí mismos la energía, una felicidad estable más que una alegría de quita y pon que de pende de cuánto se queme y se haga cenizas en la hoguera del momento, descubriendo la comunicación con el wifi universal que nos hace hermanos y no rivales, familia y no manada consumista e histérica. 

Llevamos en este plan miles de años haciendo el cafre y el meapilas alternativamente, atascados en el mismo mejunje,  disfrazándonos de diversas modalidades imperiales y culturales, que ven en el solsticio de invierno una manifestación casi "mágica" de algo que no se acaba de asimilar y que para simplificar se resuelve a base de tripas y entripados,cogorzas melancólicas y añoranzas solidarias de temporada,  a lo mejor esta ocasión, este complicado "ahora", puede que sea la oportunidad de despertarnos por fin de la siesta milenaria y de descubrir que todo el año puede ser una Navidad constante si nos proponemos nuestro propio renacimiento solar cotidiano, al caer en la cuenta de que el sol no está ahí solo para dar vida material al Planeta, también es algo más: la invitación a quemar en su fuego constante todo lo que no nos deja crecer y elevarnos sin perder pie en la realidad. La invitación del infinito a crear caminos más allá de la juerga para hoy y la debacle para mañana. A lo mejor los tiros van por ahí. ¿Por qué no probamos a verlo desde esa vertiente? 

No tenemos nada que perder cuando el futuro que se nos presenta por delante es más negro que la entrepierna de una cucaracha  o que los pensamientos de Hitler &company. Sí, aun podemos cambiar el rumbo de esta nave planetaria que va al pairo, si somos capaces de acudir cada día a entrenarnos en el gimnasio de la conciencia navideña. Poniendo inteligencia emocional y sana en lo que hasta ahora solo hemos puesto basurilla jaranera de usar y tirar.

Si no conseguimos cambiar a mejor, ni siquiera las vacunas harán que mejore nuestro presente y haya un futuro que valga la esperanza.

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