La España del chat de 'La XIX'
El vendaval desatado por la investigación de nuestra compañera Alicia Gutiérrez en infoLibre sobre el chat de ‘La XIX del Aire’ (ver aquí) corre el riesgo de que el ruido de las bravuconadas cuarteleras difuminen el asunto de calado que denotan. Del mismo modo que se sostiene que “Vox es el PP con tres cubatas”, hay demasiadas voces (políticas y mediáticas) interesadas en trasladar que esos militares retirados son “Vox con siete carajillos”. Una especie de panda de bocazas que después de desahogar sus peores instintos en un chat colectivo demuestran una chusca cobardía al emplear excusas de cuñados como “quizás alguien me cogió el móvil” o “no me acuerdo de eso” o “estábamos de cachondeo”.
Hay un primer dato relevante: el antiguo general de división Francisco Beca, autor de algunas de las ‘perlas’ más vomitivas de ese chat (ver aquí), es a su vez el promotor que encabeza una de las recientes misivas dirigidas al rey contra “el Gobierno social comunista” que, según esos altos mandos retirados, pretende destruir España con la complicidad de etarras e independentistas. Esa primera carta encabezada por Beca es precisamente la que busca luego la adhesión y complicidad de otras promociones de los distintos Ejércitos y provoca nuevas misivas (ver aquí o aquí). No es casual que los contenidos más detestables de ese chat coincidan casi literalmente con algunos de los mimbres discursivos de Vox y también del PP en los días impares en los que Casado o García Egea siguen compitiendo en extremismo populista con Abascal (los días pares toca el giro al centro y a la moderación para pescar en las arenas movedizas de Ciudadanos). Tampoco es casual que uno de los integrantes del chat de La XIX aportara un audio del propio Santiago Abascal: “Me dicen que es obligatorio saludar a este grupo. Un abrazo y ¡Viva España!”.
Una forma manida y desgraciadamente eficaz de desviar el debate de fondo acerca de cualquier tema es responder por elevación a una acusación que nadie ha hecho. Hemos escuchado mil veces en estos dos días que “las Fuerzas Armadas españolas son exquisitamente democráticas y lo vienen demostrando desde hace décadas”. Nadie (que yo sepa) ha extendido la mancha provocada por el conocimiento de ese chat a todos los ejércitos, porque sería tan injusto como falso. No se discute eso, sino el hecho objetivo de que ahora sabemos exactamente lo que piensan algunos de los promotores de esas cartas al jefe del Estado o al presidente del Parlamento Europeo. En sus misivas presumen de constitucionalistas en defensa de la “unidad de España”, mientras comparten deseos de fusilamientos en masa, planes de pronunciamientos, acciones “legales o ilegales” y homenajes a Franco, El Irrepetible.
Una cosa es que la inmensa mayoría de los militares en activo cumpla escrupulosamente lo que es su obligación de neutralidad política y otra seguir fingiendo que no existen amplios sectores entre los altos mandos retirados que disfrutan honores, medallas y pensiones públicas mientras actúan de distintos modos torpedeando una democracia en la que nunca creyeron. Y que andan más envalentonados desde que Vox se convirtió en tercera fuerza política en el Congreso y aliado imprescindible para el PP y Ciudadanos en gobiernos autonómicos y locales.
Lo que refleja el chat (más allá de que la Fiscalía decida si en sus mensajes hay o no posibles delitos), y también las cartas enviadas a Felipe VI, es un rasgo diferencial de España respecto a otras democracias occidentales. En cualquier otro lugar del mundo, ser demócrata equivale a ser antifascista. No se concibe ejercer lo primero sin lo segundo. Independientemente de si uno es de derechas o de izquierdas, conservador o progresista. Merkel es antifascista, como lo es Macron o como lo era Sarkozy, y no sólo de boquilla sino protagonizando decisiones, actos, homenajes y discursos reivindicando a luchadores antifascistas, fueran estos gaullistas o comunistas. ¿Alguien imagina a militares retirados alemanes o franceses escribiendo a los jefes de esos Estados instándoles a actuar contra un gobierno legítimo o chateando elogios al nazismo o al colaboracionismo?
Podemos continuar en el autoengaño de que hicimos una Transición modélica, ejemplar y perfecta o podemos asumir de una vez por todas que la Transición fue un conjunto de pactos de intereses condicionados por los miedos. Por el miedo de los propios franquistas a perder poder o a ser incluso juzgados por sus crímenes y por el miedo de los demócratas a que muchos de esos militares que ahora lanzan proclamas constitucionalistas actuaran como tantos uniformados han actuado a lo largo de nuestra historia: a tiro limpio, empujados siempre por civiles ocupados en engordar sus patrimonios. No me canso de escribirlo: nuestro problema no es lo que se hizo en la Transición sino lo que no hemos sido capaces de hacer desde entonces. Sigue pendiente una educación democrática y antifascista dentro y fuera de los cuarteles. (Lean aquí a Miguel López, militar retirado y demócrata cabal, miembro del Foro Milicia y Democracia, o aquí el testimonio del teniente coronel José Ignacio Domínguez, más conocido como el Cuchi en los tiempos de clandestinidad de la Unión Militar Democrática).
El postfranquismo existe, habita en chats, en cafeterías, en sobremesas familiares y en misivas que el rey recibe y a las que no responde (que sepamos), y ese rasgo distingue al nacionalpopulismo español de otros movimientos que aparecen y hasta triunfan en las urnas como hemos visto en Estados Unidos, en Brasil, en Hungría, en Polonia… Es el principal componente castizo de Vox, que utiliza las técnicas sofisticadas de desinformación del trumpismo al tiempo que se queda con las banderas, herencias, intereses y desvaríos de un régimen autoritario sostenido y consentido durante 39 años.
El estallido público de ese chat colectivo tiene la virtualidad de desenmascarar los verdaderos rasgos de esos ‘abajofirmantes’ que presumen de patriotas mientras se excitan pensando en fusilar a “26 millones de hijos de puta” (¡millón y medio más que los votantes de las últimas elecciones generales sobre el censo de electores residentes!). Ofrece la oportunidad de que cada cual se ubique, más allá de diferencias partidistas o ideológicas perfectamente legítimas, entre los demócratas y ‘los otros’, esos “buenos españoles” que se consideran con derechos adquiridos y exclusivos sobre la propiedad del Estado y su dirección.
Y ofrece, por último, a Felipe VI la oportunidad de hacer visible si apuesta por la nueva época abierta en España para situarla en el siglo XXI o si caerá en el borboneo que tantas veces truncó las esperanzas de progreso. No debería esperar al discurso de Nochebuena.
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Y de postre una buena ración de verso libre, para digerir el menú y que no se indigeste, a cargo de nuestro amigo poeta y hermano, que no da puntada sin hilo ¡Gracias, Luis!
Pues miren ustedes: ahora España sí va bien
Hay mucho que hablar sobre el ruido. Cuando se mezclan noticias, mentiras, murmullos, declaraciones exasperadas y dinámicas tendentes a la polarización, nos planteamos la falta de medida en algunos líderes políticos, los errores de estrategia en algunos partidos, la deriva degradante que viven algunos medios de comunicación y el malestar de nuestra democracia. Todas estas preocupaciones son muy razonables, pero antes de entrar a analizar la máscara tumultuosa conviene preguntarse por el rostro que pretende ocultar el ruido. Si la piel tapada ofrece un espectáculo en descomposición, todas las reflexiones serán por necesidad angustiosas. Pero si la piel goza de una salud aceptable, la meditación puede plantearse con serenidad y podemos dedicarnos a discutir sobre el ruido sin someternos a sus dinámicas.
Yo hice mi bachillerato durante el franquismo, estudié y empecé a trabajar como profesor universitario durante la transición y he vivido con esperanzas, decepciones y resistencias los años de nuestra democracia. Por eso quiero recordar algunas cosas.
Una de las peores herencias de la dictadura fue un extendido sentimiento de impunidad en los responsables públicos. Mezclar intereses de Estado con negocios personales estuvo a la orden del día bajo el amparo de una justicia ciega y una prensa cómplice. Ahora vemos entrar y salir de la cárcel a condenados de todos los sectores políticos y sociales. El espectáculo triste de los juicios por corrupción ha servido de aviso para comprender que la impunidad casi se ha acabado. Puede haber fallos, manipulaciones, injusticias, restos, pero estamos mejor que nunca.
La corrupción ha sido muy grave. Algunos partidos importantes llegaron a convertirse en verdaderas asociaciones para el robo organizado. Tanta fue su desmesura que incluso tuvieron que alimentar querellas nacionales, “España nos roba”, “No compren champán catalán”, para desviar la atención de sus fechorías a costa del dinero público. Incluso hay quien llegó a poner en marcha una policía paralela desde el Ministerio del Interior para vigilar a su tesorero y eliminar las pruebas de sus robos y sus sobres con dinero negro. Perdida la impunidad y avisados los culpables, estamos mejor que nunca.
El terrorismo fue una dolorosa lacra. El injustificable uso de la violencia nos llenó de dolor e indignación. Por si teníamos poco con los terroristas, hubo un destacado responsable de Gobierno que asumió de manera inmoral e incompatible con la justicia democrática los crímenes de una banda terrorista para matar terroristas, mezclando al Estado con la cloacas de la tortura y la violencia. Se ha valido una vez más de la impunidad y la complicidad de la prensa. Pero después de muchos sufrimientos la democracia consiguió vencer al terrorismo. Dentro del independentismo vasco perdieron el dominio los partidarios de la violencia. Convertidos en demócratas y unidos a otros demócratas independentistas que siempre lucharon contra el terror, hoy se presentan a las elecciones y no responden a las armas, sino a sus votos. Llevamos muchos años sin muertos, puede haber algunas declaraciones disparatadas, algunos malos usos del dolor, pero estamos mejor que nunca.
En cuestión de libertades individuales, igualdad de género y respeto a las diferencias, España ha dado pasos decisivos que la sitúan en la vanguardia de los valores democráticos europeos. La fuerza de nuestra cultura está ahí. Queda mucho por hacer, pero estamos mejor que nunca. Y algunos problemas serios, como la relación de nuestras costas con los seres humanos en patera, no son particularidades españolas, sino cuestión europea. Tampoco es enfermedad española la peligrosa degradación mediática, infoxicación o infodemia, que alienta a un populismo supremacista enemigo de los valores democráticos. Es triste ver algunas tertulias o cabeceras históricas tan degradadas desde los titulares de sus portadas, pero es una gran noticia que otros medios serios, antiguos o nuevos, hayan dejado de confundir el orden de los intereses de Estado con la mentira y el silencio ante los espectáculos corruptos.
Por lo que se refiere a las cuestiones laborales y sociales, tampoco podemos desgarrarnos. Estamos intentando salir de la crisis provocada por la pandemia de forma muy diferente a la experiencia vivida hace unos años. Se trata de ayudar a las mayorías, de evitar los golpes del empobrecimiento social, y no de aprovechar la ocasión para favorecer un mayor enriquecimiento de las élites. Las furiosas exigencias del neoliberalismo insolidario afectan por igual a España, Europa y los EEUU. Nos quedan cosas por hacer, pero estamos caminando.
Nunca ha estado España tan cerca de la Europa democrática y tan lejos de un país bananero dispuesto a confundir la patria con la impunidad, la irracionalidad y las soberbias antidemocráticas. Y nunca ha sido tan ineficaz el intento de usar estas soberbias antidemocráticas para justificar la falta de transparencia y la impunidad de algunos padres de la patria. Si llegan peligros antidemocráticos, no los resolverá un padre León, sino una sociedad consolidada, europea, transparente y constitucional.
Creo que conviene mirar bajo el ruido para ver el rostro verdadero de la sociedad española. A partir de ahí podremos analizar con serenidad todos los asuntos que forman parte del ruido, los retos que tienen por delante las democracias.
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